La luna llena derramaba su luz sobre los caminos de piedra y las casas encaladas del pequeño pueblo, bañando la noche con un resplandor casi mágico. Eleni caminaba con paso cauteloso, envuelta en un manto que ocultaba su rostro y su identidad a las miradas curiosas. Había aceptado la cita secreta de Nikos con una mezcla de temor y emoción; cada paso que daba hacia el viejo olivo donde acordaron encontrarse la acercaba más al abismo de lo prohibido, a ese mundo de emociones intensas y peligrosas que hasta entonces solo había conocido en relatos susurrados por las mujeres de su familia.
Cuando llegó, Nikos ya estaba allí, apoyado contra el tronco grueso del árbol centenario, su silueta apenas iluminada por la luz de la luna. Al verla, sus ojos se encendieron y una sonrisa ligera, casi irreverente, iluminó su rostro.
—Eleni —susurró suavemente, como si su nombre fuera algo sagrado que temía profanar en voz alta—. Gracias por venir.
Eleni lo miró, sintiendo cómo su corazón latía cada vez con más fuerza. Estar junto a él era como entrar en un universo paralelo, uno donde las reglas de la realidad parecían desvanecerse. En su presencia, el mundo se volvía pequeño, sus preocupaciones se desvanecían, y solo quedaba la certeza de que en Nikos había algo que había estado buscando sin saberlo.
—No sé cuánto tiempo tengo —respondió ella en un susurro nervioso—. Si alguien nos descubre…
Él se acercó y le tomó las manos, apretándolas con una ternura inesperada. Sus dedos entrelazados parecían encajar de manera natural, como si hubieran sido diseñados para encontrarse. Nikos la miró con intensidad, con una solemnidad que contrastaba con su habitual expresión despreocupada.
—Eleni, quiero que sepas algo —dijo, y en su voz había una convicción profunda—. No tienes que resignarte a vivir una vida que otros han trazado para ti. Yo... te prometo que algún día seremos libres de elegir nuestro destino.
Ella lo observó, asombrada por la seriedad de sus palabras. En el corazón de Eleni, resonaron como un eco de esperanza, una chispa de rebeldía que había intentado sofocar desde su primer encuentro. Con él, el futuro no parecía una línea recta, fría y calculada; era una extensión de posibilidades, un lienzo donde podían pintar su historia sin restricciones ni compromisos impuestos.
—Nikos, yo… —balbuceó, sintiendo cómo el temor y el deseo la desgarraban en direcciones opuestas—. Mi vida no me pertenece. Mis padres… Dimitris… todas esas expectativas.
—Esas expectativas no son más que cadenas —dijo Nikos suavemente—. Puedes ser libre, Eleni. Sólo tienes que tomar la decisión. Y cuando llegue el momento, yo estaré aquí, esperándote. No importa cuánto tarde; estaré aquí.
Eleni cerró los ojos, dejando que sus palabras se filtraran en su corazón como una promesa silenciosa, una promesa de un amor que trascendía las barreras del tiempo y de las circunstancias. Sintió cómo las lágrimas se acumulaban en sus ojos, pero no las dejó caer. En ese momento, bajo la protección del olivo y la complicidad de la noche, se permitió soñar con un futuro donde ella y Nikos pudieran amarse sin reservas.
—¿Y si nunca llega ese momento? —preguntó finalmente, su voz un susurro cargado de tristeza.
Él sonrió, una sonrisa que irradiaba confianza y calidez, y con un toque en su rostro la obligó a mirarlo a los ojos.
—Entonces, prometo que cada segundo que pasemos juntos será suficiente para llenar toda una vida. Prometo que nunca dejaré que olvides quién eres, Eleni, ni lo que sientes.
Eleni asintió, sintiendo cómo su corazón se debatía entre la esperanza y la desesperación. Por primera vez, veía un destello de libertad en su vida, algo que no estaba marcado por los deseos y las expectativas de su familia. Nikos le ofrecía un amor que no exigía nada a cambio, una libertad que ella ni siquiera sabía que deseaba. Y en ese instante, quiso creerle, quiso aceptar su promesa como un talismán contra la incertidumbre.
—Te esperaré, Nikos —murmuró finalmente, entregándole sus palabras como un pacto sellado con su corazón—. Pero si alguna vez sientes que esta espera es demasiado, si decides seguir adelante sin mí…
Nikos la interrumpió con una risa suave, esa risa que parecía contener la ligereza del viento y la profundidad del océano.
—Eleni, no hay fuerza en este mundo que me haga olvidarte.
Antes de que pudiera responder, Nikos la atrajo hacia él y la besó, un beso cargado de promesas y sueños. Bajo el cielo estrellado, en medio del silencio de la noche, fue como si el tiempo se detuviera y el universo entero presenciara su pacto silencioso.
Cuando se separaron, ambos sabían que el camino que les esperaba era incierto y lleno de obstáculos. Pero mientras se miraban, sintieron que nada, ni el peso de sus familias ni las expectativas de la sociedad, podría borrar la conexión que había nacido entre ellos.
Eleni regresó a casa con el eco de las palabras de Nikos en su mente, una promesa que la acompañaría en sus días más oscuros y que le recordaría que, aunque su vida estuviera llena de deberes, siempre habría un rincón donde su corazón pudiera ser libre.