Bajo Cero

Capítulo 11

Asher

Kaia abrió sus ojos claros al mismo tiempo que su boca con una expresión indignada.

—¿Yo te abandoné? —Soltó una risa irónica—. Me desperté sola en la cama. ¿Qué pretendías que hiciera? —Abrió los brazos—. Salí huyendo de esa habitación haciendo el paseo de la vergüenza por toda la casa de fraternidad hasta el edificio donde estaba mi cuarto.

—Estabas tan dormida que no quise despertarte, entonces decidí ir a buscar el desayuno para los dos, cuando volví te habías ido. —Metí las manos en los bolsillos y retomé la caminata—. Te llevaste las sábanas y mi sudadera, por cierto. —Le sonreí.

—¿Real? —Kaia me miró con lágrimas en los ojos.

Sabía a qué se refería, ella quería saber si mi versión de la historia era la verdadera.

—Real. —Asentí con los labios apretados—. Nunca te hubiese abandonado.

Me dio una mirada que no pude leer porque la retiró casi inmediatamente.

—No puedo creer que no hayamos coincidido solo porque fuiste por el desayuno. —Se abrazó a sí misma ofuscada—. Creí que te habías ido. ¡Mierda! ¡No lo puedo creer! —repitió—. Es casi como una maldición que nos haya sucedido esto.

Preferí mantenerme en silencio, no quise decir nada más al respecto porque ella tenía razón.

¡Era una mierda!

Sin embargo, sí quería hablar de su hijo. Aunque ella había admitido anoche que también era mío, aún no podía procesarlo.

Me pasé la noche en vela pensando en lo que había descubierto; había tomado mi peso en alcohol, pero el sueño nunca vino a mí.

Dicen que cuando uno se siente culpable por algo lo paga durante la noche con la ausencia de Morfeo.

—¿Cuándo lo supiste? —Fui directamente al punto. Supongo que me veía como me oía, mortificado.

Ella me sonrió y todo su rostro se iluminó.

—Hace exactamente diecisiete años. —Lo dijo como si más de una década y media no fuera mucho tiempo. Algo pesado y doloroso se instaló en mi estómago—. En la víspera de Navidad mientras el reloj marcaba la medianoche, yo estaba viendo el positivo en un test de embarazo. —Sentí deseos de estrecharla contra mi cuerpo.

Ella tenía la vista clavada hacia delante.

—¿Qué sentiste en ese momento? —Kaia suspiró profundamente preparándose para responder.

—Una angustia inconmensurable. —Estiré la mano y tomé la suya. Entrelazamos los dedos y nos sostuvimos el uno al otro en ese simple gesto.

—Continúa, por favor.

—No le conté a nadie, excepto a June, por supuesto. Volví al campus dos semanas después, necesitaba hablar contigo. Te juro que no hubo una persona a la que no le haya preguntado por ti. —Negó con la cabeza—. Solo tenía dos datos que aportar, la mitad de tu nombre y tu disfraz. Parecía como si hubieses sido fruto de mi imaginación porque nadie te conocía; y yo no sabía cómo lucía tu rostro sin maquillaje y no tenía idea cuál era tu apellido. —Su voz se endureció al final.

—Me fui a casa por las vacaciones de Navidad, a Vancouver. Estando allí hice una prueba para la NHL. —Apreté su mano—. No volví a la universidad, me enviaron las cosas por correo. —Me peiné el cabello hacia atrás por la ansiedad—. La mañana de Navidad firmé mi primer contrato.

Un silencio pesado cayó entre ambos.

A pesar del frío intenso parecía que no podía sentir nada más que ese dolor sordo en la boca del estómago.

—¿Qué pasó después?

—Estuve una semana buscándote, como no te encontré, empaqué mis cosas y volví a casa para hablar con mis padres. —Subir a bordo del tren de los recuerdos nos afectaba a ambos.

—¿Por qué tomaste la decisión de hacerlo sola? —Preguntar directamente por qué no tomó la vía fácil era faltarle el respeto.

—Sinceramente, no lo sé. Mi sueño era obtener el título en leyes de Harvard. —Elevó un hombro—. Creo que haberme enterado de mi embarazo en Navidad me pareció una señal, si es que crees en ello. —No respondí—. Irónicamente, tú también lo has descubierto en Navidad, o sea, si lo pensamos en el plano espiritual, no en una mera casualidad, las cosas tuvieron que suceder así.

Entramos en el parque ambos en silencio, aun con las manos entrelazadas, mirándonos de soslayo con la cabeza inclinada hacia abajo y los hombros caídos, con el peso de la realidad de dos personas que no se conocían en absoluto. Dos personas que han compartido una experiencia y fruto de ello tienen un hijo adolescente.

¡Un hijo! ¡Tengo un hijo!

—Lo siento. —Murmuré apretando su mano—. Sé que en este momento no sirve de nada, pero quiero disculparme contigo. —No sabía ni cómo decirlo—. Estoy seguro de que esa noche no usé protección. —La miré a los ojos desde mi altura.

Sus mejillas se tiñeron de rojo y nada tenía que ver con el clima.

—Soy consciente. —Amagó con una sonrisa.

—Es justo confesarte que fue mi primera vez. Había bebido más de lo que acostumbraba en ese momento; ni siquiera pensé en los condones. —Sabía que se oía como una patética excusa, pero era la verdad.




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