Bajo el fuego

Capítulo 28: Prueba

La armonía cotidiana que se había instalado en las últimas semanas se rompió abruptamente. Una mañana, la empresa se vio sacudida por un terremoto financiero y tecnológico.

El caos se desató a las diez en punto. Lucía estaba revisando planos en su oficina adyacente cuando un pánico helado se apoderó del piso ejecutivo. Los gritos de las secretarias y el sonido frenético de los teléfonos eran un coro incesante de alarma.

—¡A mi oficina, ahora! —La voz de Fabrizio Vitali, amplificada por el intercomunicador, era cortante y urgente.

Lucía y Silvana, la vicepresidenta, entraron de inmediato. Los monitores de su escritorio no mostraban gráficas de mercado, sino reportes de emergencia teñidos de rojo.

—No es una caída bursátil, es peor —explicó Fabrizio, su voz grave como una sentencia—. Es un ataque de ransomware. Están filtrando metódicamente información confidencial de nuestros proyectos clave. Y el origen de la filtración... se está produciendo desde un backup temporal creado aquí, en la sucursal de Buenos Aires.

La implicación era clara: la traición no era externa; era un golpe interno.

—Tenemos dos horas para contener esto. Si la información detallada del Proyecto Palermo llega a la competencia, perdemos la licitación, millones en inversión y la confianza de la junta directiva. Silvana, aísle inmediatamente todos los servidores internos y contacte a la Unidad de Ciberseguridad de Milán.

Fabrizio se giró hacia Lucía. Sus ojos oscuros estaban fijos en ella, no con sospecha, sino con la más absoluta exigencia de acción.

—Lucía, tú conoces la estructura de datos del Proyecto Palermo mejor que nadie. Eres la única que puede identificar los archivos más sensibles. Necesito que entres al sistema encriptado, rescates la información de diseño y los contratos de proveedores exclusivos y prepares una presentación de emergencia para la prensa global en dos horas.

—¿Dos horas? Es imposible.

—No es imposible. Eres la única persona en este edificio que conoce la pasión detrás de ese proyecto. Vende nuestra visión, Lucía. El Proyecto Torre Fénix debe brillar más que nunca. Demuéstrales que no somos un barco que se hunde, sino un titán en expansión.

Lucía no dudó. Corrió a su oficina. Trabajó a una velocidad increíble, asegurando la información y transformando cifras frías en la promesa audaz de sus diseños.

En medio del caos digital, Fabrizio no la abandonó. Entraba y salía, no para controlarla, sino para ofrecer apoyo.

En un momento, Lucía estuvo a punto de colapsar. Fabrizio se acercó y le puso una mano firme en el hombro.

—Respira, Lucía. Confío en ti. La Torre Fénix eres tú. Tú nos salvarás a todos nosotros.

Ese voto de confianza fue el bálsamo que ella necesitaba. Terminó la presentación con apenas diez minutos de sobra.

Lucía se unió a Fabrizio en la sala de conferencias para la transmisión global. Él habló primero con una calma aterradora, y luego la presentó:

—Permítanme presentarles a la persona que lidera la expansión de nuestro futuro. La mujer que está construyendo la Torre Fénix en Buenos Aires: Lucía Solano.

Lucía, ante el mundo, habló con una pasión inigualable. Su elocuencia, su conocimiento y la visión audaz de sus diseños calmaron las aguas y desviaron la atención de la crisis.

Horas después, el ataque se detuvo.

Fabrizio la encontró en el pasillo, su rostro agotado, pero sus ojos brillaban con una admiración intensa.

—Lo hiciste, Lucía. Los detuviste. Eres brillante.

—Hemos contenido el daño, Fabrizio. Pero la filtración se originó aquí. Hay un topo en la empresa.

—Lo sé. Y lo encontraré.

El agotamiento venció a Lucía. Fabrizio hizo lo impensable en el gélido entorno ejecutivo: la abrazó con fuerza y calidez.

—Gracias, Princesa.

Justo cuando se separaba de ella, el teléfono de su escritorio volvió a sonar, un tono urgente desde Italia.

Fabrizio atendió, y su rostro se volvió severo.

—Sí. ¿Está en Buenos Aires? ¿Sola? No puedo creerlo... Bien. Que me espere en el aeropuerto. Iré a buscarla ahora.

Fabrizio colgó, su mente visiblemente en otro lugar. Miró a Lucía con una mezcla de frustración y alerta.

—Lucía, necesito irme. Ahora. Acabo de recibir una llamada de Italia.

—¿Qué pasa? ¿Quién es?

Fabrizio suspiró. —Una complicación. Alguien que no debería estar aquí. Acaba de llegar de Milán.

Lucía sintió un escalofrío.




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