Bajo el fuego

Capítulo 26: Cita de Fuego y Vainilla

Era la primera cita, un umbral tan temido como fervientemente esperado. Lucía se miró en el espejo, envuelta en un vestido de seda azul profundo que elegía destacar su fuerza, no su vulnerabilidad. Su corazón latía con la promesa de una travesía que se extendía más allá del mármol de San Luis y los planos de la Torre Fénix. Se había enamorado de los pequeños detalles: la pasta casera, la confianza ciega en su trabajo, la mano protectora en la oscuridad del ascensor.

Cuando sonó el timbre, abrió con el aliento contenido. Fabrizio estaba vestido con un esmoquin impecable, un contraste impresionante con el hombre que regaba plantas o cocinaba pasta. Sostenía un bouquet inusual: no eran las esperadas rosas rojas, sino Orquídeas de Vainilla de Misiones, exóticas y de un blanco puro, un regalo que insinuaba rareza y valor.

—Para la diseñadora más singular que conozco —dijo, entregándoselas.

La cena no fue en un restaurante, sino en el piso más alto de un exclusivo hotel boutique de Recoleta, en un salón privado que ofrecía vistas panorámicas a la ciudad. El ambiente era de terciopelo oscuro, luz tenue y copas de cristal de Bohemia. Fabrizio habló de su infancia en Italia, no como el heredero de un imperio, sino como un niño que jugaba entre los andamios. Lucía le contó sobre la biblioteca del orfanato, el olor a papel viejo y el sueño de su renovación.

Por primera vez, él no la miró como su empleada, ni como su proyecto personal; la miró como una igual.

—Lucía, no fue solo que me salvaras la vida esa noche en Buenos Aires —dijo él, su voz grave y sincera—. Fue que, en medio de mi peor dolor, fuiste la única luz. Una promesa de que la belleza y la esperanza aún existían. Me he pasado cinco años buscándote, no para saldar una deuda, sino para recuperar esa promesa.

Esa confesión desarmó las últimas barreras de Lucía. Ella le sonrió, una sonrisa sin reservas, libre.

La segunda parte de la cita fue un paseo nocturno inesperado. La limusina no los llevó a casa, sino a una terraza privada en la orilla del Río de la Plata. El aire fresco estaba perfumado por las orquídeas que él había dejado discretamente en la mesa.

Mientras caminaban, Fabrizio se detuvo. Buenos Aires estaba en calma, un manto de luces bajo ellos. Él le tomó la mano, sus dedos entrelazados, un gesto sencillo que valía más que mil acciones de control.

—El destino de esta ciudad, y el mío, han cambiado desde que te conocí —susurró él.

En ese instante preciso, el cielo estalló en un espectáculo de color y sonido. Una ráfaga de fuegos artificiales, intensa y visiblemente programada solo para ellos, se elevó sobre el horizonte del río. Lucía jadeó, mirando el cielo con el corazón latiendo al compás de las explosiones.

Fabrizio la giró hacia él, sus ojos brillando con el reflejo de la luz fugaz.

—Eres mi fuego artificial, Lucía. La que llegó para iluminar y desorganizar todo lo que yo creía tener bajo control.

Y entonces, se inclinó. El beso fue la culminación de meses de tensión, de años de búsqueda. Fue largo, tierno y profundo. Él la besó con la reverencia de un hombre que había encontrado su tesoro. Lucía se rindió por completo, sus brazos rodeando su cuello, su mente aceptando finalmente que el hombre más poderoso de su vida era también el que la hacía sentir más protegida.

Cuando se separaron, Fabrizio le acarició la mejilla. En ese momento, en la oscuridad, él deslizó una pequeña caja en el bolsillo de su vestido de seda.

—Esto es lo que me recuerda que las promesas se cumplen. Ábrelo cuando estés sola.

Lucía regresó a casa esa noche, no solo con el recuerdo de un beso transformador, sino con el misterio de la pequeña caja. Al abrirla bajo la luz de su sala, encontró una llave antigua de hierro forjado, bellamente restaurada, un objeto que parecía sacado de un cuento de hadas.

Ella no lo sabía, pero esa llave no abría la cerradura de su corazón, que ya estaba abierta. Esa llave antigua era la llave original del edificio demolido de Palermo, su antiguo hogar, y ahora, era suya de nuevo, parte de un paquete de regalo mucho más grande y silencioso que Fabrizio le estaba preparando.




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