Estrellas fugaces
La vida sigue como la raíz de un árbol al crecer. Han pasado siete meses desde que estoy nuevamente haciendo cosas que jamás pensé que haría. Me he dedicado a jugar como nunca, he quedado en una universidad del sur y me ha ido bastante bien. Siento que puedo respirar un poco de aire, pensar en él, sentir que mis pulmones están activos, llorar de vez en cuando, mientras los recuerdos invaden mi mente.
—Robert, nos vemos a las ocho. No faltes —me recuerda Peter.
—¡Seguro! —le respondo sin pensarlo dos veces.
Tener nuevos amigos me hace sentir bien, son buenas personas y han absorbido todas mis tristezas. Nunca pensé que podía relacionarme con alguien más que no fuese él. No he sido capaz de pronunciar su nombre, me duele tanto que es preferible no decir nada. Aprovecho de llamar a mi familia para que sepan que estoy bien.
—Te tengo una excelente noticia —comenta mi madre—. Vamos a visitarte en Navidad, ¿no es genial? Fue idea de tu padre.
—Gracias madre.
—Justin, no hagas eso.
—Nos vemos, madre. Te quiero.
—Cuídate cariño. No llores tanto, que te secarás.
Mi madre sabe cómo me siento, creo que ha sido la única que quizás me ha entendido del todo. Mi padre porque es un hombre que no se expresa en ese tipo de situaciones, es más de texto y ya.
—Te quiero, hermanito. Cuando te vea, al menos sonríe para mí. ¡Promételo! —le dice Trey.
—¡Lo prometo!, hermanita querida.
Cuelgo y me acuesto en mi cama. La soledad a veces me perjudica mucho, he visto tantas series, películas, que quizás mi cuarto se puede inundar de agua en cualquier momento. Aprovecho de recoger mi habitación, dejar todo intacto, porque saldré esta noche y volveré mañana, odio tener que limpiar cuando me duele la cabeza de tanto beber.
Me visto con mi mejor ropa y salgo con la cabeza abajo. Ya casi no miro a las personas, si tropiezo con alguna, pido perdón.
Veo un taxi y le hago señas para que se detenga. Es mejor tomarlo para no caminar tanto. Ando muy débil últimamente y no deseo desmayarme. Indico la dirección y cuando llego me siento aliviado, porque he sobrevivido diez minutos.
—Robert, viniste. ¡Es genial!
El ambiente para ellos es lo máximo, mientras que el mío es pensar, sonreír falsamente y tratar de entender a mi corazón.
Bebo las dos cervezas que me corresponden, y como en el lugar hay mucha gente, me retiro y salgo hacia afuera para que la brisa me abrace un poco.
—Ro, despierta. Iremos al parque hoy.
— ¡Déjame dormir!, ¡Tengo sueño!, ¡No quiero!
— ¡ANDA!, ¡ANDA!, ¡ANDA!
— ¡NO QUIERO, TE DIJE!
—BUENO, ESTÁ BIEN. ¡NOS QUEDAMOS!
Sí. Soy un completo idiota. Pensándolo bien, siempre hacía que todo fuera estupendo y yo arruinando sus sorpresas. No digo que me dé un puñal en la espalda por ser un egoísta, pero éste castigo lo estoy sufriendo yo. Fui yo quien causó daño y él tiene su corazón en paz.