Bajo el fuego

Capítulo 5: La Traición en Vía Solferino

Mientras tanto, Lucía se deslizaba por la escalera de su edificio en Brera. Su cabeza aún punzaba, pero la adrenalina la mantenía en un movimiento tenso y decidido. Solo existía una meta: su maleta, su pasaporte y el aeropuerto.

Abrió la puerta de su apartamento compartido con una cautela instintiva. Se congeló. No se oía la música alta de Chiara, sino un murmullo tenso que venía del dormitorio.

Se acercó silenciosamente, su corazón latiendo con una fuerza que le retumbaba en los oídos. La puerta de la habitación de Chiara estaba ligeramente entreabierta.

—... ¿Cómo pudo escaparse de ti, Claudio? ¡Tuvimos que buscarla toda la noche! —La voz de Chiara era tensa, despojada de su habitual alegría italiana.

—Ella salió casi corriendo, ¿qué querías que hiciera? Estaba drogada, tropezando en la calle. No sé cómo pudo desaparecer tan rápido. Estoy seguro de que era esa chica que ese tipo estaba cargando —Claudio sonaba furioso, arrastrando las palabras con exasperación.

—¡Pues debiste acercarte y revisar! Ya, ven a la cama, Claudio. Me debes un buen rato después de arruinar mi noche. —Lucía oyó un susurro seductor de Chiara, seguido de un sonido de besos húmedos y caricias ásperas.

El sonido fue un golpe devastador. Lucía no se movió, no por el residuo de la droga, sino por el shock absoluto. No había sido un accidente. Había sido una trampa fría y calculada. Su amiga, su confidente, estaba confabulada con su depredador.

El dolor de la traición era más fuerte que el residuo químico. Le proporcionó una claridad instantánea y glacial. Tenía que irse. Ahora.

Se deslizó de vuelta a la sala, sus movimientos silenciosos y profesionales. Su maleta, llena a medias y colocada estratégicamente junto al sofá, era lo único que le importaba. La agarró; el peso sólido de sus pertenencias era una promesa de escape.

Salió del apartamento, cerrando la puerta con una precisión silenciosa. Chiara y Claudio estaban demasiado absortos en su íntima y sórdida reconciliación para notar que su víctima había pasado a solo unos metros.

En la calle, Lucía respiró el aire frío y se sintió verdaderamente viva por primera vez esa mañana. Pidió el primer taxi que vio y gritó con determinación: —¡Aeropuerto de Malpensa, y rápido, por favor!

Durante el viaje, la adrenalina seguía bombeando. El recuerdo de la traición era una herida abierta, pero la cautela volvía a ser su mejor amiga. El pensamiento de que le hubieran colocado algo en sus pertenencias, para incriminarla o evitar su salida del país, la consumía.

Abrió la maleta en el asiento trasero. Con dedos temblorosos, rebuscó. Desdobló la ropa, revisó los forros, los bolsillos interiores y el falso fondo. No había nada. Solo su ropa, sus libros y sus recuerdos. Su corazón se calmó un poco. Al menos, era libre de irse.

Miró por la ventanilla, el skyline de Milán reduciéndose a una silueta distante. Se obligó a concentrarse solo en el destino: Argentina.




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