Durante la siguiente semana, Lucía se dedicó a una sola misión: encontrar empleo. Desde la pequeña habitación de huéspedes del Orfanato, su laptop se convirtió en su cuartel general. Era incansable, enviando currículums a las firmas de diseño y arquitectura más prestigiosas de Buenos Aires. Su portfolio de trabajos y su reciente posgrado en Milán eran impresionantes, pero la realidad laboral era implacable.
La mayoría de las empresas rechazaban su solicitud sin siquiera llamarla. Las pocas que sí la contactaron, citaron la misma razón, dicha con fría cortesía: "Buscamos a alguien con mayor trayectoria en proyectos locales".
Lucía se negaba a dejarse desanimar. Su optimismo, forjado en la adversidad del orfanato, era su escudo.
El viernes por la tarde, Lucía tuvo su entrevista más prometedora en el estudio de la reconocida arquitecta Marta Solís, especializada en la restauración de edificios históricos. El encuentro fue positivo.
—Tu portfolio italiano es exquisito, Lucía —comentó Marta, una mujer de cincuenta años de mirada aguda. —Tienes un ojo increíble para la proporción y la historia del espacio.
La entrevista duró más de una hora, y Lucía sintió que el puesto era suyo. Hablaron de materiales, de tendencias, de su visión para un nuevo proyecto de teatro. Lucía era pura pasión, describiendo cómo el diseño puede influir en el alma de un lugar.
Marta Solís la despidió con una sonrisa. —Te llamaremos el lunes, Lucía. Eres la candidata más fuerte que hemos visto.
Lucía salió de la oficina caminando sobre las nubes. Había logrado pasar las barreras. El lunes, todo cambiaría.
Pero el lunes por la mañana, la llamada fue breve y dolorosa.
—Lo siento mucho, Lucía —dijo Marta, con voz formal. —Hemos decidido optar por alguien con quince años de experiencia consolidada en el mercado local. Eres fantástica, pero necesitamos a alguien que conozca a fondo a todos nuestros proveedores y contratistas. Te deseo suerte.
Lucía colgó el teléfono, sintiendo un nudo de frustración en el estómago. La experiencia local. Esa era la barrera infranqueable.
La derrota momentánea la llevó a navegar por los portales de empleo de forma más indiscriminada, buscando cualquier cosa que pudiera darle ingresos. Se había concentrado tanto en la élite del diseño que había ignorado las ofertas menos glamurosas.
Desplazó el scroll de la página web de empleos, resignada a buscar un puesto en una pequeña tienda de decoración, cuando un encabezado grande y audaz se iluminó en su pantalla:
"¡Buscamos Asistente de Decoración de Interiores y Project Manager!"
La descripción del puesto era inusual. Requería un posgrado, experiencia en diseño de lujo y, sorprendentemente, no exigía una larga trayectoria local, sino una visión moderna e internacional.
Lucía leyó la firma de la empresa al final del anuncio. El nombre se clavó en su mente como una estaca. Era una empresa nueva en la lista de ofertas de trabajo en Argentina, y sin duda, la más grande: Vitali Enterprises.
Lucía parpadeó. El nombre le sonaba vagamente... hasta que el recuerdo regresó con un escalofrío en el estómago. El obrero en Palermo, el capataz, el anuncio de la construcción.
—Se vendió el terreno a esos inversionistas italianos... los de Vitali...
La empresa que había demolido su único hogar y había convertido su pasado en escombros.
Lucía cerró la laptop de golpe, sintiendo una mezcla hirviente de resentimiento y una necesidad urgente. ¿Postular a la empresa que destruyó su casa? La ironía era cruel.
Pero el puesto era perfecto. El sueldo prometido era alto. Y, lo más importante, era su única puerta.
Lucía abrió su laptop de nuevo. El rencor y la necesidad lucharon un instante, y la necesidad ganó. La venganza y la supervivencia podían esperar. Primero, tenía que postular.