Chef
Estar enamorado duele, enferma, te destruye, es bastante masoquista. Por eso, creo que no volveré a enamorarme jamás en la vida, porque no quiero ser hipócrita y fingir que todo es perfecto. Lo lamento, pero no creo en el amor rosa.
Agarro mi maleta y salgo de mi casa, sin que nadie se entere. Me voy un tiempo, sé que tengo los estudios y el entrenamiento, pero en estos momentos no tengo ganas de hacer nada y los profesores entenderán, tengo casi todas las materias eximidas, así que no hay problema. Prendo el auto y empiezo a recorrer el pequeño pueblo que una vez me acogió.
Voy por la carretera sin rumbo fijo, tengo suficiente dinero en efectivo de lo que he reunido en estos tiempos y le quité la tarjeta de crédito a mi padre, dudo mucho que se moleste conmigo y, si lo hace, pues ya el daño está hecho.
Me detengo en una gasolinera para comprar algunas cosas y tener reserva de comida para la noche. Será un viaje largo y agitado. No pienso salir de América, así que no tengo inconvenientes con mi pasaporte. Sólo espero que nadie me persiga y me dejen en paz. Aprovecho de apagar mi celular, así será mejor para mí, al no tener que darle explicaciones a nadie. Necesito un tiempo a solas, para reflexionar, recapacitar, aprender y no cometer errores que frustrarán mi vida para siempre.
La noche es joven, sin estrellas y todo está perfecto. Siento que soy libre, sin nadie, todo está excelente.
Cuando llego a otra ciudad veo moteles y decido quedarme en uno de ellos por una noche, no deseo conducir muy tarde para evitar que pueda ocurrirme un accidente. Pido una habitación y me instalo para poder dormir y no tener pesadillas. El sueño llega hacia las dos de la madrugada, cuando caigo profundamente en los brazos de Morfeo.
Al día siguiente, me levanto muy temprano, me doy una ducha bien caliente y agarro de nuevo carretera. Todo está solitario, mucha gente no viaja en esta época del año y se siente mejor aún. Continúo mi paseo de aventuras, estaciono de vez en cuando en alguna playa y me detengo a observar el mar, tan apetecible y deseoso.
Me hace recordar una vez que Blaide y yo nos aventuramos a visitar una, a escondidas de nuestros padres. Ese día la pasamos genial. Extraño esos momentos en que éramos sólo él y yo.
Una lágrima corre por mi mejilla. Ahora siento que lo extraño más de lo que debería, sé que sólo ha pasado un día en que no sé absolutamente nada de él, pero si sabe mirar más allá, sabrá que estoy bien.
Una parte que me encanta de Blaide es que no te cuestiona las decisiones que tomas, tampoco te regaña y sólo su sonrisa es un "cuídate", "no hagas cosas de las que después te puedas arrepentir"; por ello, he mantenido mi firmeza en seguir hacia adelante y no rendirme ante los problemas que se me presentan en la vida. Quizás es una pequeña enseñanza.
Mi corazón y mi suspiro son parte del dolor que siento, es como si me quemaran el pecho con algún objeto de metal y perforaran todos mis sentidos. Yo sé que Blaide no desea casarse con ella, pero lejos de cometer esa locura, ¿cómo es que llega a hacer algo tan estúpido como eso? Yo soy el que debería estar casado, si al caso vamos.
Continúo el viaje y llego a otra ciudad donde la gente vive agitada todo el tiempo. No me quedo mucho tiempo allí y sigo manejando hacia un destino de paz y tranquilidad. Nuevamente, en la vía hacia la autopista, siento deseos infernales de no volver y de quedarme por aquí para siempre, es como un lugar de libertad, felicidad y paciencia. Yo mismo me soportaría y estaría muy feliz. Eso sería estupendo.
Y, por otro lado, las ganas inmensas de tomar a Blaide por los brazos y atraerlo a mí como un imán, besarlo sin descanso, hacerlo mío y no separarme de él más nunca en la vida. Ganas de quitar a esa chica de su lado y que desaparezca de nuestra vista. Sólo que soy demasiado cobarde y no me atrevo, es por eso que huyo como un idiota sin rumbo fijo, sin tener un futuro.
Estaciono el auto cerca de una playa azulada con vista perfecta hacia el horizonte. Al verla, me da tantas ganas de nadar y llegar hasta un arcoíris, posarme sobre él y sonreír. No hay gente, no hay restaurantes, sólo el océano, mi auto y yo. Aprovecho de comerme un snack que compre en el motel y, al hacerlo, se me vienen tantos recuerdos, tantas anécdotas, que es imposible no llorar por esto.
Blaide ha sido mi alma gemela, la vida entera, el sol radiante, el amanecer lleno de colores y el río de mis lágrimas. Es difícil aceptar que amas a una persona, querer ser fuerte, tratar de olvidarlo y, por más que no desees sufrir, sigues amándolo sin proponértelo.
¿Será verdad que me deja por ella y no es un sueño? ¿De verdad cree que seré su padrino?
—Yo sólo escribí un par de cartas Ro —confiesa Blaide.
No dejo de pensar en su respuesta. No puedo quitarme de la mente su bello rostro diciéndolo con una espléndida sonrisa. Hay tantas cosas que quisiera olvidar, pero es imposible.
—Quisiera que todo fuera un sueño —le digo al viento, que es el único que me escucha.