El día comenzó con una calma engañosa. Las nubes se habían retirado, dejando al sol desplegar su luz dorada sobre la villa y a Eleni vagando entre sus jardines, perdida en pensamientos que apenas podían ser expresados en palabras. La rutina de aquella vida impuesta la sumía en una tristeza profunda, sin embargo, sentía un palpitar secreto de esperanza, un susurro sutil que le recordaba que no estaba completamente sola.
Todo cambió esa mañana cuando Eleni, sin proponérselo, encontró una carta oculta en una maceta en la terraza. Su nombre, escrito con una caligrafía familiar y temblorosa, la sobresaltó. Con un temblor involuntario en las manos, desdobló el papel, reconociendo de inmediato la firma apresurada y peculiar de Nikos. Sintió cómo su corazón se aceleraba al leer las primeras líneas, cada palabra ardía como un susurro apasionado que cruzaba la distancia que los separaba.
“Mi amada Eleni,” comenzaba la carta, con un tono íntimo que la hizo sonrojar. “No he dejado de pensar en ti desde aquella última noche en la plaza. Tu imagen me acompaña, me atormenta, y me da esperanza. He encontrado una manera de hacerte llegar estas palabras, pues aunque todos quieran separarnos, sé que el amor es más fuerte que cualquier barrera.”
Cada línea era una promesa latente, y Eleni apenas podía contener su emoción. La carta hablaba de su anhelo por reunirse con ella, de cómo había estado buscando formas de acercarse y desafiar el acuerdo entre sus familias, convencido de que juntos podrían crear un destino propio. Nikos describía sus intentos por acercarse a la villa, las veces que se había escondido en los matorrales a orillas del río, esperando una oportunidad para divisarla aunque fuera desde lejos.
“Cada noche he soñado con verte una vez más. Si aceptas, prométeme que un día, en el momento correcto, huiremos de este lugar para buscar una vida donde podamos ser libres.”
La joven sentía que su respiración se detenía con cada frase. A pesar de la distancia, cada palabra de Nikos la envolvía en una promesa de libertad, en una lucha compartida contra las ataduras que la confinaban. Al final, la carta le pedía que si estaba dispuesta a intentarlo, colocara una flor amarilla en el borde de la terraza cada mañana. Esa sería su respuesta silenciosa, su pacto secreto.
Durante el resto de la jornada, Eleni llevó consigo la carta, resguardándola cerca de su pecho. Caminaba con la mirada encendida y los labios esbozando una sonrisa que escapaba a su control. Su prima Katerina la observó de lejos, sin atreverse a preguntar, percibiendo la transformación en el aire que rodeaba a Eleni, como si el peso invisible que la había sumido en tristeza se estuviera disolviendo poco a poco. La carta había sido un bálsamo, pero también un llamado a la valentía, un recordatorio de que su vida podía tomar el rumbo que ella eligiera.
Al caer la tarde, Eleni se encontró en el jardín, observando las flores con atención. Buscó entre ellas una pequeña flor amarilla, de esas que crecían espontáneas entre los setos. Al encontrarla, la sostuvo con delicadeza, reconociendo en aquel frágil pétalo su única esperanza de libertad y amor. Al día siguiente, cuando los primeros rayos de sol asomaron, colocó la flor en el borde de la terraza, exactamente como Nikos le había indicado.
Esa mañana, el viento parecía llevar consigo una complicidad secreta, como si el universo entero compartiera su entusiasmo. Cada día desde entonces, se convirtió en una especie de ritual sagrado: buscar una nueva flor amarilla y colocarla en la terraza, cada una un símbolo de su acuerdo silencioso y de la promesa que los mantenía unidos. La villa, que había sido un lugar de exilio, comenzaba a transformarse en un sitio de esperanza, un escenario donde se tejía el hilo invisible que los unía, sin importar las murallas que los separaran.
Los días se volvieron semanas, y Eleni aprendió a ocultar la expectación bajo una apariencia tranquila, aunque su corazón latía con un vigor renovado. La espera era dulce y amarga, pues aunque cada mañana la acercaba a Nikos, sabía que cualquier descuido podría delatar su secreto. Sin embargo, la promesa de huir y construir un futuro juntos daba sentido a cada día, llenándola de una determinación que nunca había sentido antes.
La carta, ya descolorida por el roce constante de sus manos, permanecía oculta bajo su almohada, como un talismán que cuidaba sus sueños. Esa noche, cuando la luz de la luna bañó la terraza, Eleni miró al horizonte y en su mente resonaban las palabras de Nikos: "Un día, mi amada, encontraremos la libertad que tanto anhelamos."