Azul

Arquitectos

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Al despertar, encuentro todo como si nada estuviera pasando. Mis padres están hablando con la doctora y Trey está durmiendo en el mueble, en una posición muy incómoda. En sus manos, tiene varias cartas, pero no puedo agarrarlas. Me percato que tengo un yeso en el pie derecho y otro en mi brazo izquierdo.

Me siento preso, como si me hubiesen quitado mi cuerpo y lo hubiesen suplantado por otro. Recuerdo muy poco lo que me pasó; de hecho, lo único que sé es que pensaba en el chocolate cuando todo se nubló.

Intento apoyarme sobre mi otra mano para levantarme un poco y sentarme en la cama, pero me resulta imposible. Me duele todo cuando hago un mínimo movimiento. Me quedo acostado, sin poder hacer nada y odio dormirme boca arriba. Me cuesta mucho y hace que me sienta peor.

Vuelvo a conciliar el sueño, dándome por vencido, al ver que estoy siendo inútil despierto. Dormir me puede relajar un poco, a pesar de lo incómodo que estoy. Ya no sé cuánto tiempo estaré aquí y cuándo me irán a quitar esta porquería que me molesta tanto.

El sueño se hace profundo y luego se torna claro. Estoy en una playa azulada y muy clara. Estoy sentado en la arena. Se siente el aire tan real como lo que siente mi corazón. Lo curioso es que no tengo nada malo en mi cuerpo y soy libre.

—Ro, ¡aquí estás!

El viento se detiene, mi respiración también y su voz es única, real y está dirigiéndose a mí. Un dolor penetra en mi pecho como un rayo de luz amarilla, es como si me pegaran fuerte, duele un poquito, pero se pasa rápido.

Estoy intentando pensar en el sueño, si esto es posible. Él está con esa chica y yo estoy con mis padres y Trey. Es imposible que esto esté pasando, porque se siente raro y, a la vez, demasiado real. Ya no sé en qué parte estoy del planeta. Soy consciente de las palabras que me dijo el día que se fue y sé que su padre me dejó un auto.

—Estaremos juntos siempre —y me besa en los labios con mucha pasión.

Al entrar en la vida real, mi cuerpo reacciona y mis ojos se abren completamente. Siento sudor en mi pecho y en la frente. Trey está mirándome preocupada y me toca para ver si estoy bien. Luego, se sienta a mi lado y me da un vaso de agua fría.

—¡Mentiroso! —murmuro sin que me escuche y frunzo el ceño.

Mis padres aparecen a la media hora con un bolso lleno de ropa y viandas de comida. Ellos se quedan conmigo todo el día. Ambos deben trabajar y aunque sé que mi madre ya no lo hace, tiene deberes que hacer en la casa y es por ello que Trey es quien me acompaña, por lo visto.

—Un susto tremendo —comenta mi madre—. Nos dijeron que hoy podrás irte a la casa. Tendrás que usar muletas o silla de ruedas.

Les sonrío para que no piensen que es una idea estúpida y que prefiero morirme, antes de usar esas cosas.

—¿Puedo ser sincero con ustedes antes de irnos a la casa? —les pregunto y los dos asienten con la cabeza. Trey ya lo sabe, así que no necesita que le pregunte ni darme su opinión—. No me gustan las chicas y jamás me van a gustar. Trey es como una hermana para mí y la adoro por todo lo que ha hecho por mí. Mamá, te amo demasiado y eso ya lo sabes, eres valiente y hermosa. Yo me refiero a que no me veo con una chica en un futuro, no son mis planes por ahora. Dejen de decirme si tengo o no una novia, porque no va a ocurrir. No me pregunten más nada. Tengo que superar varias cosas, para poderles contar la otra parte de la historia.

Mi madre que me ha criticado casi toda la vida y me compara con los otros niños, no emite opinión. Sencillamente, me besa en la frente y se retira de la habitación. Mi padre sonríe y prende el televisor para ver el partido que están pasando de la NFL. Trey me sonríe y eso significa que está feliz.

Ya en la tarde, el sol se va ocultando y yo me despido de la cama tan incómoda en la que estuve por más de siete días. El camino a casa es aburrido, nadie habla, todos piensan en lo que dije hace unas horas atrás.

Si eso es lo que desea Blaide, pues lo olvidaré para siempre. No tiene caso seguir pensando que volverá, cuando no lo hará, estuve por más de una semana aquí y ni siquiera tiene el pensamiento puesto en mí. Es un idiota y no vale la pena seguir en esto. Me duele cada vez que pronuncio su nombre, cada vez que recuerdo todo lo que vivimos, las veces que dormimos juntos sin hacer nada, sus besos, sus abrazos, la forma en cómo su silencio se convirtió en una adicción para mis oídos.

Asimilar esto será difícil, pero me sentiré mejor sabiendo que él está bien y que yo, en algún momento, lo estaré. Dudo que mi madre me perdone por mi confesión, quizás hable con sus amigas de mí y les pida consejos.

Sólo sé que, hasta los momentos, no voy a enamorarme de nadie.

 




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