Azul

El último monumento de Safari

El último monumento de Safari

—Me siento un idiota, ya quiero quitarme esto —comento en voz alta—. Estoy obstinado.

—Ya sólo faltan tres meses Robert.

—Es un fastidio, ya estoy bien y no entiendo para qué necesito tres meses más. Es ridículo —vuelvo a decir algo molesto. Mi padre me observa y frunce el ceño tratando de no regañarme delante de mi madre, quien ha estado últimamente muy sensible—. Odio esto. Es preferible que me hubiesen quitado todo y ya. La vida para ustedes dos sería demasiado fácil.

Ante mi comentario, mi madre rompe un plato y sus partes se esparcen causando ruidos estremecedores. Coge una escoba y empieza a recoger todo, sin decirme nada. Sé que soy egoísta, que pienso en mí nada más y no veo los problemas de los demás. Nunca he pensado en nadie, siempre estoy enojado y quiero que todo el mundo me preste atención a mí. Quizás sea por eso que Blaide me abandonó, porque no soporta que no lo ayude en nada.

Mi padre se levanta, coge una pala y ayuda a mi madre. En un momento, el lugar ya está sin vidrios alrededor y todo parece indicar que la rabia ya pasó.

Trey se ha ido con sus padres a pescar en el río y eso me pone triste. Es la única persona que hasta los momentos sabe cómo me siento y comprende realmente por qué estoy tan obstinado últimamente. Mis padres nunca me hacen caso, siempre están allí los dos ocultándome secretos. Una vez pensé que papá se iría de la casa por culpa de mi madre, pero nuevamente están juntos. Ya creo que es más costumbre que amor.

Tomo las muletas y voy a mi habitación despacio. Lo más fastidioso es que tengo que usar un solo brazo y una sola pierna para moverme, porque las otras dos están enyesadas y no puedo hacer mucho.

Mi padre llega a tiempo para cargarme y ayudarme a posarme sobre mi cama. Se queda un buen rato mirando hacia la ventana y luego me observa viéndome a los ojos. Supongo que tendré por milésima vez, una charla emocional o una sesión de preguntas incómodas que no sabré contestar del todo.

—¿Qué te ocurre Robert? —su pregunta es específica y me da a entender que está preocupado por mí—. No estoy hablando de tu accidente, ni tampoco de la ausencia de Trey. Quiero saber qué es lo que te pasa para que actúes así todo el tiempo. Tienes dos meses aislado, cambias el cuarto repentinamente, quitas afiches, regalos, ropa...

Como si fuera tan fácil decirlo. Eso es lo que me cuesta más y no porque retenga sentimientos, sino porque si hablo, el dolor en el pecho se hace más fuerte y termino desmayado.

—No te voy a juzgar por las decisiones que estás tomando últimamente. Antes sonreías, te portabas mal, pero andabas feliz siempre y ahora pareciera que se te hubiese ido el alma. Desde que Blaide se fue actúas diferente, ya no te mueves con elegancia sino con estrés y fatiga. ¿Por qué te sientes así? Es su futuro y deberías estar contento por él. Yo tengo mejores amigos que se han ido del país y seguimos en contacto como lo hacíamos antes.

Me quedo en silencio, sin decirle nada. Me cuesta y me seguirá costando, hasta que algún día esta pesadilla acabe.

—¿Estás enamorado de Blaide, Robert? ¿Es eso? ¿Sólo eso?

Preguntas incómodas, de respuestas incomprensibles, sin duda, a las que no sé qué responderle.

—¡Ya llegué! —anuncia Trey mirando a mi padre y luego a mí—. ¡Uy!, lamento la interrupción.

—No te preocupes, eres parte de la familia. Sólo le estaba preguntando a Robert qué le ocurre y si está enamorado de Blaide.

Trey se empieza a reír a carcajadas, no entiendo cuál es el chiste, pero se lo contagia a mi papá y ambos se me quedan mirando para ver si reaccionó igual, pero nada que ver. Estoy serio y no tengo ni una pizca de humor.

—Ay, señor French usted es tan chistoso —comenta Trey muerta de la risa—. Creo que Robert está desanimado, quizás necesite quitarse todo eso de encima para ser él otra vez. Supongo que odia demasiado no hacer nada y por eso está así. Pero yo tengo una idea súper genial para que vuelva a sonreír. Me he inscrito en unas clases de baile y lo podría llevar para que se ría de mí haciendo el ridículo. Y no se preocupe por él, cuando uno es adolescente es estúpido, eso se le pasará. En cuanto a su mejor amigo, es preferible no hablar de ese traidor repugnante y concentrarnos más bien en lo que necesita Robert.

Trey sigue hablando con mi padre y ya casi que ni escucho, porque mis pensamientos se dirigen hacia otro lugar. ¿Por qué mi padre lo sabe? ¿Por qué no me lo dijo antes, cuando él estaba aquí? ¿Por qué ha escrito esas cartas? A veces quisiera tener el don de leer mentes y saber lo que piensan los demás, para poder entenderlos.

—Aquí tienes, cariño. Dos cartas más —oigo la voz de mi madre, pero no quiero verla para que no se ponga triste de nuevo.

—Gracias Monik.

—Los dejamos solos, trata de que coma algo, por favor. Está sensible últimamente y no quiero que su madre vuelva a partir otro plato.

—¡Sí!, yo me encargo.

Escucho el cierre de la puerta y hago un esfuerzo por girarme hacia el otro lado para ver a Trey.

—Otra vez está escribiendo, Robert.

—No me interesa. ¡Quémalas!

—Es imposible que lo olvides, Robert. Te la pasas todas las noches pronunciando su nombre, sé que es un idiota y no me cae muy bien que digamos, pero debemos saber lo que está diciendo. Por lo menos éstas dos. Y si quieres le decimos al cartero que no las traiga más y se acabó el asunto.

—No quiero saber nada de él, Trey.

—Iré a buscarte la comida.

 




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