Bajo el fuego

Capítulo 11: La Entrevista Final

Silvana Cáceres, completamente satisfecha con la elección, tomó el currículum y el portfolio de la única finalista y se dirigió a la oficina de su jefe.

Fabrizio estaba enfrascado en una videoconferencia, discutiendo un futuro acuerdo millonario en Brasil, su mente de vuelta a la fría estrategia de negocios.

—Disculpe la interrupción, Signore Vitali —susurró Silvana. —Ya tenemos una finalista para el puesto de asistente. Es la mejor candidata que he visto en años.

Fabrizio hizo un gesto a su asistente para que pusiera la llamada en espera.

—Pasa los archivos, Silvana. Quiero verlo.

Silvana colocó el currículum de Lucía sobre el escritorio de cristal de Fabrizio. El ojo del empresario escaneó rápidamente el encabezado: "Lucía Solano, Diseñadora de Interiores. Posgrado en Diseño de Interiores y Arquitectura Efímera en Milán con Mención de Honor."

Fabrizio se inclinó para leer el resumen. La fotografía de Lucía, profesional y firme, se encontró directamente con sus ojos.

El empresario sintió que la sala entera se quedaba sin oxígeno. El contrato de Brasil, la corrupción de Gómez, todo desapareció. Su corazón, que latía con la frialdad de un motor de jet, se aceleró hasta convertirse en un tamborileo violento. Era ella. No había duda. La mujer que había buscado sin éxito durante días estaba allí, impresa en papel, a solo unos metros de su oficina.

Su rostro se transformó de la fría concentración al puro asombro, y luego a una posesividad oscura.

—¿Quién es ella, Silvana? —Su voz era un susurro gutural, tenso y peligroso.

—Lucía, señor. Pasó las cuatro etapas con honores. Es nuestra candidata ideal. Está esperando en la sala de juntas para la entrevista final, tal como usted lo solicitó.

Fabrizio levantó el currículum, sintiendo el peso del papel. Cinco años de búsqueda terminados por un anuncio de trabajo. El destino se la había puesto en las manos.

—Bien. Yo dirigiré la entrevista final. Cancela mi videoconferencia y mi agenda para el resto del día. Dile que espere cinco minutos.

Silvana, confundida por la intensidad repentina de su jefe, asintió y se retiró.

Fabrizio se levantó de su asiento. Se acercó a la ventana, mirando el río. Ella estaba aquí. Estaba a punto de entrar a su vida por tercera vez. Esta vez, la tenía en sus dominios.

Arregló su traje, el rostro recuperando su máscara de calma. Cruzó la oficina y se dirigió a la sala de juntas. Su respiración era profunda y controlada.

Lucía, agotada pero radiante, se puso de pie cuando la puerta se abrió. Esperaba a Silvana.

En su lugar, entró un hombre. Alto, elegantemente vestido, con el poder emanando de él como un aura. Lucía levantó la mirada para ver quién era su entrevistador final.

Sus ojos se encontraron. Los ojos oscuros que le habían ofrecido protección en Milán, ahora la miraban con una intensidad calculadora.

La sonrisa de Lucía se congeló en su rostro. La sangre abandonó su cabeza. El hombre al que le había suplicado ayuda, el dueño del cuerpo que la había consolado, el empresario anónimo de la noche más vergonzosa de su vida... era el dueño de Vitali Enterprises.

—Señorita Lucía —dijo Fabrizio, su voz profunda y controlada. —Tome asiento. Soy Fabrizio Vitali, y tengo la impresión de que ya nos conocemos.

El silencio fue abrumador, el clímax de cinco años de destino.




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