Lucía terminó su primer día en su nueva oficina adyacente a la de Fabrizio agotada y mentalmente drenada. La proximidad física era un constante recordatorio de su situación. Cada llamada telefónica, cada risa de Fabrizio, cada paso en la moqueta de su despacho era audible, elevando su nivel de alerta.
Salió de la oficina a las nueve de la noche. Su estrategia de evasión en el trabajo no había funcionado. Necesitaba regresar a casa para respirar.
Llegó a la Torre Le Parc, tomó el ascensor privado y subió. Al salir, sintió un alivio fugaz al ver que la puerta de Fabrizio estaba cerrada, sin signos de actividad. Cruzó el pasillo rápidamente, deslizó la llave en su cerradura y entró.
Se desvistió, se puso una cómoda camiseta grande y salió a la sala para beber un vaso de agua. Fue entonces cuando sucedió.
La Luz se Fue.
Un chasquido seco y absoluto sumió todo el apartamento en una oscuridad total. El silencio era denso, roto solo por el pitido de la batería de emergencia en algún lugar del edificio. La Torre Le Parc, con toda su tecnología, había sucumbido a un corte de energía en plena noche.
Lucía se detuvo en medio de la sala. No era pánico, sino una incomodidad inmediata: ¿Qué habría sucedido? ¿Y si eran intrusos?
Unos segundos después, un golpe suave y medido resonó en su puerta.
Lucía se acercó, cautelosa. —¿Quién es?
—Soy yo, Lucía. Fabrizio.
Ella tragó saliva y abrió la puerta apenas un resquicio.
Fabrizio estaba allí, iluminado solo por la tenue luz azul de emergencia del pasillo. Llevaba una camiseta oscura y unos pantalones de dormir, su cabello revuelto. Lucía notó que lucía más vulnerable que en su traje de tres piezas. Pero además, se veía terriblemente sexy ¿Acaso a este hombre todo le quedaba bien? Sostenía una linterna de mano.
—El corte es general. Al parecer, un problema en la subestación. Quería asegurarme de que no te sintieras sola en la oscuridad.
Lucía sintió la familiar oleada de pánico, pero también una extraña comodidad ante su presencia.
—Estoy bien, Fabrizio. Gracias.
—Sé que lo estás —dijo él, sin moverse. Luego, su voz se hizo suave y sincera. —Pero no tienes que luchar sola en todo, Lucía. Para que te sientas más cómoda, puedes pasar a mi sala, o si quieres te acompaño en la tuya.
Ella negó con la cabeza. —No.
Fabrizio asintió, aceptando el rechazo. Pero en lugar de irse, se apoyó suavemente en el marco de la puerta. La linterna que sostenía iluminó sus rostros, cortando la oscuridad.
—Lucía, he notado tu juego de evasión. Entiendo por qué lo haces. Te sientes enjaulada.
—¿Y no lo estoy? —preguntó ella con una pizca de amargura.
—La jaula solo existe si decides que las reglas son inamovibles. La verdad es que tienes la llave. Eres la persona más confiable que tengo en la empresa. El Proyecto Palermo es tuyo. No me importan los horarios, ni los métodos. Tienes la libertad de hacer lo que consideres correcto. Deshazte de quien tengas que deshacerte. Gasta lo que debas gastar. Eres libre.
El ofrecimiento era tentador y real. Era la libertad de una soberana en su propio dominio.
—¿Y qué gana usted, Fabrizio? —preguntó ella, sospechando la trampa.
Fabrizio dio un paso más cerca, su rostro a centímetros del suyo. La oscuridad y la intimidad de la noche desdibujaban las líneas entre jefe y salvador.
—Gano tu confianza, Lucía. Y gano una cena contigo. Sin planos de trabajo, sin discusiones de mármol. Solo tú y yo.
El coqueteo era abierto. Lucía sintió que el aire entre ellos se hacía más fino.
—Eso es chantaje emocional —susurró ella.
—Es un incentivo. Yo te doy la libertad que mereces en el trabajo, y tú me das la oportunidad de que me conozcas de verdad. De que me veas como el hombre que te salvó, no como el jefe que te acorrala.
Lucía pensó en el Orfanato, en su vulnerabilidad al contar el cuento, en su generosidad desmedida. Era un hombre complejo. Y ella necesitaba esa libertad para el proyecto.
Ella suspiró, sintiéndose atrapada, pero por una nueva emoción: la curiosidad y la tentación.
—Acepto la libertad para el Proyecto Palermo. Pero la cena será pública, Fabrizio. Y será solo si no me mira como si fuera su proyecto personal.
Fabrizio sonrió en la oscuridad, un destello de dientes blancos. La había conquistado, por ahora.
—Trato hecho, Princesa. Ahora, cierra la puerta. Está haciendo frío.
Lucía cerró la puerta, sintiendo un temblor que no era por el frío. Se apoyó contra la madera, escuchando los pasos de Fabrizio mientras regresaba a su apartamento.
La oscuridad de la noche había desmantelado su resistencia. Ella tenía libertad en el trabajo, pero había aceptado una cita. La jaula se había abierto, y el camino hacia el corazón de Fabrizio estaba ahora tentadoramente iluminado.