El silencio se cernió sobre la gran mesa del comedor del Orfanato Corazón de María tras la salida abrupta de Fabrizio. Lucía se sintió incómoda. Miró a la Madre Superiora, que mantenía una expresión serena, y luego a los niños, cuyos pequeños rostros reflejaban una mezcla de intriga y desilusión.
—No se preocupen, chicos —dijo Lucía, forzando una sonrisa—. Seguro que el señor Vitali regresa pronto.
La Madre Superiora, con un gesto suave, los invitó a empezar a comer. Pero la curiosidad flotaba en el ambiente. ¿Qué podría haber olvidado un hombre tan meticuloso?
No pasaron más de diez minutos cuando la sala se vio inundada por un sonido inconfundible: el rugido grave de varios motores. Los niños se levantaron de sus sillas y corrieron a las ventanas.
—¡Son luces! ¡Muchas luces! —gritó un niño. —¡Y camiones! —dijo otro.
Lucía, llena de confusión, se acercó a la puerta. Dos camionetas de reparto de lujo, impecablemente limpias y con el logo discretamente oculto, estaban aparcadas frente al orfanato. Detrás de ellas, una figura familiar, dirigía al equipo con la precisión de un general. Era Vicenzo, el asistente de Fabrizio.
De pronto, Fabrizio entró de nuevo en el comedor, pero esta vez, enfundado en un traje de Rey Mago, acompañado por dos hombres igualmente vestidos. Detrás de ellos entraron varios asistentes que empujaban carritos. Estos no contenían comida, sino una montaña de regalos envueltos en papel de diseño.
—¡Los reyes magos! ¡Los reyes magos! —gritaron los niños.
Fabrizio (el Rey Mago) sonrió, y su voz, aunque grave, resonó con una calidez inesperada.
—¡Feliz Nochebuena, mis pequeños héroes! Vengo de un lugar donde la riqueza se mide en sueños, no en monedas. Y alguien nos ha informado que aquí habitan los niños con los corazones más grandes. Por eso, hemos llegado para asegurar que esos sueños nunca se apaguen. ¡Adelante, abran sus regalos y que la magia comience!
Mientras hablaba, recorrió con la mirada a los niños, que gritaban emocionados. Luego, posó brevemente sus ojos en Lucía y le guiñó un ojo, una promesa secreta solo para ella.
El espectáculo que siguió fue una demostración de la vasta influencia de Vitali Enterprises, puesta al servicio de la bondad.
Los carritos se vaciaron. No eran los juguetes que Lucía y él habían comprado por la mañana; eran regalos individuales, perfectamente adaptados a la edad y al deseo secreto de cada niño. Muñecas articuladas, drones pequeños, kits de ciencia. El equipo de Fabrizio había investigado en secreto las listas de deseos del orfanato.
Uno de los asistentes trajo cajas de ropa nueva, abrigos de invierno y zapatillas deportivas de marca para cada niño, algo que el presupuesto del orfanato jamás podría haber cubierto.
Fabrizio, dirigiéndose a los niños con un entusiasmo contagioso, anunció:
—¡Ahora escuchen bien! He visto la computadora que usan para estudiar... ¡y no es digna de los futuros arquitectos y científicos que están sentados frente a mí! Mi equipo de Vitali Enterprises va a construirles una sala de estudio completamente nueva, con computadoras veloces, pantallas grandes y el Internet más rápido. ¡Así que prepárense para tener las mejores notas!
Los niños gritaron de alegría, el caos feliz llenó la sala.
La Madre Superiora se acercó a Fabrizio, con lágrimas en los ojos. —Señor Vitali... esto es demasiado. No sé cómo agradecerle.
Fabrizio se inclinó ligeramente, con un respeto que Lucía nunca lo había visto mostrar. —El agradecimiento es mío, Madre. Esta noche no tiene precio.
Luego, se dirigió a Lucía, que estaba muda, con el rostro iluminado por las luces del árbol y el brillo de la admiración.
—Lucía, he visto lo que usted hace por este lugar. Y sé que este orfanato es su corazón. No es suficiente con regalos temporales.
Fabrizio hizo un gesto a uno de sus asistentes, que le entregó un sobre sellado. Lo abrió y extrajo un documento.
—Madre Superiora, he tenido a mi equipo legal investigando las finanzas del orfanato. Sé que tienen problemas estructurales y de mantenimiento. Es un edificio antiguo. Por eso, Vitali Enterprises ha creado un Fideicomiso Perpetuo que cubrirá todos los gastos de mantenimiento, reparaciones y, si es necesario, la expansión del edificio. El orfanato estará seguro para siempre.
Lucía sintió que el aire le faltaba. No solo le había traído regalos; había asegurado el futuro de su hogar. Esto era un acto de amor y poder que la desarmaba por completo.
La Madre Superiora rompió a llorar, abrazando a Fabrizio con una fuerza que él no esperaba.
Lucía, aún conmocionada, se acercó a él mientras los niños rodeaban a Fabrizio, agradeciéndole.
—Señor Vitali... usted no tenía que hacer esto —susurró Lucía, su voz temblaba.
Fabrizio la miró, sus ojos oscuros llenos de una calidez que solo había visto hoy.
—Sí, tenía que hacerlo, Lucía. Vengo de una familia que tiene demasiado. Usted me mostró la calidez que el dinero no puede comprar. Esto es mi forma de decir gracias. No solo por hoy. Por... todo.
El "todo" colgaba en el aire, refiriéndose a su pasado, a Milán, a la discreción que ella había mantenido. Era un intercambio de favores, un acto de profunda conexión.
La cena comenzó con una alegría desbordante. Lucía no podía dejar de mirar a Fabrizio, el hombre que ella había maldecido horas antes, ahora sentado con una sonrisa genuina, ayudando a una niña a abrir una caja. Era complejo, peligroso y, de alguna forma, su salvador, una y otra vez.