Lucía subió al piso ejecutivo, sus tacones resonando sobre el mármol pulido. Al llegar a la oficina principal, el asistente de Fabrizio, Massimo, le indicó con un gesto discreto que pasara.
Fabrizio Vitali no estaba detrás de su escritorio. Estaba de pie junto a la ventana panorámica, que ofrecía una vista nocturna espectacular de la ciudad. Vestía un traje de corte impecable, de tres piezas en lana fría color grafito, que se ajustaba a su figura atlética con una precisión casi escultórica. La seda de su corbata brillaba discretamente bajo la luz del techo, y el reloj de platino en su muñeca capturaba la luz. Era una imagen de poder silencioso y devastadora elegancia. Al oírla entrar, se dio la vuelta.
—Señorita Lucía. Gracias por venir a esta hora. —Su voz era un ronroneo grave que le erizó la piel.
—No es molestia, señor Vitali. Estaba... disponible.
Lucía sintió la mirada de él, larga y evaluadora. La tensión entre ellos era tan densa que casi la hacía respirar con dificultad.
Fabrizio rompió el contacto visual y se dirigió a un perchero, tomando su abrigo. —Bien. No he comido en todo el día, tengo hambre. Acompáñeme.
Lucía se quedó perpleja. —¿Con usted? ¿Ahora?
—Sí. La conversación será algo larga y delicada.
Fabrizio no le dio tiempo a responder. Él simplemente abrió la puerta. Lucía, sin más opción que seguir a su jefe, lo hizo.
Descendieron en el ascensor privado, un silencio cargado llenando el espacio de cristal. Lucía intentaba ignorar la proximidad de él; el aroma sutil amaderado de él jugaba con sus recuerdos. Sentía la electricidad que emanaba del empresario, una energía que la atraía y la aterrorizaba a partes iguales.
Al salir, Vincenzo abrió la puerta de un Masseratti negro, esperando.
El viaje fue corto pero tenso. En el asiento trasero, Fabrizio y Lucía estaban separados por menos de un metro. Fabrizio no atacó el tema de trabajo de inmediato. El silencio se rompió cuando él giró la cabeza ligeramente hacia ella.
—¿Se ha instalado bien en su nuevo apartamento, señorita Lucía? Espero que la unidad de la empresa sea de su agrado.
—Es... es más que de mi agrado, señor Vitali. Es espectacular. Gracias. —Lucía no mencionó la ironía de vivir en un lujo que solo existía gracias a la empresa que destruyó su anterior apartamento.
—Me alegro. Una ejecutiva con su potencial merece un entorno que refleje el nivel de la compañía.
Llegaron a un restaurante exclusivo en Recoleta, discreto y elegante. Allí el camarero los condujo a una mesa apartada.
—Buenas noches —saludó el mozo con una sonrisa profesional—. ¿Han decidido qué van a ordenar?
—Sí —dijo Fabrizio, cerrando la carta y dirigiéndose a Lucía con un gesto de deferencia—. Por favor, Lucía, ¿qué deseas?
—Yo tomaré el salmón a la plancha, por favor —indicó Lucía—. Con ensalada de rúcula y parmesano.
—Y para mí —continuó Fabrizio—, el bife de chorizo, a punto, con una guarnición de papas andinas.
—Perfecto. ¿Y para beber?
Fabrizio no consultó, ya con la mirada fija en Lucía. —Tráiganos una botella del Malbec Terrazas Altos del Plata 2019. ¿Le parece bien, Lucía?
—Sí.
Una vez con la comida y con el vino servido, Fabrizio se reclinó, con una expresión de interés genuino que hizo que Lucía se sintiera extrañamente expuesta.
—Hablemos de trabajo, señorita Lucía. Si me permite la confianza, y dada la naturaleza del proyecto que vamos a discutir, ¿sería apropiado que la llamara Lucía a secas... y quizás usáramos el 'tú' de ahora en adelante? Coméntame. ¿Qué opinas del apartamento, el que te dieron?
Lucía, aliviada por hablar de su pasión y liberar la tensión del momento, se animó. —El apartamento tiene un potencial increíble. La distribución es fantástica. Yo cambiaría el concepto de los espacios sociales para darles más fluidez. Eliminaría la pared entre la cocina y el comedor, y usaría mármol local; es un desperdicio traerlo de Europa cuando Argentina tiene una calidad superior.
Fabrizio la escuchaba con atención, asintiendo levemente, su mirada fija en los labios de ella mientras hablaba, lo hipnotizaban.
—Absolutamente de acuerdo. El mármol de San Luis y el granito de Córdoba no tienen nada que envidiarle a Carrara. En mi tiempo aquí he notado un error recurrente en el mercado de lujo local: una obsesión por lo importado cuando la materia prima nativa ofrece una riqueza textural y una sostenibilidad inigualables. Esa visión de priorizar el origen local y buscar fluidez espacial... Ese es el tipo de pensamiento que busco. Innovación y astucia. —Fabrizio tomó un sorbo de vino, y su tono se hizo más serio. —Pero ahora, hablemos de la razón por la que quería conversar contigo.
Lucía sintió un nudo en el estómago. Este era el momento.
—El departamento de diseño está comprometido, Lucía. Al despedir a Gómez aún no está limpio. Necesito a alguien de absoluta confianza para que lidere un proyecto. Un proyecto clave para la empresa.
Fabrizio tomó un cuchillo de carne y cortó lentamente un trozo de su bife.
—Vitali Enterprises va a construir un edificio de lujo. Será nuestro proyecto insignia en Buenos Aires. Un rascacielos de residencias y oficinas con un diseño vanguardista y los mejores materiales. Y estará ubicado en Palermo. En un terreno que se adquirió hace unos meses y hoy ya está libre para empezar.
Lucía sintió que la sangre se drenaba de su rostro. No era casualidad. No era un proyecto cualquiera. Era su terreno. El lugar de su pasado, la ruina de su ancla. Su corazón comenzó a latir con una furia sorda.
Fabrizio, notando el cambio abrupto en la expresión de Lucía, continuó con una calma calculada.
—Tu trabajo, Lucía, será liderar el diseño de absolutamente todo, la selección de materiales, el manejo de proveedores y el control de presupuesto de este proyecto. Estarás a cargo de millones. Será un desafío monumental. ¿Estás dispuesta?