Bajo el fuego

Capítulo 12: La Entrevista del Destino Cruzado

El silencio en la sala de juntas de Vitali Enterprises era tan denso que Lucía casi podía cortarlo. La luz cruda del atardecer sobre el escritorio de ébano revelaba cada detalle del hombre frente a ella.

El rostro de Lucía, momentos antes radiante por la victoria de haber superado las cuatro etapas, se había drenado de color. El hombre que la había salvado de Claudio, el desconocido con el que había compartido la noche más vulnerable de su vida, era Fabrizio Vitali.

Él la miró. Ahí estaba ella, la misma mujer que buscó durante cinco años, quien estuvo en sus brazos la semana pasada, a quien oyó gemir en su oído en esa noche memorable. No había enojo ni reconocimiento explícito en sus ojos, solo una intensidad oscura y penetrante que parecía leer su alma. Lucía, por su parte, se obligó a mantener la compostura. Una profesional, no una víctima, no una fugitiva.

—Señorita Lucía —repitió Fabrizio, esta vez con un tono más formal, casi clínico. Se sentó, cruzando las manos sobre la mesa. —Tome asiento. Por favor, discúlpeme. La vi en la foto de su currículum y sentí una extraña familiaridad.

Lucía agradeció la mentira implícita. Él le estaba dando una salida. Aceptó el guante.

—No se preocupe, señor Vitali. Es la primera vez que tengo el placer de conocerlo oficialmente.

Mentira. Ambos lo sabían, y la energía entre ellos era una cuerda tensa a punto de romperse.

—Bien. Vamos directo al grano —dijo Fabrizio, su voz grave resonando en la sala. Tomó su portfolio. —Usted tiene un posgrado en Milán. En su tiempo de "aventura" antes de regresar... ¿recuerda qué la motivó a huir? ¿Qué buscaba?

La pregunta era filosa, demasiado específica. Lucía sintió un escalofrío. ¿Estaba hablando de diseño o de esa noche?

—Buscaba seguridad, señor Vitali —respondió Lucía, sosteniendo su mirada con firmeza. —Cuando me di cuenta de que un entorno que consideraba seguro se había vuelto hostil, mi único objetivo fue escapar y ponerme a salvo.

La respuesta pareció satisfacerlo, aunque sus labios se curvaron en una sonrisa apenas perceptible, como si entendiera perfectamente el doble sentido.

—Interesante. Seguridad. —Fabrizio se reclinó en su silla, evaluándola. —Precisamente eso es lo que busco en este departamento. Hemos tenido problemas de confiabilidad en la gestión de proyectos. Necesito a alguien que sea mis ojos y mis oídos en esa área. Alguien que no se deje manipular por terceros, que sea incorruptible. Alguien con una ética fuerte. ¿Puede ser usted esa persona?

Lucía sintió la química entre ellos, una corriente subyacente que hacía vibrar el aire, pero la profesional en ella tomó el control. Su vida dependía de esto.

—Puedo, señor Vitali. Mi ética profesional no está a la venta. Aprendí desde muy joven que la integridad es lo único que uno realmente posee. Y créame, no hay nada en este momento que anhele más que recuperar la estabilidad. Si me da la oportunidad, le demostraré que mi lealtad a la empresa será absoluta.

La palabra "estabilidad" pareció resonar en él. Fabrizio pensó en su búsqueda de cinco años, en la noche que él había anhelado por tanto tiempo. Él no le diría que la había buscado, ni que ella lo había salvado. Dejaría que la memoria de ella sobre Milán fuera la única conexión que ella sintiera, por ahora.

Fabrizio, al ver el brillo de determinación en sus ojos, ya había tomado su decisión. La pondría en la posición perfecta para vigilar el departamento de diseño, y porque no, darle la oportunidad para ejecutar el proyecto más prometedor de la ciudad.

—Bien, señorita Lucía. Su experiencia internacional y su evidente resiliencia son activos valiosos. Mi vicepresidenta me ha hablado de sus resultados. La felicito, es la candidata perfecta.

Fabrizio se levantó, su altura obligándola a mirarlo hacia arriba. La cercanía era electrizante, la mesa de cristal ahora una barrera insuficiente.

—El puesto es suyo.

Lucía sintió una oleada de alivio tan fuerte que casi le fallan las rodillas. —Gracias, señor Vitali. No lo defraudaré.

—No espero menos. Vaya a Recursos Humanos, Silvana le entregará el contrato. Quiero que empiece mañana mismo.

Fabrizio extendió la mano por encima del escritorio, no como un jefe, sino como un pacto sellado. Lucía dudó un instante, pero lo aceptó.

Sus dedos se encontraron. En el instante del contacto, una descarga helada y ardiente a la vez recorrió el brazo de Lucía. La electricidad pura de esa noche en Milán regresó, cruda e innegable. Sus manos encajaban, la fuerza de él dominando la suya.

Fabrizio no soltó el apretón de inmediato. Sus ojos, fijos en los de Lucía, transmitían un mensaje silencioso que no tenía nada que ver con el diseño de interiores o los contratos: Te encontré. Y ahora no te pienso dejar ir.

Lucía retiró la mano, sintiendo la piel hormiguear, y salió velozmente de la sala de juntas con el corazón latiéndole como un colibrí atrapado.




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