En busca de la verdad
Hoy estoy molesto por todo. Blaide se ha ido a su casa para hacer la maleta y todo lo demás. A mí me toca limpiar mi habitación, recoger los excrementos del nuevo perro que mi madre ha comprado y botar la basura. Odio con toda mi alma hacer esto, no me gusta, prefiero que otros lo hagan por mí.
Recojo mi ropa sucia y la coloco en una cesta para meterla en la lavadora y que ésta haga su trabajo. Limpio todo para que quede ordenado, boto la basura y las heces del perro para que me dejen salir. Necesito estar con Blaide, antes de que se vaya a quien sabe dónde y aunque sea poder besar sus labios una vez más.
Mi madre me da miles de excusas para que no salga tan rápido y me manda a entregarle una tarta a la amargada de la esquina. Esa vieja me odia demasiado por haber patinado en su piscina, después de ese enorme castigo tuve que quedarme tres horas limpiándola con agua y jabón. No fue divertido. La vieja estuvo maldiciendo y criticándome por todo. ¡Cómo la detesto!
Le entrego la tarta a la señora amargada y me voy a casa de nuevo. Mi madre está junto a sus amigos en la sala bebiendo tragos y riéndose a carcajadas.
—¿Ahora si puedo irme? —le pregunto a mi padre y éste asiente con la cabeza.
—Sí, cariño. Salúdame a esa chica de mi parte.
¿Por qué todos creen que soy heterosexual? Es tan frustrante. Obviamente mi madre no sabe que voy a casa de Blaide.
Rápidamente voy hacia la casa de mi mejor amigo que queda frente a la mía. Mi corazón está acelerado, es así cuando uno visita a su otra mitad. La casa está vacía, no hay muebles, ni cuadros, ni adornos, ni nada. Todo está empacado y listo para irse a otro lugar. La cocina es lo único que permanece intacto porque la van a vender así, no necesitan una, puesto que el nuevo hogar ya tiene todo. Me parece irreal que esto esté ocurriendo.
He vivido toda mi vida junto a él, cada cumpleaños, nuestro primer trago de alcohol, ir a un bar para jugar billar, rompernos nuestros cuerpos inventando juegos extremos, lanzarnos en bicicleta por una bajada empinada, rasparnos el cabello en modo de rebeldía, comer en cada restaurante cosas interesantes, pijamadas, viajar a la playa, acampar de noche, y miles de cosas más. Blaide es mi pasado, presente y futuro, es mi apocalipsis zombi favorito.
—Me hubieses avisado que estabas aquí y yo aburriéndome en mi cuarto o en lo que queda de él.
No me doy cuenta que estoy viendo la ventana que da al patio trasero, con la mirada perdida en los recuerdos.
—¿Recuerdas cuando la pelota fue a parar al patio de la señora Mandy y tuvimos que esperar dos meses para buscarla, porque su perro nos quería matar? Fue épico ese día, era como si estuviéramos en la película de Misión imposible. También recuerdo el día en que un niño me pegó fuertemente en la cabeza y me dejó moretones por todos lados, estuve en el hospital por dos semanas y tú le diste su merecido; ese día fue estupendo. Nunca me había reído tanto en la vida, al ver cómo me defendías, mientras moría de dolor.
Él sonríe y me abraza fuertemente. Nunca me ha abrazado de esta forma y siento que mi corazón se va a salir, demasiado emocionante es esto.
—Mi recuerdo favorito es verte dormir.
Sí, eso me hace sonrojar inmediatamente. No puedo con él y su sinceridad extrema. Lo peor es que es cierto, la otra vez me grabó durmiendo y me lo mostró riéndose a carcajadas. Sus ojos se le iluminan cada vez que me dice eso. De verdad que no entiendo cómo estoy tan enamorado de él, no tengo explicación sobre lo que siento por Blaide.
—Mi padre ya está esperándonos en el aeropuerto —dice Blaide sonriente.
—Si estás tan apresurado deberías irte solo Blaide. Yo comprenderé que quieres despedirte de mí —digo con melancolía.
—Quiero que vayas conmigo, además es rápido porque mi padre me regaló el escarabajo.
—¿Cómo dices?
Blaide me muestra el auto de color azul estacionado en el garaje. Lo ayudo a colocar las maletas en el maletero. El auto está intacto, luce más bonito y limpio, le arreglaron todo y luce estupendo.
—¿Nos vamos?
Él asiente abriéndome la puerta como todo un caballero. No me molesta el gesto, es extraño porque ambos somos hombres y esa generosidad es la que les gusta a las chicas. A mí me da igual si lo hace o no.
Enciende el motor y ruge como un león. Al manejar, me da miedo como lo hace, nunca lo había visto hacerlo y no sé en qué momento aprendió.
—Me ocultas muchas cosas. No sé porque no me cuentas lo que has hecho últimamente.
Lo que hace es reírse a carcajadas, como si fuera un chiste lo que estoy diciendo. A veces me enferma que sea así, porque necesito que se exprese y me diga todo lo que está ocurriendo.
—¿Por qué ahora? ¿Por qué hoy?
—Blaide no decir respuesta. Blaide no querer decir a Ro. Blaide manejando.
—Odio cuando hablas así. Me siento ignorado.
—Ro no sentir ignorado.
Se empieza a reír para que yo haga lo mismo. Eso no cambiará mi mal humor. Mi carácter es jodido, no puedo estar complaciendo a las personas, tengo que saber con exactitud lo que está pasando, porque sino no me quedaré tranquilo hasta lograr mi objetivo.
No entiendo cómo Blaide me soporta, me quiere y no desea que esté infeliz. Creo, y espero no equivocarme, que es la única persona que me quiere como soy, aunque dudo que mis padres no sientan lo mismo, porque soy su único hijo y no me han enviado a un internado.
Llegamos al aeropuerto y siento un profundo dolor en el estómago, que me hace perder el equilibrio de mis pensamientos y mi cuerpo.
—Espero que consigas lo que deseas —le digo en tono melancólico.
—¡Ya lo conseguí! Lo tengo en frente, sólo que eres tan ciego que no te das cuenta lo mucho que significas para mí. ¿Crees que me quiero ir porque me da la gana dejarte solo Robert? ¡Eres tan egoísta! Sólo piensas en ti mismo. Ni siquiera me has preguntado lo que quiero en la vida. Sólo eres tú, y más nadie. Yo espero que tú consigas lo que necesitas y te preocupes por lo que hacen tus padres.