La libertad que Fabrizio había concedido a Lucía no era una simple palabra, era una realidad palpable. Con la autorización total para reformar el departamento de Diseño y vetar cualquier proveedor sospechoso, Lucía actuó con la eficiencia de una jefa de guerra.
Martín, el corrupto de la vieja guardia, fue despedido sumariamente tras la auditoría de Lucía, que reveló el alcance de su complicidad con el exjefe. Sofía, su alegre confidente, fue ascendida. La nueva oficina de Lucía, contigua a la de Fabrizio, se convirtió en el centro neurálgico del Proyecto Palermo. El trabajo era intenso, pero Lucía lo amaba. No había tiempo para rencores; solo existía la Torre Fénix.
La cercanía física en el piso ejecutivo hizo que los encuentros con Fabrizio fueran inevitables y, progresivamente, menos formales.
Por las mañanas, Lucía solía preparar su propio café en la pequeña kitchenette ejecutiva. Un día, Fabrizio apareció allí, antes de que su asistente llegara.
—Buen día, Lucía —dijo él, sin rastro de la formalidad de la oficina.
—Buen día, Fabrizio. —Ella le ofreció la cafetera.
—Gracias. —Él tomó la taza y se sentó en la pequeña mesa.
No hablaron de mármol ni de presupuestos. Hablaron de la lluvia sobre Puerto Madero, de un libro que ambos habían leído o de lo difícil que era encontrar un buen pan en Buenos Aires. Eran cinco minutos de silencio compartido y café, un ritual que se estableció sin ser planeado. Lucía se encontró esperando esos pequeños interludios de paz con él.
Fabrizio dejó de ser el jefe vigilante y se convirtió en un colega fascinado. Un día, Lucía estaba frustrada con la disposición de un loft residencial. Fabrizio entró y se sentó en el sofá.
—Estás atascada, ¿verdad? —preguntó.
—La orientación del sol no me permite el diseño abierto que quiero. Es un reto.
Fabrizio no dio soluciones, sino que le dio espacio. —Lucía, puedes hacer lo que quieras. Elimina la pared. Cierra la ventana. Cambia la orientación. Confío en tu visión.
Su confianza era un arma de doble filo: le daba poder, pero también alimentaba su afecto. Ella no solo lo respetaba; comenzaba a admirarlo profundamente por su visión empresarial.
Una tarde, Lucía trabajaba hasta muy tarde, obsesionada con un esquema de color. Fabrizio, que también trabajaba hasta tarde en su oficina, llamó a la puerta.
—Lucía, es tarde. Necesitas energía.
Fabrizio no trajo una pizza. En lugar de eso, se había tomado un breve descanso en su apartamento contiguo para preparar algo él mismo. Regresó con un pequeño recipiente con pasta hecha en casa: Cacio e pepe, sencillo y perfectamente ejecutado.
—No confío en la comida de restaurante después de las nueve —dijo él, con una sonrisa levemente tímida.
Lucía, conmovida por el gesto, probó la pasta. Estaba deliciosa, reconfortante. Era el acto de un hombre que se preocupaba, no de un jefe. Era un destello de la calidez que buscaba.
—Gracias, Fabrizio —dijo ella, y esa noche, el uso de su nombre sonó más íntimo que nunca.
La cercanía en la Torre Le Parc, aunque inicialmente aterradora, se había convertido en un campo de encuentros casuales que desmantelaban la formalidad.
Un domingo, Lucía salió a recibir un paquete y se encontró con Fabrizio en el pasillo, regando una planta de interior. Llevaba ropa deportiva, y la visión de su cuerpo atlético y relajado hizo que Lucía sintiera un rubor. Intercambiaron una broma sobre la dificultad de mantener la calathea viva y el encuentro terminó con una risa compartida.
Otro día, subieron juntos. El ascensor se detuvo, y la electricidad se cortó por un microsegundo, sumiéndolos en la oscuridad. Lucía, por instinto, dio un paso hacia él. Fabrizio puso una mano firme en su hombro. El tacto fue breve, protector. Cuando la luz regresó, ambos retiraron la mano, pero la tensión y el conocimiento del cuidado mutuo llenaron el espacio.
Lucía se dio cuenta de que estaba enamorándose de los pequeños detalles de este hombre: su forma de sonreír cuando hablaba de la Torre Fénix, su paciencia con el equipo, su habilidad para cocinar pasta y, sobre todo, la seguridad absoluta que sentía cuando él estaba cerca. Él no solo la había liberado en el trabajo; la estaba liberando emocionalmente.
La cita prometida, sin embargo, aún estaba pendiente, y la espera aumentaba la expectación.