Bajo el fuego

Capítulo 14: El Nido de Víboras

Lucía amaneció en su nuevo apartamento en la Torre Le Parc sintiendo una seguridad inusual. El lujo que la rodeaba era un recordatorio constante del giro radical de su vida. La tarde anterior, había pasado apenas una hora recogiendo sus pocas pertenencias del orfanato. Ahora, entre las sábanas de seda y el minimalismo elegante del apartamento de Puerto Madero, se sentía una impostora, pero una impostora segura.

Aunque el recuerdo de Fabrizio Vitali, su jefe y su anónimo salvador, le provocaba una mezcla incómoda de pánico y fascinación, se obligó a concentrarse. El trabajo era su prioridad.

Se vistió con un traje elegante y se dirigió a la oficina. Al llegar al departamento de Diseño de Interiores, Lucía sintió la atmósfera espesa y cargada. Era evidente que la reciente investigación por corrupción había dejado al equipo dividido y hostil. El exjefe del departamento, el Sr. Gómez, había sido removido, pero su influencia aún se sentía en la estructura.

Lucía, como nueva asistente de Project Manager, fue recibida con miradas frías y resentidas. Había dos facciones claras: los hostiles, liderados por Martín, un diseñador de cincuenta y tantos años, amargado y leal a la vieja guardia de Gómez. Él y su pequeño grupo la ignoraban, viéndola como una espía y una amenaza a sus lucrativos arreglos, sus susurros cesaban apenas ella se acercaba.

Afortunadamente, no todo era hostilidad. Encontró un alma gemela en Sofía, la joven encargada de compras y logística, un torbellino de energía, pelo rojo y risa fácil.

—¡Hola! —la recibió Sofía con una sonrisa sincera—. Soy Sofía, tú debes ser Lucía. ¡Genial! Bienvenida al museo. Necesitábamos alguien con un aire fresco y que no sepa a moho.

Sofía se convirtió rápidamente en su aliada, explicándole los chanchullos, las dinámicas de poder y, lo más importante, quién era quién en la red de proveedores turbios que el Sr. Gómez había establecido. Lucía se sintió aliviada; no estaba sola.

Durante la primera semana, Lucía se manejó con la diplomacia de una negociadora y la tenacidad de un sabueso. Se enfocó en el trabajo, absorbiendo los datos del departamento, revisando contratos y auditorías de presupuestos. Con los hostiles, Lucía fue impecablemente profesional, no levantó la voz, no reaccionó a las miradas. Cuando Martín intentó sabotear la entrega de un presupuesto, ella lo corrigió ante Silvana Cáceres con hechos y cifras, no con acusaciones. Su confianza y ánimo no se vieron afectados, lo cual enfureció a los saboteadores, pero protegió su posición en la empresa, demostrando su valor inmediatamente.

En otra ocasión, al revisar los contratos, encontró una discrepancia de tres ceros en la compra de granito, un error que le ahorró a Vitali Enterprises una suma considerable. Silvana, su jefa directa, quedó impresionada. Lucía, tal como lo había prometido a Fabrizio, se estaba convirtiendo en los ojos y oídos que necesitaban los directivos dentro de ese departamento.

Durante todo este tiempo, Lucía no se encontró con Fabrizio. Él era como una presencia fantasmal que dirigía el imperio desde su oficina en el piso de arriba. Sin embargo, Fabrizio estaba pendiente. A través de los informes detallados de Silvana, él recibía un parte diario del desempeño de Lucía. Sabía del ahorro en el granito y de la resistencia estoica de Lucía ante la hostilidad de Martín.

Dos veces, sus caminos se cruzaron, fugazmente. El miércoles, Lucía salía del ascensor en el piso ejecutivo cuando Fabrizio estaba a punto de entrar. Él la vio primero. Su mirada, intensa, la recorrió. "Señorita Lucía," articuló con un ligero movimiento de cabeza. Fue un saludo formal, distante. Ella asintió, su corazón latiendo con fuerza. "Señor Vitali." Luego, él entró en el ascensor.

El viernes, al final del día, Lucía estaba recogiendo sus cosas en el hall de la empresa. Fabrizio pasaba con su chofer, esta vez, solo la miró, fue un vistazo rápido que Lucía sintió hasta los huesos, pero no hubo saludo.

Lucía, sin saberlo, se había convertido en el centro silencioso del universo de Fabrizio. Él la tenía exactamente donde la quería: bajo su control profesional, y a solo un pasillo de distancia en su vida personal.

Pasó otra semana sin inconvenientes. Llegó el próximo fin de semana, siendo casi la hora de salida. Lucía se sentía satisfecha con sus dos primeras semanas de trabajo y se estaba preparando para ir a comer pizza con Sofía. En ese momento, el teléfono de su oficina sonó. El número era el interno de la oficina principal. Lucía contestó, extrañada.

—Buenas tardes.

La voz grave, aterciopelada y autoritaria resonó a través del auricular. —Señorita Lucía. Soy Fabrizio Vitali.

Lucía se quedó helada, su mano aferrando el teléfono.

—Sí, señor Vitali. ¿Ocurre algo?

—Necesito que venga a mi oficina ahora.

La orden la dejó helada. Un escalofrío recorrió a Lucía. En automático respondió.

—Estaré allí en cinco minutos, señor.

Lucía colgó, su mente en una carrera frenética. Se alisó el traje y se dirigió al ascensor. Nuevamente estaría frente a frente a él, y estaba completamente nerviosa.

Durante estas dos semanas había intentado convencerse de que había olvidado su presencia, casi su existencia, pero la simple orden había pulverizado toda su falsa seguridad.




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