Bajo el fuego

Capítulo 17 : Catarsis

​Lucía giró la llave en la cerradura de su "apartamento de empresa", entró y se dejó caer contra la puerta, sintiendo que sus piernas se convertían en gelatina. Afuera, justo al otro lado del pasillo, el hombre que había dominado sus pensamientos desde aquella noche en Milán y que ahora dirigía su vida laboral y personal, estaba instalado.

​Fabrizio Vitali. Su jefe. Su vecino. Su infierno.

​Se había mudado a su propio apartamento en la Torre Le Parc, sin saber que el gesto de "generosidad" de la empresa era una elaborada trampa de vigilancia orquestada por él.

​La ira, el pánico y la humillación se acumularon en su pecho. Durante la cena, él había coqueteado sutilmente, le había ofrecido "ayuda cuando ella la quisiera", y la había puesto a cargo del proyecto que había destruido su hogar, todo mientras sabía que vivían a menos de diez metros de distancia.

​Lucía cerró los ojos, intentando respirar, pero la rabia era demasiado potente. Se giró hacia el centro de la sala y finalmente, la contención se rompió en un susurro áspero.

​Se acercó al sofá, se dejó caer pesadamente y hundió el rostro en un cojín de terciopelo. La tela amortiguó el sonido de su desahogo, permitiendo que solo un gruñido sordo de frustración escapara.

​—¡Es un manipulador! ¡Un cretino arrogante! —jadeó, con el rostro caliente. —¡Señor Vitali, mi pie!

​Se levantó de golpe y caminó por el lujoso salón, con los brazos cruzados y la mente en ebullición. Pensó en la almohada de plumas, pero se conformó con apretar los puños hasta que sus uñas se clavaron en la palma de su mano.

​—¡Te detesto, te detesto, te detesto! —murmuró, la voz ronca. —¡Me salvas la vida, me contratas, demueles mi casa y luego te mudas al frente! ¿Quién hace eso? ¡Solo un narcisista italiano desquiciado!

​Se detuvo frente a la puerta del dormitorio. Su ira se dirigió a la madera noble que la separaba del pasillo. Pensó en tomar su zapato de tacón y salir a golpear la puerta de Fabrizio hasta que él abriera, para luego gritarle en un español furioso que él era un caradura.

​—No. No, Lucía. Respira. Eres una profesional. —Se pellizcó el brazo con fuerza. —Él está jugando contigo. Te está probando.

​El pensamiento de que Fabrizio pudiera escucharla la detuvo. Se imaginó al empresario, sentado tranquilamente en su sala, bebiendo grappa y sonriendo mientras oía los sonidos amortiguados de su rabia.

​La ira buscó una salida más controlada. Lucía fue a la cocina, tomó una botella de agua mineral del refrigerador, y aplastó el plástico en su mano, sintiendo la liberación del crack sordo.

​—¡El Proyecto Palermo! ¡Mi casa! —dijo, golpeando la mesada con la palma abierta—. Me está obligando a construir su maldito rascacielos sobre mis recuerdos. ¡Quiero darle un puñetazo en esa perfecta mandíbula italiana!

​Lucía se dejó caer en el suelo, soltando un suspiro tembloroso y agotado. Estaba atrapada. Atrapada entre la necesidad desesperada de ese trabajo y la certeza de que su jefe la tenía bajo vigilancia.

​Se levantó lentamente. Se secó las lágrimas secas y se miró en el reflejo oscuro de la ventana.

​—Bien, señor Vitali. Quieres un juego. Quieres mis ojos y mis oídos en tu empresa. Quieres tenerme cerca. —Su voz ahora era un susurro frío y resuelto. —Yo soy la mejor decoradora de interiores. Seré tu espía, y la mujer más profesional que jamás hayas conocido. Y te juro que usted no tendrá ni idea de lo que estoy planeando.

​El miedo había sido reemplazado por la determinación. Lucía se dirigió a la ducha. Tenía un informe que empezar, un pasado que honrar y un juego peligroso que jugar.

​Mientras el agua caliente le lavaba la frustración, Lucía pensó en la puerta que estaba justo enfrente. Se preguntó si Fabrizio estaría despierto, revisando sus planos.

​"Que te den, Vitali," pensó. "Prepárate, porque ahora, el Proyecto Palermo es personal."




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