Azul Violeta (cuarto Libro)

IV.- Rompecabezas de felicidad

King y yo nos casamos a los 18 años.

En nuestro país era común pensar en casarse a esa edad para abandonar el hogar paternal y las órdenes maternales.

Llegué al país a una edad muy temprana y King vivía cerca de mi casa. Él ya usaba ese nombre, no porque fuera particularmente guapo o elegante sino que todos debía mirarlo a él o eso decía.

En secundaria nos convertimos en novios. No quisiera recordar lo distraída que fui al momento en que me lo pidió. Fue tan gracioso.

— Tallulah, si mañana fuera el fin del mundo, ¿qué harías antes de que llegará?

— Comería enchiladas...— respondí inocente.

King rio a más no poder hasta que Tallulah se enojó. Esa no era la intención pero sentía que si respondía de alguna otra manera todo sería malinterpretado así que optó por hacerlo reír.

Tallulah asistía a clases extra de matemáticas y siempre salía tarde de la escuela a la que asistía. Algunas veces King iba a acompañarla hasta que esté comenzó a ir a clases de pintura. Se sintió algo abandonada por su único amigo varón.

Empezó a buscar excusas para pasar más tiempo juntos pero King las ignoraba olímpicamente parecía herido por la respuesta tonta de días antes.

Yo, me sentía sola. Deje de ir a clases al grado que mis padres me gritaron, lo mínimo que debía hacer era graduarme de secundaria. Después empezar la preparatoria y graduarme, no pedía grandes calificaciones solo que cumpliera esos dos requisitos.

 

Semanas más tarde vi a King. Me saludo con la mano y llevaba un lienzo en la otra. Estaba dibujando a lápiz alguna forma que no distinguía. Lo seguí a su casa y me di cuenta de cuan sola estaba. Él nunca mencionaba a su familia.

— Dime Tallulah, ¿Pásate tus exámenes?

— No, deje todos en blanco, mañana llamarán a mis padres.

— ¿No te arrepientes?

— No...Dame refresco

— ¡Ya sabes dónde está la cocina!

— Entonces prepara chocolate caliente, tengo frío

— ¡Es verano!

— ¡Dije que quiero chocolate caliente! — ordeno molesta.

King bajo a la cocina. Había estado muchas veces en su habitación. Encontré una pintura terminada. Tome un pincel con pintura negra. Escribí:

"¿Qué harías si mañana fuera el fin del mundo?

Te comería a besos... King"

Tallulah salió casi corriendo de la casa. King solo escucho que la puerta se cerró así que corrió a ver qué había sucedido. Entro a su habitación y vio su mejor trabajo para el concurso rayado. Rió con ganas. Tomo el mismo pincel y escribió:

“Yo también”

Tal vez mi historia de amor no fue extraordinaria.  De hecho el trabajo donde hice mi declaración era para un concurso y perdió por presentarlo de esa manera. Mientras estaba en casa fingiendo estudiar él llegó vestido con un traje. Mis padres lo recibieron y lo hicieron entrar.

— Mi plan para el futuro es casarme con Tallulah y convertirme en un famoso artista plástico.

Una declaración, no una petición.

No sé si me dio pena que fuera en traje o lo que dijo. Mis padres rieron a más no poder pues no se abotono bien la camisa e intento ocultarlo con la corbata. Empezamos a salir y yo opte por entrar a un curso de dibujo. Quería que él se apoye en mí como yo me apoyaba en él.

 

Pasaron los años y ganó la fama que siempre quiso. Sin embargo, algo aún se sentía vacío, ya teníamos éxito profesional pero sentía que a nuestra familia le faltaba algo.

Decidimos tener hijos. Queríamos tener uno. Por tres años lo intentamos y notamos algo extraño. Por iniciativa de él, fuimos a consultar con un especialista y no estaba preparada para el resultado.

King es estéril.

Jamás se nos pasó por la cabeza y me imagina lo agobiado que estaba. Sentía que no podía ayudarlo y se refugió en el trabajo lo más que pudo.

Ambos tuvimos la opción de llevar tratamientos para la fertilidad pero decidí no hacerlo. Le expliqué, además de agotamiento físico, también sería emocional y mental. No estaba lista para ello. Él acepto y lentamente nos fuimos olvidando de la idea de tener una familia propia.

 

Llegamos a conocer a un joven extraordinario pero con una lengua afilada. El tiempo que estuvo aquí nunca lo escuché decir ninguna palabra bonita o un cumplido pero siempre miraba su teléfono.

— Oye, ¡deja de distraerte o te caerás!

Advirtió King mientras pintaba una escultura.

Ese chico llamado Alejandro Blau, no sé cómo le hizo para que King lo aceptara como aprendiz, él no los quería porque trabajar en esculturas y pinturas es un trabajo sin horario y muy duro, pero él se quedó aquí. Para mí, aún será un misterio.

Nos platicó que en la universidad se enamoró de una mujer a la que lastimó mucho y esperaba un día en el futuro hacer algo para compensar el dolor que le causó. Nos mostró una foto y ella tenía una sombra extraña en sus ojos, parecía alguien que se había rendido en la vida, alguien que se esforzaba por continuar cada día.

Después de que su pasantía termino Alejandro y Gabriel dijeron que ella seguramente iría a ese lugar y pedía que le diéramos una oportunidad. King acepto.

Así fue, llegó una mujer muy joven. King se encontró a gusto con ella y le propuso la idea de formar un comité de artistas independientes que protegiera sus trabajos así como sus datos personales.

Ella lo ayudo en todo lo posible hasta que dijo que ya no trabajaría más allí y se mudaría a otro país. King se había encariñado con esa chica pero dejar que se quedará allí lo pondría aún más triste pues era ella la que quería conocer más.

Hablamos varias veces a la semana por teléfono. King la veía como a una hija. Un tiempo más tarde recibimos un mensaje de Alejandro diciendo que se reencontró con Christine y nos envió una foto.




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