Fabrizio colgó el teléfono, su mente visiblemente en otro lugar. La noticia lo había desarmado, y la adrenalina de la crisis del ransomware se mezclaba con una profunda frustración. Miró a Lucía con una mezcla de alerta y disculpa.
—Lucía, necesito irme. Ahora. Acabo de recibir una llamada de Italia.
—¿Qué pasa? ¿Quién es?
Fabrizio suspiró, pasándose la mano por el rostro. —Una complicación. Alguien que no debería estar aquí. Acaba de llegar de Milán.
Tomó su saco y salió rápidamente de la oficina, murmurando: —¡Accidenti (Maldita sea)!
La "complicación" era Isabella Vitali, su hermana menor. Isabella era una ejecutiva brillante, pero un huracán personal: impulsiva, dramática y acostumbrada a tener siempre la razón. Su aparición inesperada era una señal de que la central en Milán estaba gravemente preocupada por la crisis de seguridad.
Fabrizio condujo él mismo hasta el aeropuerto. Al llegar, encontró a Isabella sentada en una silla tapizada, luciendo la personificación del chic italiano, como si acabara de bajar de una portada de revista.
—¡Fratello! —exclamó Isabella, levantándose con un movimiento dramático. Ella lo abrazó con fuerza, pero sus ojos de lince ya estaban evaluando su tensión.
—¿Qué demonios haces aquí, Isabella? —preguntó Fabrizio, manteniendo un tono bajo.
—¡Ah, che brutta accoglienza! (¡Qué fea bienvenida!) —dijo ella, soltándolo—. Mamá me mandó. Dice que si tienes tiempo para jugar a ser el padrino de los niños de un orfanato, entonces no tienes la cabeza en los negocios. Y la filtración de datos... —Isabella bajó la voz—. La central de Milán está en pánico. Necesito revisar tus protocolos. Y de todos modos, estaba en Brasil, así que por eso estoy aquí.
—No necesito tu supervisión. Y no me llames padrino.
—Bueno, es tarde, estoy exhausta y hambrienta. Necesito ese cacio e pepe perfecto que solo mi hermano favorito sabe hacer. Vamos a comer. Ahora.
Fabrizio no pudo discutir. La debilidad de Fabrizio Vitali era su hermana, y había pasado tiempo desde que la vio. La llevó directamente a la Torre Le Parc.
Una vez en el lujoso apartamento de Fabrizio, Isabella se dejó caer en el sofá y bebió una copa de vino. Ella, con su aguda intuición, notó el cambio en su hermano.
—¿Qué te pasa, Fabrizio? Estás distraído. No estás mirando el skyline, estás pendiente de la hora. ¿Acaso ya encontraste a la chica? ¿La razón por la que te quedaste en esta ciudad y no has querido regresar a Italia?
Fabrizio suspiró, sabiendo que no podía mentirle.
—Sí, Isabella. La encontré. Y sí, es la razón.
—¡Bravo! —Ella aplaudió suavemente—. ¿Y quién es? ¿Una modelo? ¿Una abogada aburrida?
Fabrizio, mientras cocinaba la pasta, le contó brevemente sobre Lucía, el encuentro en Milán, el reencuentro en la empresa y el desafío de la Torre Fénix. Omitió el detalle del orfanato.
—Hmm. Interesante. Una Principessa a la que estás conquistando —dijo Isabella, sonriendo con malicia—. Pues bien. Ahora que me siento satisfecha, iré a descansar.
Fabrizio la miró, extrañado. —¿Dónde? No te quedarás aquí.
—Estoy cansada, Fratello. Debes tener habitaciones extras. Me portaré bien —dijo, haciendo un puchero.
Fabrizio sabía lo quisquillosa que era su hermana y, con Lucía tan cerca, esto sería un campo minado.
—De ninguna manera, Isabella. Hay un millón de hoteles a tu altura que estoy seguro que estarán encantados de atenderte.
—¡Me estás echando de tu apartamento! ¡No lo puedo creer! Me la paghi (Me la pagarás).
—Como tú digas. Ahora vete.
Fabrizio la acompañó a la puerta, agradecido de recuperar su espacio. Se estaban despidiendo cuando, en ese instante, la puerta del ascensor se abrió. Y allí estaba Lucía.
Isabella lo vio, vio la expresión de Fabrizio, y con una astucia diabólica, entendió todo. La vecina. La razón de su desalojo. ¿Acaso era ella?
Isabella tomó la decisión en un microsegundo. Tenía que cobrarse la afrenta, y el destino le daba la oportunidad perfecta.
—Ciao, Fabrizio. Oh, aspetta. Chi è questa? —preguntó Isabella, elevando la voz con una dulzura falsa.
Fabrizio sintió el pánico gélido.
Isabella, sin esperar respuesta, se giró hacia él y, con una familiaridad deliberadamente exagerada, le dio un beso rápido en la mejilla, moviéndose lo suficiente como para que a Lucía le pareciera que le rozaba los labios.
—Dovresti richiamarmi subito, caro. Sai che non scherzo. —Le exigió, en tono dominante y coqueto, haciendo un espectáculo de posesión.
Cuando pasó junto a Lucía, Isabella le dirigió una mirada fugaz: no era odio, era una clara advertencia de competencia. Luego se retiró, disfrutando de lo que había generado, con una sonrisa triunfal en el rostro.
Fabrizio se dio cuenta de la jugada inmediatamente. Vio la expresión de Lucía: el dolor, la humillación y el regreso de la furia fría que tanto temía.
—¡Maledizione, Isabella! —murmuró, maldiciendo a su hermana, dándose cuenta de que su intento de proteger a Lucía del drama familiar había fallado estrepitosamente.
Intentó explicar. —Lucía, no es lo que parece. Ella es...
Pero ya era tarde. Lucía se dio la vuelta, con la dignidad herida de su pasado. El muro que con tanto esfuerzo habían derribado se levantaba de nuevo, más alto y más fuerte.
Fabrizio maldijo su mala suerte. Había conquistado los mercados de valores, pero la conquista del corazón de Lucía pendía de un hilo, y su hermana acababa de cortarlo.