Eleni caminaba por los jardines de su casa con pasos lentos, sumida en un torbellino de emociones que no lograba controlar. El encuentro con Nikos en el festival había sido un golpe inesperado, como si el destino hubiera decidido trastocar su vida cuando menos lo esperaba. Los días que siguieron a ese primer cruce de miradas habían sido una tortura silenciosa. Cada vez que cerraba los ojos, su mente evocaba la sonrisa despreocupada de Nikos, sus manos manchadas de pintura, el brillo travieso de sus ojos que parecían comprenderla sin necesidad de palabras.
Se sentó junto a la fuente, donde el sonido del agua le traía cierta paz, aunque su corazón seguía inquieto. Desde pequeña, había sido educada para cumplir con su deber familiar. Sabía que el matrimonio con Dimitris era una alianza estratégica, un acuerdo sellado por generaciones de enemistades que finalmente se resolverían bajo el altar. Pero la sola idea de estar al lado de Dimitris por el resto de su vida le provocaba una sensación de ahogo, como si la estuvieran empujando hacia una celda dorada de la que no podría escapar.
—Eleni —se dijo en voz baja—, tienes que hacer lo correcto. Es tu deber.
Se lo repetía una y otra vez, pero las palabras ya no le resultaban reconfortantes. La imagen de Nikos la perseguía en cada rincón de su mente. En sus gestos sencillos y su actitud bohemia había encontrado un atisbo de libertad que no sabía que anhelaba hasta ese momento. Con él, por un breve instante, se sintió viva, vista, comprendida. No había necesidad de mantener una fachada de perfección, no había expectativas más allá del presente.
Pero Nikos era todo lo que su familia detestaba. Un artista sin fortuna ni títulos, un hombre que vivía al margen de las rígidas normas sociales que definían la existencia de los suyos. En cambio, Dimitris era el yerno ideal: serio, comprometido, y con un apellido que garantizaba la estabilidad de su familia por generaciones. El futuro con él era seguro, predecible… y desprovisto de todo lo que encendía su corazón.
En la distancia, escuchó las voces de sus padres conversando en la sala principal. Hablaban con entusiasmo del banquete que marcaría el compromiso formal, y del vestido que ella luciría, bordado a mano por las mejores costureras de la ciudad. Cada palabra la acercaba más al momento inevitable, y sin embargo, cada palabra también la alejaba más de sí misma.
No podía dejar de pensar en cómo su vida se convertiría en una rutina vacía. ¿Acaso sería siempre la esposa obediente, la que guardaría silencio y sonreiría en los banquetes mientras su corazón languidecía en algún rincón oscuro de su ser? ¿Cómo era posible que un simple encuentro con Nikos la hubiera hecho cuestionar todo lo que hasta ahora había dado por sentado?
Al recordar el toque fugaz de sus manos, la manera en que sus dedos se rozaron al intercambiar unas palabras inocentes durante el festival, sintió un estremecimiento. Había algo en él que la llamaba, algo que no podía ignorar. En su compañía, experimentaba una ligereza, una sensación de pertenencia que nunca había conocido con Dimitris.
Pero su deber… la palabra resonaba en su mente como un eco implacable. ¿Qué dirían sus padres si supieran lo que rondaba en su corazón? Su madre, siempre recta y orgullosa, la miraría con desdén, incapaz de comprender cómo su hija podría arriesgar tanto por un capricho pasajero. Su padre, quien había sido tan severo en inculcarle el valor de la familia y la tradición, sin duda la vería como una traidora. La decepción sería insoportable.
Eleni cerró los ojos y suspiró profundamente. No sabía cómo equilibrar el peso de lo que sentía con la responsabilidad que cargaba. Quería a su familia, quería cumplir con lo que se esperaba de ella, pero no podía negar la fuerza de la atracción que la arrastraba hacia Nikos. Se preguntaba si el amor verdadero, el amor que había leído en viejas historias, podría florecer dentro de los límites de su matrimonio arreglado, o si solo era una fantasía que había alimentado su imaginación juvenil.
Con Nikos, el mundo parecía abierto y lleno de posibilidades. Pero con Dimitris, ese mundo estaba cerrado, predefinido, como un camino trazado mucho antes de su nacimiento.
Un ruido detrás de ella la sobresaltó. Era su madre, quien venía a buscarla.
—Es hora de entrar, Eleni. Tienes que probarte el vestido —le dijo con una sonrisa que irradiaba orgullo.
Eleni asintió, intentando ocultar su tormento interno. Mientras se levantaba y caminaba hacia la casa, supo que pronto tendría que tomar una decisión. Una parte de ella se inclinaba por el deber, por mantener el honor de su familia intacto. Pero otra parte, más pequeña y más rebelde, susurraba que el amor no debía ser un sacrificio, sino una elección.
Y esa elección estaba cada vez más cerca.