La Mega tumba
Entrar en el campo supone estar preparado, física y mentalmente, y olvidar todo aquello que me hace daño. Veo a Trey junto a los chicos en las gradas, los tres gritando mi nombre y con una pancarta que dice "Robert tú puedes" y alzando la mano para que yo haga lo mismo. A veces quisiera ser como ellos y no tener preocupaciones, ser feliz y tener tiempo para ayudar a otros.
Lastimosamente, no puedo sonreír, ver los paisajes y sentir la calidez de la naturaleza. Intento despertar, sentir que estoy vivo, pero es todo lo contrario. Parezco un zombi, ya mi rostro no tiene brillo, mis cabellos pelirrojos están muertos, les hace falta un salvador que los cuide y proteja.
—¿Estás bien Robert? —me pregunta uno del equipo y asiento con la cabeza—. Ánimo, hermano. Nos van a aplastar, pero nunca vencerán.
Todos empiezan a cantar "Somos los azules y venimos a destrozarlos", mientras el coro de las gradas lo sigue. Aquí todo el mundo anda como si hubiesen ganado la Copa Mundial, la energía positiva que se siente es impresionante, me contagia un poco, pero no del todo. Estar aquí me trae muchos recuerdos. Ya quisiera olvidar todo de una buena vez. Fingir demencia, volverme loco.
El juego inicia con ritmos cardíacos elevados, correr me ayuda a drenar toda la ira que siento dentro de mí. Soy aplastado por un grandulón, quien luego me ayuda a levantar y se va con su equipo. No he corrido ni diez minutos y las gotas de sudor empañan mi rostro a grandísima velocidad.
Me noquean dos y tres veces, pues siempre me pasan el balón a mí, porque soy veloz y puedo anotar. En el pequeño receso, tomo agua como si nunca lo hubiese hecho. Escucho las palabras del entrenador y me animo más.
Escucho las voces de mis padres, Trey, Bin y James, quienes están dándome ánimos. Al fin, mis papás entendieron que deben sentirse orgullosos de mí, por lo menos están aquí apoyándome y me siento muchísimo mejor.
—¡Robert, Robert, Robert!
—¡VAMOS AZULES! ¡AZULES! ¡SIIIIIII!
Correr, atrapar la pelota, seguir corriendo, volver a tenerla en mis manos, seguir, avanzar, noquear dos y tres veces seguidas. El juego 0 a 0. Volvemos a reunirnos con el entrenador. Nos grita, nos mata con la mirada. Debemos ganar para clasificar en la ronda y así continuar para el trimestre que viene. Tenemos dos meses de vacaciones y después clases otra vez.
—¡AZULES, AZULES, AZULES, AZULES!
Los gritos, la bulla, la pelota en mis manos, corriendo como si se fuera a acabar el mundo. Todos contra todos. Golpes, patadas, más golpes. Duele, pero sigo hacia adelante y no me detengo hasta que finalmente anoto. Mi equipo se abalanza sobre mí y siento que mis costillas se están partiendo. Continuamos el partido y comienza a llover a cántaros. Correr con el campo mojado es un fastidio.
Finalmente, ganamos. Me voy a cambiar para reunirme con mi familia. Me siento exhausto, pero no me importa. Todo el esfuerzo que hice valió la pena. La ducha es fría, justo lo que necesito, tengo el cuerpo empegostado y no lo soporto. Luego de la ducha, vestirme ligero, bajo las escaleras que conducen hacia el pasillo principal y todavía se escuchan los gritos de la gente. Ya quisiera que todo en mi vida fuera así de fácil.
Mi familia está en el estacionamiento principal conversando con otros padres, orgullosos de sus hijos. Trey está sonriente y no puede creerlo.
—Estuviste fantástico —me felicita.
—Increíble! Jamás ví un partido tan intenso como éste —comenta Bin sosteniendo la pancarta—. ¡De lujo!, en serio.
—¡Sí!, fue genial. Lo grabé todo.
En casa celebramos con una cena a gran escala. Hay de todo y como hasta reventar. Debería comer saludable, pero al diablo con eso, necesito grasa y colesterol en mi cuerpo. Adoro todo lo que es frito, dulce, salado, como sea, amo comer y listo. No necesita explicación. Puedo ir a cualquier restaurante y comer con gusto.
—¿Qué haremos en tu cumpleaños? —le pregunto a Trey.
—Lo haremos en nuestra casa, no tiene muchos adornos, está libre y mamá no se enojará con nosotros —sugiere James—. Al final nunca se vendió.
—¡Sí!, será épico —lo sigue Bin.
Asiento con la cabeza como respuesta y los tres se ponen muy contentos. Ya están pensando en todo.
—¿Estás bien? —me pregunta Trey acostándose a mi lado, con un pote de helado en sus manos.
—¡No! —le respondo con sinceridad—. Todo esto me trae recuerdos: el juego, comer, celebrar.
—Dejemos de pensar en él. No vale la pena. Además, ya estamos de vacaciones y debemos disfrutarlo a lo grande.
Para ella es fácil, yo tengo una maldición en el pecho que no se me quita con nada.