Baile y Música

Prólogo

Las pequeñas Barnes estaban encantadas viendo la práctica de una obra de teatro en su escuela a escondidas de su padre, que si se enteraba, seguro las castigaría. La pequeña Maya podía percibir la buena trama, los diálogos y lo exquisito de la jerga, mientras Mía no podía parar de memorizar los pasos de baile para luego intentarlos en su casa y con un poco de dedicación, seguro les saldrían bien. Al terminar la función, ninguna parecía querer irse de su lugar y al mirarse la una a la otra, entendieron que ellas querían participar, pero sabían que su padre no las dejaría participar en algo así o en cualquier cosa relacionada con el arte.

Mientras estaban en la salida de su colegio esperando al señor Esteban, el chófer que las lleva y recoge, a Mía se le ocurrió algo para poder participar.

— ¡Maya! — Gritó la pequeña Mía, asustando a su hermana—. Tengo una idea, papá no se tiene que enterar de que vamos a participar en la obra.

Maya dudó un momento.

— ¿Cómo se lo vamos a ocultar? — Le dijo después de comprobar que su hermana no parecía desechar la idea.

— Las prácticas solo son los lunes y jueves, solo dos horas más después de que salimos. Le podemos decir que tenemos clases extras, seguro con eso se queda tranquilo — Mía estaba muy emocionada de ver que podían participar.

— Pero... las funciones son los sábados — dijo Maya, pensando que Mía no había pensado en eso, pero al ver la mirada que le dio su hermana, entendió que solo van a practicar, pero nunca se van a presentar.

Las dos se quedaron calladas viendo el auto acercarse. Estaban emocionadas, pero al mismo tiempo tristes de saber que quizás nunca iban a poder hacer lo que les gusta sin tener que mentir.

— ¿Cómo estuvieron sus clases, pequeñas señoritas? — preguntó el señor Esteban cuando las dos subieron al auto.

— Bien — respondieron las dos en automático.

Las dos estaban sumergidas en sus pensamientos, pero era muy claro que pensaban lo mismo.

— Mía — susurró su hermana, pero ella no la escuchó.

— Mía — dijo su hermana un poco más duro y tocándole el hombro, asustando así a su hermana, pero dando así a su hermana la oportunidad de seguir.

— Vamos a hacerlo, vamos a ir a las prácticas — Solo eso le bastó a Mía para aplaudir y abrazar a su hermana. — Y... también pensé en hacer una promesa.

— ¿Una promesa? — Mía la miraba confundida.

— Lo pensé, Mía. Estamos pequeñas para decidir qué hacer, pero cuando tengamos que ir a la universidad le podremos decir a nuestro padre lo que nos gusta, y lo haremos juntas.

— Es una promesa, Maya.

— Es una promesa, Mía.

Desde ese día, las pequeñas empezaron a asistir a las clases de teatro con la promesa de que un día lo harían sin tener que esconderse.




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