Bajo el fuego

Capítulo 16 - Continuación

​La cena transcurrió en un equilibrio precario. Lucía, a pesar de la revelación devastadora sobre el proyecto Palermo, mantuvo su fachada profesional, discutiendo con Fabrizio sobre la escasez de mano de obra cualificada y la necesidad de priorizar la eficiencia energética en el nuevo rascacielos. Fabrizio, por su parte, era fascinante; agudo, conocedor y peligrosamente atento.

​Terminaron de cenar y, aunque Lucía estaba exhausta por la intensidad de la conversación, Fabrizio sugirió:

​—Necesitamos despejar la mente antes de que tu cerebro explote con el Proyecto Palermo, Lucía. Una caminata. Ayuda a la digestión y, a veces, a la estrategia.

​Lucía asintió. Necesitaba el aire fresco para disipar la niebla de la cercanía de él y la cruda realidad del trabajo.

​Salieron del restaurante y caminaron por las calles arboladas de Recoleta. La noche era fresca y tranquila. El silencio se alargaba entre ellos, ya no incómodo, sino cargado de complicidad tácita.

​Fabrizio rompió el silencio, su voz baja y pensativa. —Eres muy reservada, Lucía.

​—La contención ayuda a la concentración, señor Vitali. Es un mecanismo de supervivencia.

​—¿Supervivencia? —El tono de Fabrizio era sutilmente inquisitivo, como si recordara las súplicas de ella en Milán. —Pensé que ya habías escapado de la supervivencia. Ahora estás en la cima.

​—Uno nunca escapa realmente de la supervivencia, señor. Solo cambian los desafíos.

​Fabrizio sonrió, deteniéndose ligeramente para dejar que Lucía pasara primero por un pequeño arco. Era un gesto de caballería que ella agradeció, sintiendo el roce fugaz de su mano en su espalda, una chispa que hizo latir su pulso con más fuerza.

​—Tienes razón. Y mi desafío ahora es el Proyecto Palermo. Necesito a alguien en quien confiar completamente para que sea mi ancla. Este proyecto es muy importante para mí.

​Lucía sintió la carga de esa confesión. Él confiaba en ella, tal vez demasiado, sin saber que ella le guardaba un resentimiento silencioso por la demolición de su casa.

​El chófer los esperaba donde el coche estaba aparcado. El último tramo del viaje, de vuelta a Puerto Madero, fue el más breve y el más cargado de tensión.

​Al llegar a la Torre Le Parc, Fabrizio se bajó primero y esperó a Lucía. Cruzaron el lobby juntos, dos figuras imponentes y elegantes que atraían todas las miradas.

​Subieron en el ascensor privado. Lucía estaba tensa, lista para agradecerle la cena y retirarse a la seguridad de su apartamento.

​—Un momento, Lucía —dijo Fabrizio.

​Ella lo miró, confundida. Él no se movió de su sitio, manteniéndose cerca.

​—Ha sido una noche productiva, Lucía —dijo, su voz grave resonando en el reducido espacio—. Mañana mismo empezarás con la auditoría, lo sé. Pero antes de que entres, tengo que confesarte algo.

​—¿Señor Vitali?

​Fabrizio sonrió de medio lado, una expresión de triunfo calculada. —Había estado dudando sobre dónde residir aquí temporalmente. Me resistía a este edificio; prefiero la privacidad absoluta de una casa, pero el Proyecto Palermo exige mi presencia constante cerca. Digamos que no estaba convencido con la idea de la "vida de rascacielos".

​Señaló a Lucía con un leve movimiento de cabeza.

​—Pero tu visión esta noche, Lucía. Tu convicción sobre el mármol local, sobre la fluidez de los espacios, sobre cómo se debe vivir en esta ciudad... Me convenciste de que este edificio no es un simple rascacielos. Es un manifiesto. Y un manifiesto requiere la supervisión de su autor.

​Lucía sintió un escalofrío.

​Fabrizio sacó un juego de llaves de latón de su bolsillo. Las hizo sonar suavemente antes de insertarlas en la cerradura de la puerta justo enfrente de la de Lucía.

​Un clic seco rompió el silencio. Fabrizio empujó la pesada puerta de madera de la unidad de enfrente y se hizo a un lado, como si le ofreciera la bienvenida a su propio hogar.

​—Me mudé anoche. Al parecer, Lucía... seremos vecinos. Necesito mi ancla cerca, ¿no crees?

​Lucía se quedó congelada, mirando la puerta abierta frente a ella. El aire se le fue de los pulmones. Su jefe, el hombre que le había entregado el proyecto de su vida y, al mismo tiempo, el de su mayor resentimiento, vivía a menos de dos metros de ella.

​—Señorita Lucía. ¿Algún comentario sobre mi elección de residencia? —preguntó Fabrizio, mirándola con una intensidad que no admitía negación.

​Ella se recompuso, obligándose a inhalar profundamente.

​—Es... es una excelente elección, señor Vitali. La mejor vista para un empresario con su visión.

​—Me alegro de que piense eso. Buenas noches, Lucía. Y prepare su informe. Mañana será un día largo.

​Fabrizio desapareció tras su puerta. Lucía se quedó sola en el pasillo, su llave aún en la cerradura de su propia puerta.




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