La sorpresa de Isabella tras la declaración pública de Fabrizio se había transformado en una necesidad urgente de evaluar a Lucía. Su hermano había arriesgado su credibilidad por ella; Isabella necesitaba saber si valía la pena.
En los días siguientes, Isabella se encargó de la auditoría, pero prestaba especial atención a Lucía. En su investigación, había descubierto todo lo que Lucía había logrado en la empresa, y había interrogado a Silvana, quien le explicó la situación de Fabrizio antes de la llegada de la diseñadora. También notó a su hermano orbitando felizmente alrededor de Lucía.
Dos días después, Isabella entró en la oficina de Lucía, su traje prêt-à-porter y su actitud, desafiantes.
—Señorita Lucía. O mejor dicho, cognata (cuñada) —dijo Isabella, su tono aún contenía sarcasmo—. Necesito un descanso de los códigos de seguridad. Acompáñame a almorzar. Y no, no es una sugerencia.
Lucía, calmada, aceptó. Sabía que esta no era una invitación social, sino una auditoría personal bajo un microscopio.
Isabella la llevó a un restaurante elegante y discreto en Palermo, lejos del bullicio de la empresa.
—Mira, ragazza —comenzó Isabella, con la franqueza brutal que la caracterizaba—. No me caes mal. Me molesta que mi hermano, el genio implacable, te haya encontrado y no me haya contado sobre ti.
—Lo entiendo, Isabella. Tuve una reacción similar cuando descubrí que él vivía frente a mí y no me lo había dicho —respondió Lucía con una calma que sorprendió a la italiana.
—Vaya, eso no me lo esperaba. Su historia debe ser muy interesante, es la viva mezcla de dos culturas, ¿no? —preguntó Isabella, sirviendo vino y observando a Lucía—. ¿Y qué vas a ordenar? No me digas que vas por algo aburrido. En Buenos Aires, hasta el café tiene un toque de drama. ¿O es que toda tu vida se rige por la austeridad de tus diseños?
—Pediré un cortado y un sándwich de jamón crudo y queso de cabra. La austeridad, Señorita Vitali, no es una regla, es una estrategia. Me permite enfocarme en lo esencial. —replicó Lucía, sin alterarse.
Isabella sonrió, una mueca de respeto. Lucía no se doblegaba.
—Brava. Tienes fuego. En Italia, las mujeres Vitali tienen que ser perfectas. Heredamos todo, desde el peso del apellido hasta los dolores de cabeza del negocio. A veces, la libertad es lo único que no heredamos —confesó Isabella con un suspiro.
Lucía no tuvo miedo de revelar su verdad.
—La libertad es lo único que tuve desde el principio. Soy huérfana, Isabella. Crecí en el Orfanato Corazón de María con las monjas. No heredé apellido, heredé disciplina y la capacidad de construir mi propia vida desde cero.
El rostro de Isabella se congeló.
—¿Monjas? ¿Un orfanato? —murmuró, asimilando la diferencia abismal entre sus infancias. La pieza faltante del rompecabezas encajó. El orfanato, el porqué de la dedicación de Fabrizio.
—Eso explica por qué te has deshecho del travertino de Carrara en tu proyecto. No tienes la debilidad del lujo.
—Tengo la necesidad de la solidez —replicó Lucía—. Por eso el Proyecto Palermo funciona: no está hecho de herencia, sino de ambición pura.
—¡Ho capito! (¡He entendido!) —exclamó Isabella, golpeando suavemente la mesa—. Y por eso Fabrizio está encandilado contigo. Él también está agotado de la bellezza superficial.
Compartieron sus vidas, notando con sorpresa que se llevaban bien sin mucho esfuerzo. En medio de la comida, Lucía notó que un hilo sobresalía peligrosamente del costoso bolso de Isabella.
—Señorita Vitali, si no quiere que este bolso se desarme en plena auditoría, permítame.
Lucía sacó de su cartera una pequeña aguja de su kit de emergencia que siempre llevaba consigo, un hábito adquirido en el orfanato. Con una destreza rápida y precisa, reparó el hilo antes de que el desgarro continuara.
Isabella la miró boquiabierta. —Acabas de salvar un Birkin de edición limitada con una aguja de monja. No eres una ejecutiva, eres un milagro de austeridad.
—La hermana María siempre decía que debemos estar listas ante cualquier imprevisto —dijo Lucía, devolviéndole el bolso reparado.
Isabella sonrió, una sonrisa genuina y libre de malicia. —Mi cognata, sei incredibile.
Isabella, ahora relajada, tomó la mano de Lucía.
—Escucha, Lucía. A nuestra familia no le importa el dinero, le importa la familia. Y déjame contarte un secreto... Tú has hecho que Fabrizio tenga vida. Desde el secuestro, parecía muerto en vida, nada lo motivaba. Mis padres permitieron que se quedara aquí porque no sabían qué más hacer. Pero estos días, he notado que mi hermano es feliz contigo, y eso me alegra.
Isabella se enderezó con autoridad. —Ahora bien, al ser la futura señora Vitali, necesitas aprender las reglas de las altas esferas. Yo, Isabella Vitali, seré tu aliada. Te enseñaré todo lo necesario para sobrevivir a nuestra sociedad.
Isabella levantó su copa de vino. —Brindo por esta alianza. Tienes que sobrevivir a la cena de presentación en Milán.
Lucía brindó, sabiendo que acababa de conseguir a la aliada más formidable que podría haber imaginado. Italia y la familia Vitali la esperaban.