La tarde cayó con un fulgor dorado que parecía haber sido tejido por los mismos dioses. En el claro de un bosque cercano a la villa, Eleni y Nikos se preparaban para una ceremonia que no necesitaría de firmas ni bendiciones oficiales, pero que sería más poderosa que cualquier documento. Aquella boda simbólica no unía solo sus corazones, sino también su lucha por un amor que había desafiado las barreras del tiempo, el orgullo y la tradición.
El lugar había sido preparado con la ayuda de Katerina, Andreas y otros amigos que habían creído en su causa. Ramas de olivo, símbolo de paz, colgaban como guirnaldas sobre un arco improvisado de madera tallada por Nikos. Flores silvestres de tonos lavanda y blanco cubrían el suelo, esparciendo su fragancia mientras el viento susurraba entre los árboles como un invitado más.
Eleni llevaba un vestido sencillo, confeccionado por las manos de una vecina solidaria. La tela, ligera y etérea, parecía bailar con cada paso que daba. En su cabello, una corona de flores que Katerina había tejido esa misma mañana. Nikos, por su parte, lucía una camisa blanca y unos pantalones que había remendado con esmero. No importaban los lujos, sino la autenticidad de aquel momento.
Cuando sus miradas se cruzaron al inicio de la ceremonia, el mundo pareció detenerse. Nikos tomó las manos de Eleni y, con una voz quebrada por la emoción, dijo:
“Hoy te prometo que nunca más permitiré que nada ni nadie nos separe. Te amaré en cada amanecer y en cada tormenta, en cada risa y en cada lágrima.”
Eleni, con los ojos brillantes, respondió:
“Y yo te prometo que seré tu refugio, tu apoyo y tu inspiración. Juntos construiremos un amor que desafíe cualquier obstáculo.”
Los amigos reunidos a su alrededor celebraron con aplausos y lágrimas. Katerina, quien había asumido el rol de maestra de ceremonias, declaró con una voz firme y esperanzadora:
“Ante estos testigos y bajo este cielo, declaro que vuestro amor es eterno y sagrado.”
Después de los votos, compartieron un pequeño banquete preparado con lo que cada uno había podido aportar: panes recién horneados, quesos locales y vino tinto que Andreas había traído de una bodega cercana. En medio de las risas y las canciones que los rodeaban, Eleni y Nikos compartieron su primer baile como marido y mujer. No hubo orquesta, solo el murmullo del viento y las voces de sus amigos cantando melodías tradicionales.
A medida que la noche avanzaba, las estrellas comenzaron a iluminar el cielo como si quisieran ser parte de la celebración. Eleni, abrazada a Nikos, susurró:
“Puede que esto no sea una boda como las que soñábamos de niños, pero es perfecta porque es nuestra.”
Y Nikos, acariciando su rostro, le respondió:
“Es más que un sueño. Es la prueba de que el amor verdadero siempre encuentra su camino.”
Aunque sabían que aún habría retos por delante, aquella noche todo parecía posible. Bajo las estrellas, rodeados de amor y esperanza, Eleni y Nikos sellaron su promesa con un beso, conscientes de que habían escrito el primer capítulo de una nueva vida juntos.