Azul Violeta (tercer libro)

XXXIV.- Palabras de compensación

— Hmmm Alejandro, ¿solo tienes esto de comer?

— Pues si no te gusta, cocina algo...— respondió desde la sala.

Myra tenía unas ojeras de las cuales cualquier panda estaría orgulloso. Trabajo mucho en esos videos y esperaba que al menos Christine le invitaría una comida. Sin embargo con un "gracias" también se daba por bien servida.

— Alejandro, mañana temprano debemos ir a comprar despensa. ¿Acaso vives de aire?

— No, pero siempre ordeno comida. Ya sabes, ¿no? No sé cocinar. — respondió mientras ponía la comida en el microondas. Viktor debía comer algo.

— Ahhh lo sé. No sé cómo has vivido tanto. — respondió. La comida que encontró estaba deliciosa así que supuso que alguna mujer se la llevó — ¿Estás saliendo con alguien?

— No gracias, mejor cuéntame sobre el clima...

Después de su divorcio, Myra se mudó a Canadá donde trabajaba en una empresa llamada CÓDIGO, allí Víktor está aprendiendo inglés y francés. Pero en el terreno del amor, decidió que ya había tenido suficiente y se dedicaría a cuidar de sí misma y de su pequeño hijo.

Mientras Alejandro se quedó en ese país donde vivía Christine. Estudio mucho el idioma, consiguió un trabajo y sin la ayuda de Kathleen, y a veces de Christine, habría estado perdido con todas las formalidades.

Tampoco se interesaba en volver a casarse, de hecho quería creer que se quedó allí para ayudar a Christine. Le dijo cosas que, por tontas que parezcan, la dañaron mucho y sentía que era lo mínimo que podía hacer como disculpa.

Pensaba en una manera de compensarla pero no se le ocurría nada. De la misma manera que intentaban darle un valor la ser humanos, los daños emocionales no tenían precio.

— Le mandé un mensaje pero no respondió... quizás dejo el teléfono tirado en casa...— decía mientras se servía la comida. — ¡está delicioso!

Alejandro probó la comida. No recordaba haber probado ningún sabor igual. Le provocaba sonreír.

— ¿Cómo habrá llegado a esto? Ella tiene un nulo sentido del gusto. — decía pensativa.

— ¿Qué significa eso? — pregunto mientras servía a Víktor otra porción de sopa.

— Ah, Christine no puede distinguir los sabores ni olores.

— ¿Eso es posible? Pero la he visto probar comida y asegurar que está rica. También esa rara forma de evitar tener perfumes cerca porque el olor lo odia, ¿cómo es eso?

— Ahhh, eso es un efecto psicológico. — Y sirvió café —  ella misma bloqueo esos sentidos porque odiaba comer y ser regañada de manera injusta. Comía sin tomar ningún sabor de las comidas y al momento de cocinar no podía sazonar por qué ella no reconocía lo que estaba preparando. No reconocía ningún sabor.

— ¿Y eso tiene sentido? — Pregunto molesto — si fuera el caso ni podía cocinar.

— Cierto, ella memorizo tantas recetas y mediciones para compensar ese hecho. Ella no pudo disfrutar ninguna comida durante casi 18 años de su vida, inventaba cualquier excusa para no estar en casa, que le gritaran, golpearan... ¿no deberías al menos ser empático?

— Ella no es el centro del universo…— respondió. La chica que conoció en la universidad, aquella que siempre mostraba sonrisas falsas, aún tenía una vida llena de detalles secretos.

— En el tuyo no, pero en su vida ella es el centro y tú solo un adorno...— respondió.

No dijeron nada más.

Alejandro no sentía culpa pero después de conocerla se dio cuenta de cuan injusto fue. De una u otra manera quería hacerle saber que ella es importante, claro, sin ser demasiado obvio.

Myra por otro lado, desde el momento en que confesó la manera en que la traicionó, quería disculparse. Nadie bromeaba al mencionar que esa palabra era difícil de pronunciar en voz alta.

Para ella, la Christine que quedó en su memoria, una joven adulta que era el centro de atención. Siempre risueña, trabajadora, inteligente, elegante y muchas más cosas. No merecía la manera en que la trato.

Pero ella, Myra, no asumiría toda la culpa; él también tenía mucho que decir sobre ese tema. Si no lo hubieran conocido, seguirían siendo amigas como aquellos años.

Después de que Víktor se fue a dormir. Alejandro le sirvió un poco de vino de arroz. Se lo regaló un cliente y hasta ese momento lo probaría. Una vez vio a Christine tomárselo como si nada pero solo pasarlo por la nariz le hacía darse cuenta de lo fuerte que era.

— Te has vuelto alcohólico

— No, Christine lo tomaba y me dio curiosidad el sabor. Es más fuerte que cualquiera que haya probado.

— Hmmm, si pudieras decirle algo a Christine por el daño que le hiciste, ¿qué sería?

— "Oye tú, muchacha...

Sin embargo no continúo. Las palabras rondaban su cabeza pero al momento de decirlas en voz alta se esfumaban. No importa lo que dijera, aún tenía decencia humana y nada de lo que le mencionara sería suficiente para sanarla. Christine también tenía que aceptar lo que le decían y había una posibilidad de que no lo hiciera.

— Yo...tal vez le diría..."Christine... Fue nuestra culpa...




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