Bajo Cero

Capítulo 14

Ryan

Måneskin sonaba en mis oídos mientras intentaba aniquilar al jugador que tenía tras de mí en Genshin Impact.

Por arriba del monitor vi a mi madre asomarse por la puerta.

Bajé el volumen del casco y me quité uno para oírla.

—¿Mamá? —Ella me sonrió como siempre.

—Golpeé la puerta, como no respondiste supuse que estarías con los cascos por eso entré. —Asentí mirando por el rabillo del ojo la partida—. ¿Estás bien?

Una pregunta que me hacía cada día, en varias oportunidades y que abarcaba mil preguntas.

—Sí, mamá. —Tenía cerca al jugador contrario.

Ella se sentó en mi cama y tocó el colchón a su lado.

—¿Crees que podríamos hablar un ratito? —Suspiré con resignación.

—¿Podrá ser más tarde? Estoy en plena partida, mamá. —Me quejé viendo como mi avatar estaba siendo acribillado.

—Ryan, quiero hablar contigo… sobre tu padre. —Susurró tan bajo que creí que no la había oído. Ella ladeó apenas su cabeza y me observó con lágrimas en los ojos.

—¿Padre? —Me quité los cascos, pero no me senté a su lado—. No reconozco el adjetivo de esa palabra, ni la cara de la lacra que estás mencionando.

Noté como mi voz rápidamente se envalentonó.

—Hijo, ¿podemos hablar? —Solté una risa seca.

—¿Hablar? Pensé que el tema de mi progenitor ya lo habíamos hablado. —Ella suspiró mirando sus manos entrelazadas. Noté que temblaba un poco—. ¿Mamá, ese hombre te está molestando? —Mi ira inicial por solo mencionar a ese despreciable ser, pasó a un segundo sentimiento de ira, uno que incluía meterse con mi madre.

—No, Ryan. Nunca hablamos de tu padre realmente, solo te conté nuestra historia y no volvimos a hablar al respecto. —Sus ojos estaban tan tristes que un nudo se alojó en mi garganta.

No, nunca más habíamos hablado de mi progenitor, pero yo lo tuve bien presente en cada rostro desconocido que veía en mis partidos de hockey, con la esperanza de que hubiera ido a verme. En aquel hombre que me preguntó cómo llegar a tal lugar, o aquel otro que empujaba a su hijo en una hamaca del parque o aquel que observé por horas en un campamento de verano pescando con su hijo y festejando juntos cada pez atrapado.

En cada puta ocasión que veía a Preston jugando al básquet con su padre.

Un día le pedí a mi abuelo Donald que montara un aro de básquet para mí en el garaje.

Nunca lo usé.

No tenía padre con quién encestar. El abuelo lo intentó, pero su ciático se resintió al primer salto.

Por supuesto, nunca lo hablé con mi madre, solo lo hablé conmigo mismo casi cada día de mi vida, preguntándome, ¿qué había hecho mal para que mi padre no me quisiera?

Entiendo que no haya querido a mi madre, quizás se dio cuenta de que no estaba enamorado, pero ¿y yo, qué?, si no quería ser padre se hubiese puesto un puto condón como nos enseñan a usar en clase de educación sexual.

En mi cabeza no puedo entender como un “hombre” sabe que tiene un hijo deambulando por la vida y no se pregunta ni le intriga saber sobre él.

Sobre mí.

Me di cuenta de que estaba apretando demasiado los dientes cuando sentí un tirón en el músculo de la mandíbula.

—¿Qué pasó con el tipo? ¿Se enteró de que trabajas con los White Sharks y te está chantajeando por entradas en el palco principal? —Escupí con ira.

—No. —Inhaló hasta que noté que se enderezaba—. Él quiere conocerte. —Exhaló todo el aire desinflándose como un títere sin los hilos.

Esa respuesta no la esperaba.

Una horrible sensación de ahogo se apoderó de mí.

Me puse de pie y abrí la ventana, un viento helado se coló en la habitación. Asomé la cabeza esperando ver un auto diferente o un hombre con un rostro borroso, como en mis sueños, de pie en el camino de entrada a nuestra casa, pero no, solo había nieve acumulada en el porche.

—¿Dónde está? —Miré a través de ella hacia el pasillo.

Mi madre me tomó del rostro.

—Él no está aquí. —Cuando enfoqué mis ojos en los suyos volvió a hablar—. Vamos a sentarnos, ¿sí?

Asentí, pasé a su lado y me tiré en la cama boca abajo con el almohadón entre mis brazos y la cabeza sobre el.

No podía mirarla.

Ella cerró la ventana y se sentó a mi lado acariciando mi espalda.

—Es muy difícil para mí tener que hablar esto contigo, Ryan, porque sé que parte de tu resentimiento en contra de tu padre es… —La interrumpí.

—Por favor, no lo llames padre, un hombre que no me quiso cuando supo de mí no merece llevar ese título. —Sollocé enojado por ser tan débil y por sentirme ansioso culpa de esto.

—¿Quieres saber quién es él? —Negué con la cabeza, aunque mi mente gritaba que sí, que quería saber el nombre de la escoria que me abandonó.

—No. Ese tipo no tiene nada que ver conmigo. —Ella masajeó en círculos mi espalda.




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