Azul Violeta (cuarto Libro)

XLIII.- Descubriendo talentos

Ryusui estaba preparando el desayuno.

Los últimos días Christine se había quedado a trabajar en la galería preparando su primera exposición. Llevaba muchos años pintando y haciendo ilustraciones además de trabajo de varios tipos pero hasta ese momento Alejandro la convenció de la exposición.

— Papá, ¿dónde está Yuu? Necesito que me ayude con la tarea — pregunto Jun quien se levantó temprano con ese propósito.

— Está durmiendo. Hoy sus clases comienzan hasta el mediodía. — Comento — pregúntale a Anya. ¿O te puedo ayudar yo?

— Ayúdame. Es sobre la teoría del color y fragmentación de la luz. — dijo. Jun estaba en secundaria. Era realmente flojo para buscar información pero bastante inteligente como para entender las cosas después de leerlas una vez.

Ryusui le explicó todo lo que recordaba y después llamaron a los otros para desayunar. Ese día Anya tenía una revisión en el hospital así que faltaría a clases, esta vez la acompañaría su padre. Su cirugía salió bien pero no podía tocar su instrumento como antes por ello, algunas veces viajaba con Dove para aprender más sobre su forma de tocar y redactar críticas y reseñas. Se había mostrado muy interesada en la crítica musical que Dove señaló su interés en ocasiones siendo Christine quien permitió esos viajes si eso la hacía feliz.

Yuu estudiaba en la preparatoria. No asistía ninguna clase extra o practicaba algún deporte. Solo era un alumno dedicado. Poco a poco entraba en sus dilemas de que haría de su vida pues no había nada especial que le gustará ejercer. Hasta cierto punto lo consideraba extraño pues sus compañeros de clases tenían claro a lo que querían dedicarse y buscaban maneras de obtnerlo.

— Ahora... necesito pintura. — pidió Jun. Estaba revisando los materiales que le pidieron y necesitaba pintura para su clase de dibujo.

— Está abajo. Solo avísale a Mamá que tomarás las pinturas.

— Ok...— decía mientras bajaba.

Christine hizo su aparición tan joven y bella como siempre también sin cafeína en su cuerpo. Los saludo a todos, dejo sus cosas y volvió a salir.

— Papá, ¿vas a salir? ¿A dónde irás hora? — pregunto Anya.

— A Macao. Estaré allí durante medio mes...— ojalá pudiera llevar a Christine, le gusta apostar.

Escucharon un grito abajo. Ryusui bajo rápidamente. Jun había tirado algunos cuadernos que Christine olvidó guardar en el taller.

— Perdón, no los vi. — se disculpó asustado. Tampoco encontró pintura.

— Llévalos al taller. Tu madre fue para allá. — le pidió Ryusui y todos volvieron a subir.

Jun salió de la casa. Sabía que su mamá pintaba cuadros muy detallados y la recordaba siempre trabajando mientras los cuidaba, era capaz de dejar de pintar solo para jugar con ellos. Hasta ese momento no se había molestado en involucrarse mucho en su trabajo. Llegó al taller. Entró y vio a su madre junto a Alejandro moviendo algunos cuadros que aún no se vendían.

— Mamá, tus cuadernos se cayeron. — le dijo y los mostró.

— Puedes ponerlos en la mesa. — le pidió. — Ryu me dijo que necesitas pintura, está allá en ese estante pero no olvides cerrarlo.

— Ok...— y camino hacia allí. Christine iba de un lado para otro moviendo trabajos. No se imaginaba cuánto tiempo llevaba sin dormir o cuánto trabajo había hecho los últimos días. Ella no los obligaba a asistir a eventos donde apreciaban sus pinturas pues a veces resultaban muy tediosos incluso para ella.

Los últimos años, ella aprendió mucho de su familia y viceversa. No los obligaba a nada y le parecía que al menos eran suficientemente responsables de sí mismos. Según Ryusui, aprendieron de ella a ser buenas personas gracias a su ejemplo. Alejandro también los vio crecer y compartía la idea de que los hijos no deben dedicarse al trabajo que tiene los padres o de verdad lo van a odiar.

Jun tomo las pinturas. Se despidió y volvió a la casa. Pronto volverían a su rutina normal.

La exposición comenzó algunos días más tarde. Se dividía en dos, pinturas inspiradas en pasajes de libros y la clásica silueta sensual de la Reina. Christine prefirió mantenerse al margen como autora que no hacía apariciones públicas y la visito una vez junto a Ryusui para escuchar lo que decían los críticos. Gabriel estuvo allí pero no cruzaron ninguna palabra. La crítica que le dio fue demasiado severa pues cambio un poco su estilo pero también la elogiaba a su modo.

— ¿Jun? ¿Vinimos a ver estás pinturas? — dijo la chica que tomaba su mano.

— Si... pero no me dejan entrar a la segunda sala. — Contesto — vamos Isabel.

— Si — contesto la chica emocionada.

Lo primero que vieron fue un cielo color dorado con minúsculos puntos brillantes que apenas se distinguían a la vista. Después miraron a una pareja que miraba fijamente un caracol transportando su casa. Se podían distinguir claramente las líneas de expresión del hombre y la mujer así como las arrugas del caparazón.

Una en particular, le llamo la atención. Solo era un cometa visto a través de un telescopio, al acercarse a mirar en detalle podía sentirse que de verdad estaba mirando el espacio a través de un lente.

No había sentido hasta ese momento la necesidad de crear algo con sus propias manos. Quería sentir y escuchar los elogios que le daban a esas pinturas. Quería mostrar que sus manos también son hábiles. Ver esas pinturas le hizo pensar el tiempo y la habilidad que puso solo para crear ese efecto.




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