Las calles de Atenas vibraban con la algarabía del festival. Los tambores resonaban en cada esquina, las risas de los niños se mezclaban con el aroma a especias y frutas que impregnaban el aire. Era la época en que las plazas se llenaban de vida, y los ciudadanos se olvidaban, aunque fuera por un momento, de las preocupaciones diarias. El festival era una celebración de la cosecha, pero también una excusa para dejar atrás las obligaciones y entregarse a la alegría colectiva.
Eleni caminaba entre la multitud, sintiendo un extraño alivio en la libertad de estar rodeada de extraños. Con la cabeza cubierta por un velo que ocultaba su rostro de los curiosos, disfrutaba del anonimato. Sus padres, distraídos en las conversaciones sobre negocios y política, la habían dejado a su aire, creyendo que estaría junto a las amigas de la familia. Pero Eleni ansiaba otra cosa. En lo profundo de su ser, algo le decía que este día traería consigo algo más que el bullicio del festival.
De pronto, una melodía suave la atrapó. Provenía de un rincón más alejado de la plaza, donde las luces no eran tan brillantes y las voces eran más susurradas. Eleni siguió el sonido, hipnotizada. Entre la gente, divisó a un hombre joven, sentado bajo un árbol, con un laúd en las manos. Su cabello oscuro caía en rizos desordenados sobre sus hombros, y sus dedos acariciaban las cuerdas con una destreza que le hablaba de alguien que vivía en mundos invisibles para los demás.
Era Nikos. Lo supo al instante. No lo había vuelto a ver desde aquel cruce de miradas en la feria del mercado, pero su rostro permanecía claro en su mente. Había algo en su presencia que la desarmaba, una tranquilidad innata que contrastaba con la tempestad que ella sentía dentro. Se acercó, sin pensarlo demasiado, atraída por la música y por él, como si el destino la estuviera empujando a cada paso.
Eleni se quedó en la periferia, observando cómo él tocaba, con los ojos cerrados, completamente ajeno al bullicio que lo rodeaba. Cuando la melodía terminó, un pequeño grupo de espectadores aplaudió suavemente antes de dispersarse. Aprovechando el momento, Eleni se adelantó, sin saber exactamente qué decir, pero sintiendo que debía acercarse.
Nikos levantó la vista y sus ojos oscuros se encontraron con los de Eleni, deteniéndola en seco. Por un instante, el tiempo pareció detenerse. Ambos se miraron como si se reconocieran de una vida anterior, como si hubiera algo profundo que los conectara más allá de las palabras.
—Hermosa melodía —dijo Eleni, su voz temblando ligeramente.
Nikos sonrió, una sonrisa que iluminó su rostro, aunque sus ojos mantuvieron esa seriedad insondable.
—Gracias. —Su voz era grave y cálida, como la misma tierra que los rodeaba—. La música tiene la capacidad de decir lo que las palabras no pueden.
Había algo en su tono, algo que la hizo sentir que él la comprendía, aunque fuera un completo desconocido. Eleni se sentó a su lado sin ser invitada, como si hubiera estado esperando ese momento toda su vida.
—Me llamo Eleni —dijo, consciente de que no podía decirle más. No era prudente revelar quién era realmente. Sabía que un compromiso la ataba a otro hombre, y que Nikos no debía conocer los detalles.
Nikos asintió suavemente.
—Yo soy Nikos. Un simple artista. —Dibujó una línea en el suelo con su dedo, como si ese gesto sellara un pacto invisible entre los dos.
La conversación fluyó con una naturalidad sorprendente. Eleni le habló de cómo el festival la hacía sentir libre, aunque evitó mencionar su compromiso o las cadenas que la ataban a una vida que no deseaba. En cambio, Nikos le habló de sus viajes, de los paisajes que había visto y los corazones que había retratado con su música. Había un aire de bohemio en él, una vida que escapaba a las convenciones de la sociedad a la que Eleni pertenecía.
A medida que hablaban, Eleni sintió cómo su corazón se aceleraba. Este hombre, tan diferente de cualquier otro que había conocido, despertaba en ella una sensación de libertad que jamás había experimentado. Por primera vez, no pensaba en el deber ni en las expectativas familiares. Solo pensaba en cómo sería huir lejos, donde nada ni nadie pudiera controlarla.
—Tal vez debería tocar otra melodía —dijo Nikos, y sin esperar una respuesta, comenzó a tocar de nuevo.
La música envolvió a Eleni como un manto suave. En ese momento, todo lo demás desapareció. No había festival, ni familias rivales, ni compromisos forzados. Solo estaba Nikos y la música, y la promesa tácita de algo que ella aún no podía definir.
Cuando la última nota se desvaneció en el aire, Eleni supo que ese encuentro había cambiado algo en su interior. Se levantó, sintiendo una mezcla de euforia y miedo, y antes de alejarse, lo miró una vez más.
—Nos veremos pronto —murmuró Nikos, como si pudiera leer sus pensamientos.
Eleni sonrió débilmente antes de desaparecer entre la multitud. Las luces del festival seguían brillando a su alrededor, pero dentro de ella, algo había despertado. Sabía que su vida ya no sería la misma, porque en esa breve conversación, en esa música, había encontrado una chispa de libertad y amor que no estaba dispuesta a dejar escapar.