Bajo el Cielo de Atenas

Capítulo 14: El Confrontamiento

En la mañana, el sol ateniense iluminaba la villa con una paz engañosa, y Eleni, en su rincón apartado de la terraza, se perdió en la lectura de la última carta que Nikos le había hecho llegar. Sus palabras, escritas con el ímpetu de un hombre que amaba sin reservas, la hacían soñar con un destino improbable, uno en el que ambos pudieran ser libres. Sin embargo, los sonidos de voces alteradas rompieron la calma, acercándose cada vez más a ella. Levantó la vista, reconociendo de inmediato el tono agudo de Dimitris y el resonar profundo de la voz de Nikos.

Eleni corrió hacia el jardín delantero, con el corazón acelerado y los pies vacilantes, mientras su peor temor se hacía realidad. Dimitris y Nikos se enfrentaban en un punto en el que el sendero empedrado y las altas columnas daban refugio de miradas indiscretas, aunque en la villa todos parecían intuir el drama que se avecinaba. Ambos hombres, de pie y tensos como dos guerreros a punto de lanzarse al ataque, intercambiaban miradas que destilaban ira y desafío.

—¿Qué haces aquí, Nikos? —preguntó Dimitris, su voz contenida, pero sus puños firmemente apretados traicionaban la calma que intentaba mostrar—. ¿No tienes el suficiente honor para dejar en paz a quien no te corresponde?

Nikos, con una serenidad fingida, lo miró de frente, sin apartar la mirada, mientras su rostro denotaba la voluntad de un hombre que no iba a ceder ante amenazas. Su delgada figura, comparada con la robustez de Dimitris, lo hacía parecer frágil, pero había una dureza en su postura que sugería que era tan inquebrantable como las montañas que rodeaban Atenas.

—El honor, Dimitris, no tiene nada que ver con esto —respondió Nikos, con una voz baja y controlada—. Yo no estoy aquí por orgullo o arrogancia; estoy aquí porque amo a Eleni.

Las palabras, cargadas de una verdad tan clara y peligrosa como el filo de un cuchillo, cayeron como un peso en el ambiente, resonando en los oídos de Eleni y llenándola de pavor. Ella observaba desde la distancia, sin atreverse a intervenir, con las manos temblando mientras se aferraba a la pared de piedra, testigo de aquella escena que parecía sacada de una tragedia antigua.

Dimitris se lanzó hacia Nikos sin previo aviso, empujándolo con fuerza, y este cayó de espaldas sobre el sendero empedrado. La pelea se desarrolló rápidamente en una furiosa sucesión de golpes, y aunque Nikos intentaba defenderse, la fuerza de Dimitris era abrumadora. La rabia que contenía Dimitris no era solo el desprecio hacia un rival; era el resentimiento acumulado por generaciones de rivalidad, y cada puñetazo llevaba consigo la carga de aquel odio heredado.

—¡Nunca debiste acercarte a ella! —bramó Dimitris, levantando a Nikos por el cuello de su camisa desgarrada, y con una fuerza que parecía inhumana, lo lanzó de nuevo al suelo.

La sangre de Nikos manchó las piedras bajo él, y, a pesar del dolor, sus ojos se mantenían desafiantes, sin mostrar rendición. Mientras se incorporaba torpemente, Eleni, incapaz de soportar más aquella visión, salió corriendo hacia ellos, su voz temblorosa y desesperada resonando entre los muros de la villa.

—¡Basta, Dimitris, detente! —gritó, colocándose entre los dos hombres, con los brazos extendidos, protegiendo a Nikos con su propio cuerpo—. ¡Esto no es necesario!

Dimitris, sorprendido, dio un paso atrás. La visión de Eleni, con el rostro desencajado y lágrimas en los ojos, parecía más devastadora que cualquier golpe. En un instante, comprendió lo inevitable, una certeza que no podía deshacer ni borrar: el corazón de Eleni no le pertenecía, y nunca lo haría.

—Eleni —murmuró, casi en un susurro, con una mezcla de desesperanza y frustración—. ¿Por qué… por qué él?

Eleni respiró hondo, intentando mantener la calma mientras las emociones se arremolinaban en su pecho. La respuesta era evidente para ella, tan clara como el amor mismo.

—Porque él es quien me hace sentir viva —dijo, con voz trémula, sin apartar la mirada de Dimitris—. No lo elegí, Dimitris… mi corazón simplemente lo sabe.

La sinceridad de sus palabras impactó a Dimitris más de lo que cualquier golpe podría. Observó a Eleni con una mezcla de amargura y resignación, como si todo su mundo se derrumbara ante él, y él no tuviera el poder de detenerlo. Con un último vistazo lleno de resentimiento hacia Nikos, se alejó sin mirar atrás, dejando a ambos envueltos en una atmósfera de alivio y dolor.

Eleni, arrodillándose junto a Nikos, tomó su rostro herido entre sus manos, temblando. Nikos, aún con la respiración agitada, la miró con una mezcla de ternura y tristeza. Acarició sus manos, ensangrentadas por las piedras del suelo, y en sus ojos ella vio algo más que amor: vio el deseo de una vida juntos, una vida que desafiaría todas las expectativas y rompería todas las cadenas.

—No dejaré que nada nos separe, Eleni —susurró Nikos, apretando su mano con fuerza—. Este es solo el principio.




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