Bajo el fuego

Capítulo 7: El Regreso y la Sombra de Vitali

Lucía aterrizó con el cuerpo exhausto y la mente en una tensa calma. El traqueteo del avión había silenciado sus miedos, dejándola solo con la determinación de empezar de nuevo. La pesadilla de Milán, la traición de Chiara, y la noche que recordaba borrosamente, se sentían como un mal sueño lejano.

Tomó un taxi desde el aeropuerto. El sol de la mañana en Buenos Aires era un bálsamo dorado que contrastaba con la fría luz artificial de Milán. Lucía se permitió una pequeña sonrisa; estaba en casa. Antes de irse a Italia, había adquirido un apartamento en el tercer piso de un edificio familiar, y había planificado que viviría allí a su regreso.

—A Palermo, por favor. Es en la calle Arévalo —indicó al conductor, sintiendo una punzada de alivio. Su pequeño apartamento, aunque modesto, era su ancla.

Minutos después, el taxi se detuvo. Lucía salió, arrastrando su maleta, y se quedó paralizada.

En lugar de la familiar fachada de su edificio de ladrillo, solo había un enorme vacío. El terreno estaba delimitado por una alta valla de obra, y en medio se erigía una grúa, solitaria y gigante. Carteles azules anunciaban la construcción de un proyecto inmobiliario de lujo.

Lucía sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. Era un golpe de realidad tan contundente como el que había recibido en Milán.

Se acercó a un obrero que vigilaba la obra.

—Disculpe, ¿el edificio que estaba aquí? ¿Qué pasó con él? —preguntó.

El hombre se limpió el sudor de la frente. —Ah, señora. Lo tiraron abajo hace meses. Se vendió el terreno a esos inversionistas italianos... los de Vitali. Dicen que van a hacer un edificio impresionante. A todos los inquilinos se les notificó y se les compró la propiedad o se fueron.

—Pero... a mí no me avisaron. Nadie me dijo nada —murmuró Lucía, con una voz delgada, sintiendo el pánico.

El obrero se encogió de hombros, indiferente. Su pequeño apartamento, su única posesión, el único lugar que era "suyo", había sido reducido a polvo y escombros por la sombra de Milán que la seguía.

Lucía se quedó sola en la vereda. No tenía a dónde ir. No tenía familia. Su pasado se había esfumado, y su futuro se veía sombrío. Pero la derrota no era una opción para ella; había crecido bajo el lema del orfanato: "La esperanza es la última que se pierde".

Secó las lágrimas que amenazaron con caer. Si no podía tener lástima por sí misma en el orfanato, no lo haría ahora. Su naturaleza, a pesar del dolor, era alegre y animosa. Se enderezó.

—Bien —se dijo. —A falta de casa propia, siempre hay un hogar para los desamparados.

Llamó a un nuevo taxi.

Horas más tarde, la Madre Superiora del Orfanato Corazón de María, una mujer de rostro surcado por el tiempo y el alma llena de bondad, la recibió con un abrazo de madre.

—¡Lucía, mi niña! ¿Qué haces aquí? Creí que estabas brillando en Italia.

Lucía omitió los detalles más oscuros. —Madre, el posgrado terminó, así que debía volver a mi tierra natal. Necesito un lugar tranquilo para reorganizarme y buscar trabajo. ¿Podría quedarme unos días en la habitación de huéspedes?

La Madre Superiora la miró con amor y preocupación. —Por supuesto, hija. Este siempre será tu hogar.

Pero Lucía temía que la sombra de Milán la siguiera, y el instinto de protección era fuerte. Le tomó las manos a la madre superiora con una seriedad que no era propia de ella.

—Madre, necesito pedirle un favor. Nadie debe saber que estoy aquí. Si alguien pregunta por mí, no me encuentro aquí. No me mire así, no hice nada malo, pero creo que es mejor así por ahora.

La anciana asintió, entendiendo la gravedad oculta tras sus palabras. —Tu secreto está a salvo conmigo, Lucía. Ahora descansa.

Lucía se instaló en el pequeño cuarto, sintiendo el abrazo reconfortante de las paredes familiares. Al día siguiente, con la luz renovada de una mañana soleada, se sentó en la sala de lectura del orfanato. Necesitaba dinero, y lo necesitaba rápido. Miró sus manos, capaces de transformar espacios, y sintió una ráfaga de su antigua confianza.

No se sentía derrotada, sino en estado de guerra. Una guerra contra la mala suerte, la traición y la falta de hogar.

Abrió su laptop, la única herramienta de trabajo que le quedaba, y se preparó para sumergirse en la búsqueda de empleo. Los mejores estudios de diseño y arquitectura de Buenos Aires eran su objetivo.




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