Espejos invisibles
—No he sido totalmente sincero contigo Robert, y ya es momento que sepas toda la verdad —me dice Blaide.
Allí estamos los dos sentados, mirando hacia el océano azulado y el atardecer lleno de fulgores coloridos. Ya quisiera que mi sufrimiento se acabara con su confesión. Juro que no quiero alejarme de él, lo necesito demasiado. Si se va, me voy a desmoronar más de lo que ya estoy.
—Mis padres... —comienza viendo las cenizas que lleva en una caja de madera sellada—, no eran mis padres, Robert —lo intento interrumpir y me tapa la boca con su mano derecha—. Ellos eran unos vecinos, que me protegieron cuando mis padres murieron. Yo soy el único que no soy su hijo biológico, Bin y James sí lo son. Me ha costado esto, porque nunca conocí a mis verdaderos padres. Sólo tengo una foto de ellos, sólo son un recuerdo, estuve con ellos pocos años, pero mi memoria no es tan buena como para recrear esa felicidad. Aunque estos vecinos se quedaron conmigo y me educaron como nadie en este mundo, y se los agradezco, creo que no es lo mismo.
—¿Cuándo lo supiste? —le pregunto.
—En Rusia, me llevaron a sus tumbas. No sabía nada, siempre pensé que ellos eran mis padres, pero nunca me dijeron la verdad. —Me muestra una foto de sus padres y el parecido es maravilloso—. Es por ello que me fuí para allá. Mis padres de crianza hicieron todo lo posible por verme feliz y, aunque he cometido errores contigo, no era bueno seguir escondiéndote esto.
Su padre es la copia exacta de Blaide, el cabello rubio, largo y la nariz perfilada, misma sonrisa. Su madre es rubia también, un gesto que hace con la boca, lo hace su hijo hoy en día. Jamás pensé que esto sería verdad, es como si se tratara de un sueño del cual me cuenta sus más profundos secretos.
—Pero lo sospechabas, ¿cierto?
—Sí, no sentía que eran mi familia, teníamos nuestras diferencias, gustos particulares y una forma de hablar que no concordaba conmigo, pero me quedé callado y nunca pregunté. Siempre surgía en mí esa duda y fue resuelta hace meses.
—¿Qué harás?
—No quiero que seas engañado por mi culpa, Robert. Lamento no contarte mi inquietud antes, pero no deseaba involucrarte en esta pesadilla. Si hubiesen sido mis padres reales, no estaría sonriendo como lo estoy haciendo ahorita contigo. Estaría destruido y lo sabes, no soy de estar expresando mis emociones a todo el mundo y ellos merecían mi respeto. Me criaron, fueron buenos conmigo y se los agradezco.
Blaide se levanta y esparce las cenizas en el mar, el viento no las detiene y deja que fluyan con las olas. Su cabello rubio y largo se ondea sobre la brisa fría. Lo dejo allí para que reflexione, no tiene caso que lo moleste en un momento tan incómodo como éste. Nunca lo he entendido en su totalidad, siempre hay un halo de misterio y secretos en él.
Mi mejor amigo es sincero, honesto y buena persona, pero quizás no quiso decirme nada porque sabía que yo insistiría en el tema. Por una parte, me alegra que sólo se haya ido por ese asunto, aunque él no sabía.
—Raider no es mi apellido real, pero no lo cambiaré. El otro, lo llevo en mi corazón y se quedará allí para siempre —me confiesa y me enseña otra foto de él cuando estaba recién nacido y por detrás de la fotografía está su nombre en ruso.
—¿Por qué ahora?
—Eres mi única familia Robert. Mereces saberlo todo.
—Tienes a los chicos también.
—Sí, es cierto, ellos son importantes y les tengo mucho aprecio, pero tú englobas mi vida, Ro. Eres como un imán para mí, me atraes de una forma de la que no puedo escapar.
—¿Por qué no te vas a casar?
—No quiero casarme ahorita, Robert. Soy muy joven, tengo que graduarme, ser alguien en la vida, tener mis cosas, pensar en mí. Además, a ella no la amo y no tiene caso que lo haga, cuando no tengo una pizca de sentimiento por ella. Quiero vivir mi vida como siempre he querido, hacer cosas, perseguir mis sueños. Quiero que vivamos nuestra juventud lo máximo que podamos, quiero que estés conmigo en esta aventura.
Asiento con la cabeza.
—¿No eres un sueño, ¿verdad?
—No, los sueños son fantasiosos y en ellos pasan cosas inexplicables.
¡Sí! Ya viene con su cátedra de los sueños.
—No sé cuál sea mi sueño Blaide.
—Yo tampoco. Eso lo hace más divertido, ¿no crees?
Al menos no soy el único que no sabe qué hacer con su vida. Me siento un poco mejor debido a su confesión y a sus secretos compartidos. Siento que mi corazón está aliviado, feliz y sé que todo funcionará, si estamos juntos en esto.
Nos quedamos viendo fotografías y riéndonos, sin importar cuánta tristeza sintamos respecto al tema. Sé que él está dolido por dentro, lo sé porque su mirada, sus ojos, sus labios no muestran lo que ví antes. Blaide cuando está feliz, usualmente le gusta estar acostado, tranquilo, sin presentar una sonrisa y cuando está triste hace todo lo contrario: se pone activo, hace cosas que no debería hacer y dice cosas que no debería decir, se expresa espontáneamente.
—Después de todos estos meses, nunca dejaste el escarabajo solo.
—Era como si tú estuvieras allí todo el tiempo.
—Volvamos. Tus padres necesitan de ti. La cobardía no funciona en ti, Robert. Los problemas hay que enfrentarlos, la solución se encontrará en el camino y a medida que hagas lo que tú corazón te dicta. Tú eres mucho más que eso y puedes ser quien tú quieras ser.
Sí, Blaide actúa como un padre cuando se trata de mi rebeldía. Es difícil para mí no ser un cobarde.