Bajo el disfraz

Capítulo 21. El parque de los lapachos

Antes de que Rosa pronunciara su nombre, Mario se llevó un dedo en la boca en señal de silencio y le dijo, en voz baja:

— Se supone que no debería estar aquí.

De pronto, la tomó de la mano y la alejó rápidamente de los paparazis, que quedaron asombrados por lo recién presenciado.

Rosa no tuvo ni tiempo de reaccionar, por lo que dejó que Mario la llevara adonde fuera que quería ir. El viento rozó sus mejillas y sintió el peculiar frío del mes de julio. Pero la mano de Mario era cálida, lo cual le agradó.

Cruzaron la avenida y caminaron por un buen trecho más, hasta llegar al parque de los lapachos. Se lo conocía así por ser la plaza con más árboles de lapacho de la ciudad. En los meses de invierno y primavera, era un festival de flores rosas y algunas que otras amarillas que suplantaban a las hojas de los árboles en toda su totalidad.

En esos instantes, ambos notaron que algunos árboles ya comenzaban a florecer, por lo que se detuvieron un rato a contemplar las flores rosadas que ondeaban por la brisa del viento.

Fue así que Mario comentó:

— Deberías tener cuidado. Ahora que todos te conocen, querrán acercarse y no siempre será con buenas intenciones.

— Estaré bien, supongo – dijo Rosa, aún conmovida por ser rescatada por Mario por segunda vez – normalmente suelo ocultarme, pero esta vez no funcionó.

— Ya pronto sabrás cómo pasar desapercibida con éxito.

Ambos se miraron. Mario notó que las mejillas de Rosa estaban sonrojadas, provocándole así un vuelco en su corazón. Tuvo deseos de extender su mano para acariciarle el rostro, pero se contuvo. Todavía recordaba que, hacía tiempo, ella lo había abofeteado por forzarla a un beso. Así es que pensó que, lo mejor, era ir despacio.

Rosa, por su parte, sentía que tenía ganas de que cayera un meteorito ahí mismo. Pero, a la vez, se sentía en la gloria por volver a ver a Mario. Tenía mucho que decirle y, a la vez, no sabía de qué tema conversar. Sentía como si no viera por varios años, por lo que las cosas habían cambiado demasiado en poco tiempo. Se fijó que el actor se dejó crecer la barba, pero no demasiado excesivo hasta el punto de no reconocerlo y, por alguna razón, eso le encantaba.

Sin querer, extendió la mano hasta tomarlo de la mejilla y le dijo:

— Te queda bien, pero no sé si al director le agrade.

Mario se congeló. Era la primera vez que Rosa lo tocaba de esa manera, sin intenciones de herirlo y, por alguna razón, le agradó. Así es que, sin esquivarla o tomarla de la mano, le dijo:

— No me importa lo que piense Jorge, sino lo que vos pensás. ¿De verdad me queda bien la barba?

Rosa bajó la mano, movió la cabeza de arriba abajo y le respondió.

— Claro. Jamás mentiría.

Mario soltó una pequeña risa, pero no con intenciones de burlas, sino de gracia. Luego, señaló un banco como para indicarle sentarse ahí por un rato. Rosa lo siguió en silencio y se colocó a su lado. Sus hombros rozaron ligeramente al tomar asiento, sintiendo así una extraña descarga que los estremeció.

Si bien ya estaban acostumbrados a abrazarse y a besarse en las mejillas para tomarse fotos, hacerlo en privado se sentía muy diferente. No eran Jack y Gina, solo eran Mario y Rosa. Jack y Gina eran perfectos, el epítome del amor imposible y la representación gráfica de que la unión hace la fuerza. Mario y Rosa, en cambio, eran dos jóvenes adultos llenos de defectos, orgullosos de sí mismos y con ambiciones propias que los llevaban hasta el límite.

Rosa juntó sus manos y, mientras entrelazaba sus dedos, comentó:

— El director dijo algo de que el capítulo final durará dos horas.

— Sí, lo sé – dijo Mario, dando un largo suspiro – fue por eso que decidí adelantarme al regreso para revisar el guion personalmente. Quiero hacer ajustes antes de iniciar con el clímax de la serie.

— Oh, ya veo.

Rosa se sintió triste al escucharle decir que su repentino regreso fue para ver el guion y no para verla a ella. Tenía deseos de comentarle sobre la declaración de amor que le hizo hacía tiempo, pero, en lugar de eso, le preguntó:

— ¿Cómo están las cosas con tu papá? ¿Pudieron resolver sus diferencias?

— Sí, pude – le respondió Mario, mientras cruzaba sus brazos – mi padre al fin aceptó que me dedicara a la actuación y mi madrastra… bueno, tiene su modo peculiar de demostrarme cariño. El problema ahora son mis hermanastros, ellos me rechazan y siempre se ocultan en sus habitaciones cuando me ven llegar. Pero bueno, son adolescentes, así es que no vale la pena pelearme con ellos.

— Debiste sufrir mucho en tu infancia. ¿No? – le preguntó Rosa, genuinamente apenada – no quiero imaginar si mis padres rechazaran seguir con mi sueño o que se separaran por algún conflicto, formando sus propias familias y dejándome de lado.

Mario asumió con la cabeza. Aunque Rosa no conocía a fondo sobre su situación, pudo intuir perfectamente por lo que pasó y consiguió empatizar con él. Cuando iniciaron con el proyecto, ella no paraba de decir, por ahí que él era un niño mimado y lleno de privilegios, que solo obtuvo el papel principal por hacer palanca. Si bien era seguro que todavía pensaba así, al menos logró demostrarle que sí tomaba en serio su trabajo y de verdad le interesaba llevar adelante el proyecto.

En eso, pensó que él también pudo haberla juzgado mal al principio, por lo que para aligerar cualquier tensión entre ellos, decidió conocer más sobre su vida.

— ¿Qué hay de ti? – le preguntó Mario - ¿Cómo es tu familia?

— Digamos que es normal – le respondió Rosa – mi papá está enfermo y mi mamá anda de aquí allá, cuidándolo. Ella espera mucho de mí y ya les dice a todos que seré la próxima Marilyn Monroe.

Mario comenzó a reírse por el comentario. Rosa frunció el ceño y le dijo:

— ¡No te burles!

— No me burlo – dijo Mario, intentando controlarse a la par que agitaba sus manos – es solo que…

— Sí, lo sé. No soy linda. ¿Verdad?




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