Cuando llegó la hora, ambos equipos recibieron distintas instrucciones para hallar la primera pista. Mientras que a Matilda y Lucas los mandaron al borde de la laguna, Mario y Rosa fueron enviados a la cancha de fútbol donde, alrededor del arco, encontraron un pañuelo atado.
– ¿Será este? – murmuró Rosa, tomando el pañuelo.
Mario miró hacia la zona de la laguna, donde tanto Lucas como Matilda lucían muy animados. Él, por su parte, se sentía incómodo porque formaba equipo con Rosa.
“Ya de por sí es tedioso fingir nuestra relación”, pensó un fastidiado Mario. “Esperaba que, al menos, estuviera distanciado de ella durante el campamento”.
– ¡Oye! ¡Tierra llamando a Mario! – le dijo Rosa, mientras agitaba el pañuelo - ¿Qué te pasa?
Mario, quien volvió a enfocarse en el juego, tomó el pañuelo y leyó la siguiente instrucción:
– Caminen en dirección al sol, donde se encuentra la maravillosa bruja del ñandutí, quien posee la llave que los llevará a la victoria. Esto suena… extraño. ¿A poco existía una bruja que hacía ñandutíes?
– No lo tomes tan literal – dijo Rosa, dando un leve suspiro - ¡Es claro que se refiere a una telaraña!
– ¿Y qué tiene que ver la telaraña con el ñandutí?
– ¿No conocés la leyenda, acaso?
Mario negó con la cabeza. Rosa lanzó otro suspiro de resignación y comenzó a caminar hacia el oeste, adentrándose en el bosque. Pero se detuvo cuando Mario le preguntó:
– ¿Adónde vas?
– ¿Pues adónde te pensás que voy, idiota? ¡A encontrar la pista! – respondió Rosa, dando media vuelta.
– Si, pero la nota decía que “hay que seguir al sol”. ¿Por qué te vas al lado opuesto?
– ¿Cómo que “lado opuesto”? – dijo Rosa, señalando al oeste - ¡Es ahí donde se oculta el sol! ¡Hay que seguir su camino!
– ¿Y de dónde sacás que eso sería “su camino”, boluda? ¡Dice claramente que hay que seguir al sol! – Mario señaló rápidamente al astro rey, que aun se encontraba hacia el este - ¡Así es que debemos ir hacia allá!
– ¡No! ¡Es el trayecto que sigue en el día! – insistió Rosa - ¡Hacéme caso y verás que tengo razón!
– ¡Con vos no se puede razonar!
Ambos se fulminaron con la mirada, mientras gruñían. Mario notó que Matilda y Lucas ya hacia rato se habían marchado mientras que ellos discutían. Así es que dio un bufido y, colocando las manos sobre la cintura, le dijo:
– Está bien, haré lo que digas. Pero si está mal, te callás y admitís que estás en un error. ¿Estamos?
– Estamos, porque sé que eso no pasará – dijo Rosa, dándole un guiño y mostrando una sonrisa de confianza.
Ambos se adentraron al bosque dirigiéndose hacia el oeste. Por suerte había un pequeño sendero, donde pudieron transitar sin ningún inconveniente. Aun así, debían tener cuidado con las ramas bajas para que no se les enredasen en sus cabellos.
Pero por más que caminaron, no encontraron la dichosa telaraña. Ni tampoco vieron ningún ñandutí colgado. Eso a Mario le dio mala espina, porque estaba seguro de que Jorge jamás les enviaría demasiado lejos del campamento. Y mientras pensaba, se cruzaron con Matilda y Lucas, que iban al lado opuesto.
– ¿Qué tal les va? – preguntó Matilda.
– Aún nada – dijo Rosa, con pena - ¿Y ustedes?
– ¡Ya tenemos tres pistas! – dijo una animada Matilda.
Tanto Rosa como Mario abrieron sus bocas de la sorpresa. Pudieron ver que Lucas sostenía tres papelitos donde estaban escritas las pistas, por lo que Matilda no mentía. La joven, al verlos agotados, les dijo:
– Deberían descansar. Este camino es algo… peligroso. Y necesitarán de energías para continuar. ¡Ah! ¡No veo la hora de ganar mi premio!
– Mejor vámonos – dijo Lucas, tomándola de la mano y alejándose del equipo rival.
Una vez que se marcharon, Mario miró fijamente a Rosa y le dijo:
– ¡Bien! ¡Regresemos y vayamos donde te dije antes!
– ¡No! – dijo Rosa, con los puños apretados - ¡Aún podemos seguir! ¡No me detendré hasta que lleguemos al límite de la “zona segura”! ¡Si querés, ándate vos! ¡Voy sola!
– ¡Bien! – dijo Mario, dándole la espalda y alejándose de ella - ¡Hacé lo que querés! ¡Yo me largo!
Ambos se separaron. Rosa, por un instante, sintió envidia de Matilda porque ella formaba equipo con Lucas. Estaba segura de que si les tocaba juntas, pasarían una mañana muy agradable en el bosque.
“Mario es un prepotente y engreído”, pensó Rosa, con rabia. “Seguro es de esos machitos que piensan que las mujeres somos idiotas. Pero le demostraré que sí tengo razón y se lo restregaré en la cara cuando encuentre la pista sin su ayuda”
Poco a poco, sintió que el ambiente se estaba oscureciendo. La joven miró hacia el cielo y notó unas nubes negras cubriendo el sol. Eso le preocupó, lo que menos quería era quedar atrapada en una tormenta, sola, en medio de la nada.
“¿Y si mejor abandono?”, pensó Rosa, aunque siguió yendo hacia adelante. “Puede que Mario ya haya decidido dejarlo y ahora está calentito en la cabaña. Pero, si me rindo, me recordará día a día que me equivoqué y eso no lo podré soportar”
Unas gotas de lluvia cayeron sobre su cara, por lo que aceleró el paso. Debía por lo menos encontrar la primera pista antes de que se desatara la tormenta.
Escuchó que alguien la llamaba, pero lo ignoró. La lluvia comenzó a caer con más fuerza y, poco a poco, sintió que el suelo se hacía resbaladizo.
Con todo eso, logró llegar hasta el límite del camino trazado por el equipo de Jorge. Y, a lo alto de un árbol, vio una hermosa telaraña de patrones circulares y cuadriculares, que resistía al embiste del viento pese a su delicada apariencia.
– ¡Lo encontré! ¡Tenía razón! ¡Jah! – dijo Rosa, saltando de la alegría.
Pero no se percató de que se encontraba al borde de un abismo y que, tras el afloje del suelo por la lluvia, este se desprendió y comenzó a arrastrarla hacia el vacío.