Azul

América

América

Cada palabra plasmada en mi mente va vagabundeando sin cesar bajo la superficie de la hoja en blanco y se va transformando en un sinfín de versos inexplicables. No entiendo por qué estoy escribiendo para desahogar mis penas y mandar al infierno la poesía de las miradas explícitas. Según mi madre, me ayudará en un futuro y podré sanar el dolor.

Termino la primera hoja y la guardo en mi gaveta, junto con otras que contienen escritos ridículos, puesto que no sé cómo se debe iniciar esto, así que hago lo mejor posible y me atrevo a hacer esto como un ejercicio.

El tiempo va transcurriendo con prisa, breves momentos que atesoro como a nada, en cientos de fotografías. Estamos en verano, el sol, las nubes se ven claramente y no entiendo por qué yo veo las cosas en blanco y negro, cuando debería ser a color.

—¡ES MI CUMPLEAÑOS! —grita Trey emocionada, pues está demasiado feliz y no puede creerlo. Le doy mi obsequio y ella me abraza—. ¡DIOS MÍO! ¡DIOS MÍO!

Sí, es un maletín de primeros auxilios equipado con implementos que podrá utilizar cuando estudie en la universidad. Sigue gritando y dejo que lo haga, a pesar de que me aturde demasiado.

—Desearía que estuvieras feliz, me preocupas.

—Tú eres importante hoy. Yo estaré bien.

—No me cansaré jamás de obtener información confidencial —ella jamás se rinde y hará lo imposible por saberlo más rápido.

Desayunamos algo especial por la celebración. Me siento un poco melancólico con estas fechas. Generalmente, iba de viaje con él, pues mis padres siempre me dejaban ir porque ellos tenían que trabajar. Ahora todo es diferente.

—Robert —me dice Trey en voz alta. Casi no le estoy haciendo caso a lo que dice, pues mi mente está en otro lado—. ¿Dejarás de pensar que fue culpa tuya?

—Estaba pensando en otra cosa —le contesto.

—Iremos a la playa y estaremos bien.

—¡Genial!

Camino a la playa, junto con los chicos, quienes ahora se la pasan con nosotros, van felices porque desean surfear un poco y pasarla bien con Trey en su cumpleaños. A veces, quisiera tener ese espíritu y la posibilidad de hacer lo que se me antoje, sin que me traiga recuerdos.

La primera vez que fuí a una playa, la pasé en grande. Aprendí a nadar, me caí muchas veces, pero mi felicidad era lo más genial del mundo.

—Ro, cuidado con las piedras —decía Blaide con su voz de niño.

—Estaré bien. Tengo seguro médico.

—No quiero que te pase nada. Me moriría si te pasara algo. Lo digo en serio.

Teníamos nueve años. Éramos felices y no lo sabíamos.

Llegando a la playa oeste, estaciono el auto en un lugar seguro y visible. Ellos se van a nadar inmediatamente y yo me quedo acostado en la arena viendo el cielo. No deseo bañarme en el mar, quiero estar en el sol y que me queme hasta que mi piel se ponga roja.

¿Qué estará haciendo en este momento?, ¿sabrá que aún lo extraño?, ¿si le importo quizás? ¿Por qué todo es tan diferente ahora y no puede ser como antes? ¿Por qué el amor duele tanto? ¿Acaso nacimos para amar y luego despreciar? No tiene lógica, ni hay manera en la que el universo junte dos estrellas y las lance al más allá, separadas por millones de kilómetros.

Quisiera entender el destino, alguna señal, una ilusión, una manera en que pueda ser feliz, sin estar con nadie y olvidarme por completo de él.

Esta mañana he vuelto a soñar con Blaide. Él parece estar muy feliz, porque evade mi mirada y cree que soy invisible. Las esperanzadoras palabras de su familia me reconfortan, pero aun así sé que no es más que una falsedad.

Ellos puede que sepan que nos amamos con toda el alma, pero su hipocresía es grande porque sé que desean separarnos. Parece no creer en nadie, está muy serio y demasiado concentrado. ¿Estará así en estos momentos? ¡No lo sé! Sólo soñé con verlo y más nada.

Estoy aquí en la arena tratando de comprender por qué no tengo oxígeno y por qué no puedo ser feliz como los demás. Todos andan con sus parejas de lo más contentos, parece que no les importara más nada. ¿Así era yo cuando estaba con él?

Ya desearía no haber soñado con su hermoso y angelical rostro. Lo quiero en carne y hueso, que pueda sentir sus pulsaciones, abrazos, besos, caricias, que todo sea real y no ficticio. Eso es lo que más deseo en este mundo.

Los chicos aparecen de nuevo, todos mojados y contentos. Trey parece ser otra persona y quizás éstos dos la hagan sentir mejor.

—¡Es genial! Allá en Rusia no teníamos esas olas. Aquí todo es más divertido.

—Y menos frío, hermano.

—¡Sí!

—¿Rusia? —pregunto y todos se me quedan mirando. Trey se muerde los labios y mira a Bin y a James.

—Blaide está en Rusia, Robert —me contesta Bin.

¿Por qué estaría allá? Él detesta a esa familia, son unos malnacidos todos, aunque me habló muy poco de ellos, con lo poco que me dijo, comprendí que eran peor que un dictador.

—¿Qué hace allá? —los tres intercambian miradas y no comprendo nada—. Él detesta Rusia.

Bin me muestra su Instagram y aparece muy contento con la misma chica. Al parecer, todo está perfecto en su vida.

—Nosotros nos vinimos porque detestamos ese país.

—Ahora todo encaja —murmuro—. Ya no me extraña más.

Unas cuántas lágrimas se posan sobre mis mejillas y me quedo allí viendo el mar. Bin, James y Trey intentan conversar animadamente, olvidándose de la foto. Yo los entiendo, no es su culpa. Son decisiones y se respetan. Él lo quiso así, pues bien, por él.

Se hace de noche y volvemos a la casa para picar el pastel. Mi madre se ha fajado con eso, pues le quedó riquísima. Yo me voy a mi habitación, antes que los demás. No estoy de humor para nada. Enciendo el televisor y lo dejo en un canal musical.

La música empieza a sonar y me pongo a llorar. No sé cuánto tiempo estoy acostado. Trey aparece con más pastel y le pido que me preste su teléfono.




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