La brisa del amanecer entraba por las ventanas abiertas del salón, impregnando el aire con el perfume de las flores del jardín. Eleni observaba el horizonte desde su balcón, con la mirada perdida en el azul del cielo. Aunque intentaba concentrarse en los preparativos de su matrimonio con Dimitris, su mente se desviaba una y otra vez hacia Nikos. Sus manos, que debían estar bordando el pañuelo que llevaría en la ceremonia, descansaban inmóviles sobre su regazo. Un hilo de añoranza la atravesaba, como si la vida que se abría ante ella fuera una sombra en comparación con lo que podría haber sido.
En la tarde, Dimitris llegó a la casa con una actitud diferente. Parecía más relajado, incluso decidido. Había escuchado los rumores que corrían entre las criadas, sobre los susurros de Eleni cuando dormía, mencionando a un hombre cuyo nombre no era el suyo. Aunque no quería creerlo, algo en él lo empujaba a conquistar el corazón de Eleni, a demostrarle que podía ser más de lo que esperaba. Durante días, había planeado cómo impresionarla, cómo despertar en ella el amor que el deber dictaba debía sentir.
Entró con una sonrisa, portando un ramo de lilas, las flores favoritas de Eleni, y un pequeño joyero que brillaba con promesas. Se acercó a ella con una cortesía casi teatral, pero con la esperanza sincera de que el gesto despertaría algo en su prometida.
—Eleni, he pensado en ti. Estas flores… me recordaron a ti —dijo, extendiéndole el ramo con torpeza.
Eleni lo tomó entre sus manos, sonriendo de forma automática, pero sin la calidez que él esperaba. Sus ojos estaban apagados, como si la fragancia de las lilas no pudiera competir con otro aroma que ella guardaba en su memoria. El gesto, en otro tiempo quizás significativo, parecía vacío en comparación con los recuerdos de las palabras susurradas por Nikos bajo la luna, con la promesa de una vida que Dimitris jamás podría darle.
—Gracias, Dimitris. Son hermosas —respondió ella, sin más.
Dimitris sintió el peso de su indiferencia, pero decidió seguir intentando. Quizá la paciencia sería su aliada. Abrió el joyero, revelando un collar de perlas, delicado y costoso, que parecía brillar con un fulgor frío.
—Y esto... pensé que te gustaría llevarlo en nuestra boda. Un símbolo de nuestra unión, de nuestra vida juntos —agregó, entregándole la joya con la esperanza de que los ojos de Eleni se iluminaran, que al menos ese momento lograra crear un puente entre ellos.
Eleni lo tomó, pero sus dedos rozaron las perlas con una levedad ausente. Era incapaz de ignorar el vacío que sentía al pensar en lo que significaba esa joya. Un símbolo, sí, pero no de amor, sino de la unión forzada que la encadenaba a un destino que no deseaba. En lugar de pasión, en lugar de la chispa que Nikos encendía en su pecho, lo que sentía por Dimitris era una mezcla de compasión y resignación.
—Es muy bonito, Dimitris. Pero... no sé si... —su voz se quebró al intentar continuar. No encontraba las palabras para explicarle que, aunque él lo intentara, su corazón ya no le pertenecía. Había dado sus latidos a otro, a alguien que no tenía la fortuna ni la posición de Dimitris, pero que, sin embargo, lo significaba todo para ella.
—Eleni, sé que este matrimonio fue un acuerdo entre nuestras familias, pero también sé que puedo hacerte feliz. Puedo ser el hombre que necesitas, que mereces. Solo dame una oportunidad para demostrártelo —Dimitris se acercó, buscando en sus ojos una señal, una chispa que le indicara que no estaba solo en su lucha. Pero lo único que encontró fue la distancia de alguien que había decidido seguir un camino diferente.
Eleni bajó la mirada, sintiendo el peso de las expectativas de ambos sobre sus hombros. No quería lastimar a Dimitris, no deseaba hacerle daño, pero la verdad era imposible de ignorar. Cada intento de él por acercarse la alejaba más, cada palabra bien intencionada la hundía más en la certeza de que su corazón no podía corresponderle. Y aunque no lo decía, ambos sabían que el vacío entre ellos solo crecería.
—Lo aprecio, Dimitris, de verdad lo aprecio —dijo finalmente, con una voz tan suave que casi se desvanecía en el aire—, pero hay cosas que... simplemente no pueden forzarse.
Dimitris entendió, aunque no quería aceptarlo. Había un tercero entre ellos, una sombra que se interponía entre sus esperanzas y la realidad. Quizás no supiera exactamente quién era Nikos, pero ya no había duda de que ese hombre existía. Con el corazón apesadumbrado, guardó el joyero de nuevo y asintió, como si esa pequeña acción pudiera ser un cierre simbólico a la lucha por un amor que nunca llegaría.
—Tienes razón, Eleni... algunas cosas no pueden forzarse.
La desilusión colgaba en el aire como una niebla espesa. Ambos sabían que el matrimonio seguiría adelante, pero el amor que Dimitris había esperado nunca florecería entre ellos. Y mientras Eleni observaba cómo se alejaba en silencio, su mente, como siempre, volaba hacia Nikos, hacia ese futuro incierto pero lleno de pasión, que, aunque imposible, era lo único que la mantenía viva.