Migraciones
—¡No, no, no! ¿Otra vez? —grita Trey alarmada porque se le quemó de nuevo el pollo.
Ella cocina y yo me dispongo a borrar toda evidencia con relación al canalla que me engañó y ahora me tiene sufriendo. He desechado la ropa que me prestó alguna vez, los álbumes escolares, los videojuegos, su carpa, los libros que dejó en mi casa, los disfraces...todo. No quiero saber más nada de él y mientras más alejado esté de mí y no pueda verlo, muchísimo mejor.
He decidido cortarme un poco más el cabello, me parece que lo tengo un poquito largo y deseo quitarme ese peso de encima.
La venta de garaje de mis cosas inútiles es un éxito, la gente adora lo que tengo y se lo han llevado casi todo. Es una buena manera de hacer dinero y recaudar para pintar el auto de otro color. Ya detesto el azul y deseo ponerle algo más vivo, para luego venderlo y deshacerme de él, para poder comprarme otro.
Mis padres han estado más enamorados que nunca, discuten muy poco y me prestan más atención. Ambos deciden regalarme un paseo para lanzarme en paracaídas, por haber cumplido satisfactoriamente la promesa de pasar todos los exámenes. Es lo mejor que han podido hacer. En algún momento, les contaré lo que estoy viviendo y todo lo que pasa en mi entorno, mientras tanto no quiero preocuparlos y quitarles esa felicidad de su rostro.
Trey reemplaza el pollo por la carne y esta vez no se le quema nada. Comemos y vemos una película de acción, ya que lo romántico me enferma, y la pasamos relativamente bien. Siento que estando con ella, la tristeza se me ha pasado un poco.
En clases me ha ido bien, discuto muy poco con los profesores y presto mayor atención. Sigo comiendo en el mismo sitio, ya que odio llamar la atención y prefiero mantenerme alejado de la civilización.
—No te puedes escapar para siempre. El entrenador te necesita Robert. Eres bueno jugando —. me regaña Trey—. No puedes dejar que las cosas absorban tu felicidad.
—Ya no importa, no quiero hablar de eso.
—Pues yo sí Robert. Huir porque todo te recuerda a ese imbécil, es estúpido. Él está haciendo su sueño realidad y tú te vas a quedar sin futuro porque no deseas hacer nada debido a tu estado de ánimo.
No sigo discutiendo para no hacerle perder la cordura. Trey confía en mí y me ha apoyado muchísimo.
—Robert —viene Melany fastidiándome otra vez—. ¿Irás a la fiesta de Ryan? Me encantaría verte por allí y quizás tengamos lo que siempre hemos querido.
—Déjame decírtelo de buena manera —le digo ya con la rabia a millón—. No me gustan las mujeres ¡Lo siento!
Ella se queda pensativa y trata de comprender lo que le estoy diciendo. Luego pega un grito y sale corriendo como desesperada junto a sus amigas. Al fin me la quité de encima, es tan genial y divertido. ¡Por fin soy libre!
En la tarde vamos a la montaña desde donde se lanzan en paracaídas. Realmente necesito gritar y descargar toda la ira que tengo por dentro. Ya es suficiente con guardar mis sentimientos; cada vez que intento desafiar a mi cerebro para que deje de pensar en cosas junto a ese idiota, es peor el remedio que la enfermedad. Lo veo en todos lados, inclusive en sueños y me vuelvo paranoico.
La otra vez en el supermercado, ví a un chico con cabello largo rubio y mi corazón se paralizó inmediatamente, creyendo que era su dueño, pero nada que ver. Quería que la tierra me tragara y tuve que irme a otro sitio a hacer las compras.
Es nuestro turno y es increíble la adrenalina que te producen la altura y el viento, me lanzo y grito intensamente y me siento demasiado feliz. Ha sido una experiencia grandiosa que no tiene comparación con nada, es como sentir la verdadera libertad.
De regreso, voy manejando y tarareando una canción. Trey me dice que paremos un momento porque desea tomarse una fotografía en una estación antigua de gasolina. Estaciono allí, le tomo la foto, veo como mi nueva mejor amiga sonríe frente mi celular y se queda viendo como sale. Al menos ella está feliz y eso me contenta muchísimo. Se merece lo mejor. Aprovecho de cruzar la calle y comprar algo en la cafetería.
Cruzo rápidamente y pido dos chocolates grandes para matar la ansiedad. Espero por más de quince minutos a que me atiendan. Al fin, es mi turno y me dan lo que necesito. Cancelo y vuelvo de nuevo a la orilla de la carretera.
Un minuto puede acabar con tu vida y el medio segundo que resta, que es para salvártela, lo pierdes por distraer tu atención con el chocolate. Caigo en medio de la calle, boca arriba y sin respiración.
—¡Robert, Robert! ¡Auxilio, Auxilio! Ayúdenme por favor. —Mi última visión es la silueta de Trey.
El dolor se ha ido, sólo queda la borrosa visión de mi rostro y el inseparable aroma a muerte. No sé si estoy muerto, pero me siento mucho mejor así.