Azul y Blanco ©

Prólogo

El lugar está oscuro,  huele a orines y podría asegurar que huele al característico olor metálico de la sangre;  me encontro sentado con las mañecas esposadas sobre una mesa metálica,  ya llevo cómo veinte minutos aquí. 

Me han capturado. Los paramilitares me secuestraron por Metrocentro luego de haber asistido a un plantón,  recuerdo ir a pasos ligeros,  no tuve tiempo de salir corriendo cuándo una camioneta Hilux se me atravesó y de ella bajaron los paramilitares apuntándome con armas de fuego,  Ak-47, Revólver y estoy casí seguro que uno de ellos llegaba un francotirador Dragonov.  Me subieron a la tina dónde me golpearon cuanto quisieron hasta entregarme e intercambiarme por más municiones con los policías. 

Y acá me encuentro,  en el centro de torturas del régimen Él Chipote,  no puedo negar que tengo miedo,  las manos me sudan y siento mareos,  quizás por los golpes que me propinaron los paramilitares o mejor dicho la Juventud Sandinista quién reprime y mata al pueblo con el beneplácito del régimen y secundados por la policía/guardia nacional. 

De repente un estruendo me hace dar un respingo,  dirijo la mirada dónde debería estar la puerta metálica la cuál hace un chirrido al ser abierta lentamente,  entrecierro los ojos para poder intentar ver cuántos han entrado,  comienzo a sudar más. 

— ¿De dónde sos? — me preguntan desde la oscuridad. 

No contesto. 

— Contesta maldito. 

Finalmente encienden las luces,  la luz blanca de la bujías me ciegan haciéndome cerrar los párpados,  cuándo me he acostumbrado e intento volver a abrirlos soy golpeado por un chorro de agua,  debo escupir cuándo percibo qué también son orines,  doy bocanadas para recuperar el aliento y poder respirar normalmente otra vez.  Levanto la mirada,  al hacerlo veo cómo un policía de deja caer un balde con el que pienso me ha lanzado el agua y orines.  Al cruzar miradas,  le dirijo la más desagradable que puedo hacer. 

Se sienta frente a mi.

— Un placer Oficial — digo con asco al dirigirme a él. 

Lo sé,  es irónico ante la situación en la que me encuentro,  pero no puedo no sentir éso por los serviles al régimen. 

— ¿Quién te contrató?  — me pregunta. 

— De qué me van a acusar — digo obviando su pregunta — ¿De terrorista o golpista?. 

— ¡¿Quién te contrato?! — vuelve a preguntar,  está vez casí ha gritado — ¿Fué el MRS?. 

— Soy Autoconvocado. 

— ¿Fue la CIA?.

— No,  me metí en esto porqué ví todas las injusticias y falacias de tu gobierno. 

No dice nada. Sólo se me queda viendo,  cómo pensando en como sacarme nombres o quizás puntos de reunión.  Repentinamente se pone en pié,  por mi parte me sigo mostrando calmado,  aunque tengo miedo.  El policía rodea la mesa hasta estar a mi lado. Tenso mi cuerpo cuándo deja caer una de sus manos sobre mi cabeza,  un escalofrío pasa por mi espalda cuando pasa sus dedos por mi pelo. 

Suelto un quejido cuándo sujeta mi pelo y da un jalón fuerte de mi cabeza hacia atrás. — ¡Ahh! no — me quejo en un gritillo cuándo empuja mi cabeza contra la mesa metálica una,  dos,  tres veces.  Cuando me suelta,  siento mi cabeza dar vueltas,  mi cara arder  y un líquido caliente bajar por mi frente.  

Me ha rajado la frente,  me digo. 

— ¡¿Quién los contrató?! — vuelve a gritar. 

— Ya se lo dije,  soy Azul y Blanco — digo — Agredieron a los ancianos y luego turquearron a los de la UCA. Y no pueden decir que lo inventamos o que nos pica el cul... todos lo vieron. 

— Se lo merecían por golpistas. 

— No tienen criterio propio solo repiten y obedecen a su comandante. Pero yo pienso diferente,  tiene que haber un cambio,  para siempre. 

— Están locos — dice enojado — El Comandante se queda. 

Suelto una carcajada en burla por lo que repite,  se enoja más,  otra vez me toma de la cabeza para estrellar mi frente contra la mesa. La vista se me nubla. 

— Yo-yo pienso diferente — mascullo cuándo recupero el aliento.  Me doy cuenta que más sangre me está saliendo de la frente,  siento el sabor metálico en mi boca. 

— Hablá muchacho y te vamos a dejar ir. 

— Nicaragua no es su finca y nosotros mucho menos su ganado. 

— Me estás colmando la paciencia muchacho — dice para luego volver a sentarse frente a mí — Éramos felices antes de sus protestas. 

— No hable por todos — contesto — Nuestro criterio no se vende por doscientos córdobas o una lámina de zinc. 

Me siento mucho mas mareado.  Parpadeó varias veces. 

— Han matado a tantos — digo apretando la mandíbula con enojo — Pero hay un Dios que todo lo ve y no van a alcanzar en el avión. 




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