Bajo el disfraz

Capitulo 16. Encuentro familiar

Mario se sentía nervioso. Hacía tiempo no visitaba a su padre, quien se había mudado al interior junto a su nueva familia. No pudo despedirse de Rosa apropiadamente, así como tampoco de los demás miembros del elenco. Solo recibió un mensaje vago de Casandra, diciéndole: “Volve pronto”, junto con un emoticón de corazoncito.

“Casandra ha estado bastante amable conmigo últimamente”, recordó Mario, mientras se dirigía a la casa de su padre. “Quizás busque a alguien quien la entienda?” Su popularidad cayó desde que le dieron el rol de villana. Lástima, es una excelente actriz y una mujer formidable, aunque creo que Rosa no le agrada”

Dio un suspiro. Apenas paso un día desde que tomo sus vacaciones y ya extrañaba al equipo. Todos tenían sus aspiraciones y, a la vez, se apoyaban mutuamente para salir juntos adelante. Recordó que, en sus inicios, los actores con los que llegaba a trabajar eran muy orgullosos de sus logros. Si bien en cámara fingían ser los mejores amigos, detrás de las escenas no se dirigían la palabra. Cada uno iba por su lado.

“Quizás Jorge tenga que ver en que nuestro equipo sea tan unido”, pensó Mario, ya estando frente a la casa de su padre. “Si, él nos forzó a Rosa y a mí a ser una pareja, pero aprendimos a respetarnos y soportar nuestras diferencias. Y, tras eso, descubrí que ella me...”

No pudo seguir con sus reflexiones porque su padre lo atendió. Era un hombre alto, con una barba crecida y algunas canas en la cabeza. Pese a su edad, seguía siendo bastante atractivo, por lo que era el centro de atención de las chicas que les gustaban los maduros.

– Mario! ¡Qué bueno que viniste! - dijo el señor, acercándose a su hijo y abrazándolo.

– Papa, esto es... incomodo – dijo Mario, quien no había sido abrazado por el desde hace años.

– Oh, disculpa – el señor se separó, pero apoyo una mano sobre el hombro de su hijo y lo miro con alegría – estas grande, Marito. Pero pasa, que mi señora está preparando el almuerzo.

Mario entro y fue directo a la cocina. La mujer con la que se caso era rubia, de rostro delgado y cuerpo esbelto. Su madrastra saludo a Mario con besos en la mejilla y le dijo:

– Llegaste a tiempo, Mario. Ya termino y sirvo la comida.

– ¿No queres que te ayude, cariño? - pregunto el buen hombre.

– Descuida, cielo. Estoy bien – respondió la mujer, dándole un beso en la mejilla – ponete al día con tu hijo mientras cocino. Pero de lavar los platos no te libras. ¿Estamos?

– Estamos.

Por un instante, a Mario se le vino una extraña imagen de el con Rosa, cocinando juntos y dándose besitos. Sintió que sus mejillas se ruborizaban, pero enseguida tosió y comento:

– Papa, veo que estas bien. Me alegro.

El padre de Mario se llevó una mano en la nuca y respondió:

– Si, mi vida es bastante tranquila. ¿Y vos? Que andas haciendo, aparte de maquillarte y usar trajes ridículos?

Mario resoplo, mientras se dirigían al comedor en donde encontró a sus medio hermanos poniendo la mesa. Eran dos niños que estaban cerca de la adolescencia. Casi no interactuó con ellos en el pasado, por lo que le eran completos desconocidos. Ellos, por su parte, lo miraron con recelo y salieron rápidamente de ahí.

– Dales algo de tiempo – escucho que le decía su papa, mientras se sentaban – después de almorzar, se acostumbraran a ti.

– No es que me importen – dijo Mario, encogiéndose de hombros – en realidad, papa, quería hablar contigo seriamente sobre la llamada del otro día.

El hombre asumió con la cabeza. Recordó que habían discutido fuertemente sobre su futuro, pero sabía que él no era nadie para decirle a su hijo mayor de edad lo que debía o no hacer. Así es que decidió adoptar una postura más flexible, para que Mario se descargara todo lo que quisiera y, así, decirle que contaba con su apoyo.

Mario, por su parte, pensó que había sido duro con su padre. Si bien le molestaba que quisiera jugar a ser el buen padre cuando ya no lo necesitaba, sabía que solo intentaba enmendar sus errores para volver a empezar. Así es que intento serenarse y le dijo:

– Papa, desde que te fuiste, mama y yo pudimos vivir bien. Logre dedicarme a la actuación y, ahora, soy el protagonista de una serie muy popular. Se que vos siempre quisiste que fuera jugador de futbol, pero ese no soy yo. No soy bueno en los deportes y lo sabes. Tampoco te pido tu apoyo, solo que me dejes ser, que puedo ir por mi cuenta.

– Entiendo – dijo su papa, mostrando una expresión de tristeza – sé que es tu vocación y estoy seguro de que lograras triunfar. Pero sabes que en este país no podés vivir de la actuación. ¡No eres un Brad Pitt!

– Pero puedo serlo – dijo Mario, alzando una ceja.

– Si, bueno...

El padre se enmudeció. Otra vez se puso en su rol de pincharle el globo de la ilusión, pero se contuvo y, en su lugar, dijo:

– ... necesitaras mucho apoyo para ser incluso más grande que Leonardo di Caprio y Jason Momoa. Se que sos un vale, lo lograras.

– ¿De verdad? - dijo Mario, sorprendido de que su padre cambiara el rumbo de su discurso, lo que lo dejo desarmado.

– ¡Si! ¡Así mismo! - dijo el papa, bien animado – ya sos grande, podes hacer lo que querés. Pero quiero que sepas que yo solo quiero ayudarte. Se que no fui un buen padre, pero dame una oportunidad. Por favor, hazlo por mama.

Mario reflexiono sus palabras. Sabía que su papa le decía “mama” a su primera esposa, pero a la segunda se refería a ella como “cariño”. Así es que se percató de que el amor que sentía por ambas mujeres era tan diferente como la noche y el día. No había comparación.

En eso, escucharon a la mujer, llamando a sus hijos.

– ¡Mati! ¡Lui! ¡Ya está la comida!

Los niños bajaron y se sentaron en la mesa. El papa se levantó y ayudo a su esposa con los platos y la ensalada. Ella apoyo la olla, donde saco un delicioso estofado de pollo que los chicos engulleron con rapidez.




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