Bajo el fuego

Capítulo 8: La Sombra aterriza en Buenos Aires

El jet privado de Fabrizio Vitali aterrizó en Ezeiza, envuelto en el secreto y el silencio que rodeaban todas sus operaciones personales. El empresario se dirigió de inmediato a su oficina principal en Vitali Enterprises en Puerto Madero. Había pasado la mayor parte de los últimos cinco años en Buenos Aires, abriendo esta sucursal clave y haciéndola crecer abismalmente, pero su meta primordial era encontrar a la chica que lo había salvado. Ahora, tenía su nombre: Lucía Solano. Esa búsqueda había llegado a su punto más caliente.

Fabrizio se sentó a la cabecera de la mesa, el rostro pétreo. En frente, su equipo de seguridad argentino desplegaba el mapa de la ciudad.

—Analicen el taxi que tomó desde el aeropuerto. Quiero el GPS. Quiero saber dónde la dejó exactamente —ordenó.

En minutos, la ubicación apareció en la pantalla: un edificio antiguo en el barrio de Palermo, la dirección que Lucía había dado al taxista para ir a "su casa".

Fabrizio sintió un latido de esperanza, puro e irracional. Se dirigió al lugar con una escolta discreta. Al llegar, se encontró, no con un edificio, sino con un gran terreno baldío, rodeado de una valla de obra y un cartel que anunciaba la futura construcción.

El capataz, intimidado por la presencia del hombre elegante y serio, confirmó: —Sí, este terreno se compró hace meses. Tiramos abajo el antiguo edificio para el nuevo proyecto de la empresa... de los italianos.

Fabrizio no necesitó más. La ironía era cruel, el golpe final del destino. Ella había regresado a su hogar... solo para descubrir que él, irónicamente, la había demolido. Ella había regresado a Buenos Aires y lo primero que había encontrado era la destrucción de su único refugio, cortesía de Vitali Enterprises.

El empresario se obligó a ignorar la punzada de culpa. Se centró en la lógica. Si no tiene casa, ¿a dónde más podría ir?

—Busquen a Lucía Solano —ordenó, siguiendo una corazonada. No tenía casa, pero debía tener familia, su punto de origen podría ser su único refugio.

Durante los siguientes días, Fabrizio se convirtió en un fantasma en Buenos Aires. Dirigía su imperio, pero su mente estaba consumida por la búsqueda de Lucía. Hizo que su equipo rastreara hospitales, comisarías, archivos de estudiantes, y cada registro de identidad posible.

Sus investigadores rastrearon la base de datos de la ciudad. El nombre de Lucía Solano era bastante común, pero encontraron un historial que coincidía con la edad: una joven que había dejado el Orfanato Corazón de María hace años para estudiar diseño. El Orfanato, un edificio viejo y discreto en las afueras.

Fabrizio se dirigió al Orfanato, pero con más cautela. Al llegar, logró reunirse con la Madre Superiora, usando un pretexto de caridad y donaciones para ganar acceso.

Llegado el momento, preguntó con la voz más neutral posible: —Madre, estoy buscando a una joven, una exalumna, Lucía. ¿Sabe si regresó a la ciudad recientemente?

La anciana lo miró con calidez y cautela. —La pobre Lucía no ha regresado. Si lo hiciera, por supuesto que la recibiríamos. Es una de nuestras hijas. Pero no, señor. Debe seguir en Italia.

Su intuición, entrenada para detectar la más mínima falsedad, le gritó que la madre estaba mintiendo. Vio el destello de lealtad en sus ojos. La Madre Superiora la estaba protegiendo. Lucía estaba allí o había estado muy recientemente, pero el refugio estaba sellado por la lealtad y el secreto. No podía usar la fuerza contra un orfanato.

Regresó a su oficina y, meditando, decidió esperar. Sabía que alguien que acababa de perder su hogar y huir, necesitaría trabajo para sobrevivir en Buenos Aires. No podía esconderse para siempre.

Se juró que mientras dirigía sus negocios en el país, mantendría una vigilancia constante y silenciosa. Tarde o temprano, Lucía necesitaría postular a un puesto o usar su nombre. Y cuando eso sucediera, él estaría esperando.




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