El brillo de las luces de Milán se filtraba a través de la ventana del pequeño apartamento de Lucía, en el corazón del vibrante barrio de Brera. Pero a pesar del lujo estético y la atmósfera de ensueño, Lucía no era una chica de lujos. Nacida y criada en el Orfanato Corazón de María en las afueras de Buenos Aires, su vida había sido una lucha constante por la autosuficiencia y el mérito. Su beca para el posgrado en diseño de interiores en la prestigiosa Politécnica había sido un trofeo ganado con puro esfuerzo.
Mañana sería su último día en Italia, y el posgrado había llegado a su fin. Argentina la esperaba, con nuevos proyectos y el dulce aroma del hogar. Sin embargo, ese "hogar" era un concepto abstracto para ella; una parte de ella ya sentía la punzada de la nostalgia por las calles adoquinadas, el espresso matutino y el arte que respiraba en cada esquina. Lucía era reservada, prudente y desconfiada por naturaleza, una supervivencia forjada en la ausencia de una red familiar.
—¡Lucía, no puedes irte sin una despedida como Dios manda! —exclamó Chiara, su amiga italiana con quien había compartido el departamento durante su estancia en Milán, mientras entraba en la habitación. Su melena rizada y oscura rebotaba con cada movimiento, y sus ojos expresivos brillaban con una picardía que Lucía adoraba.
Lucía sonrió, cansada pero feliz. —Chiara, ya hemos tenido veinte despedidas. Además, tengo que terminar de empacar. Mi vuelo sale temprano.
—¡Tonterías! —Chiara le arrebató la maleta medio llena de la mano. —Esto puede esperar. Hay una nueva discoteca en Navigli, y prometí a... a un amigo que iríamos. Será nuestra última noche, ¡por favor!
La insistencia de Chiara era legendaria. Lucía sabía que era inútil resistirse. Además, una última noche de diversión antes de volver a la rutina no sonaba tan mal. —Está bien, está bien. Pero solo una copa.
Horas más tarde, la música pulsaba en sus oídos y las luces de colores de la discoteca de Navigli pintaban el ambiente. Lucía, por lo general moderada con el alcohol, había cedido a la insistencia de Chiara y de su "amigo" que se había unido a ellas, un hombre apuesto y de sonrisa encantadora llamado Claudio. Su copa de Aperol Spritz parecía vaciarse más rápido de lo habitual. La risa se le escapaba con facilidad, y el mundo giraba a su alrededor en un alegre torbellino.
De repente, un mareo inusual la golpeó. Las luces se volvieron borrosas, y un calor extraño se extendió por su cuerpo. La voz de Claudio sonaba distante mientras le ofrecía otra bebida. Un escalofrío de alarma recorrió su espalda. Esto no era el efecto del alcohol. Algo andaba mal.
Intentó levantarse, pero sus piernas flaquearon. Vio la mano de Claudio extendiéndose hacia ella, no con amabilidad, sino con una determinación que heló su sangre. Los ojos de Chiara, antes llenos de diversión, ahora mostraban una expresión que Lucía no pudo descifrar.
Con una fuerza desesperada que no sabía que poseía, Lucía se zafó de su asiento. La adrenalina bombeaba en sus venas. Tenía que salir de allí. Tropezando entre la multitud, se abrió paso hacia la salida, el aire frío de la noche milanesa golpeando su rostro como una bofetada. Necesitaba ayuda. Necesitaba huir.
La calle se balanceaba bajo sus pies mientras corría sin rumbo fijo, las luces de los coches convirtiéndose en estelas borrosas. Su mente estaba confusa, su cuerpo ardía, pero una única idea la impulsaba: escapar.
De repente, chocó contra algo sólido, un muro de hombros anchos y tela fina. Cayó, pero unas manos firmes la sujetaron antes de que tocara el suelo. Levantó la vista, y sus ojos, aún nublados, se encontraron con un par de iris oscuros, profundos como el café recién hecho. Un rostro cincelado, una mandíbula fuerte y una expresión de sorpresa y preocupación.
—¿Está bien, señorita? —preguntó una voz grave y aterciopelada, teñida de un acento italiano impecable.
Lucía, al borde del colapso, se aferró a él como a su última esperanza. —Ayúdame… por favor… —Las palabras apenas salieron de sus labios, un ruego desesperado. El pánico se apoderó de ella, y las lágrimas se acumularon en sus ojos.