Habían pasado días desde la explosiva reunión en la sala de juntas, donde Fabrizio había sellado públicamente su relación. La vorágine de las primeras 48 horas había sido agotadora: llamadas, reuniones de emergencia para reestructurar la directiva, y la inevitable ola de chismes. Ahora, por fin, tenían una noche para sí mismos.
Fabrizio no llevó a Lucía a un restaurante público. En su lugar, la condujo a la terraza privada de su ático, que ofrecía una vista sin igual del río y de la ciudad bajo el manto de la noche. La mesa estaba puesta con cristalería fina y porcelana, iluminada por candelabros. Era un acto deliberado de intimidad después de tanta exposición.
—No más cenas con agendas ocultas, Lucía —dijo Fabrizio, sirviéndole vino—. Esta es nuestra primera cena oficial bajo la luz de la verdad. Donde solo existe el contrato entre tú y yo.
Hablaron de cómo la oficina se sentía diferente. Lucía le contó del almuerzo con Isabella.
—Tu hermana es muy agradable. Tenía un poco de miedo ante lo que pudiera suceder, pero me di cuenta de que ella es única, excepcional.
—Está un poco loca, pero tiene un corazón de oro. Tengo la sospecha de que ahora que han pasado la valla de la desconfianza se volverán muy buenas amigas —susurró Fabrizio.
—Yo creo que sí —devolvió Lucía.
—Sabes, mi vida estaba hecha de acero y vidrio, Lucía. Era eficiente, pero fría. Tú la has llenado de calidez. Me has obligado a ser humano de nuevo. Isabella dijo algo muy cierto, es necesario que viajemos a Milán para que conozcas a mi familia y para la presentación formal de mi prometida a todo el mundo.
Lucía asintió, sintiendo que el peso de ese futuro compromiso social se añadía al de su relación. —Quizás mi origen no sea digno para alguien como tú.
—Nunca. Tu origen es tu mayor fuerza. Es lo que te hace la mujer honorable y digna que eres. Eres mucho más valiosa que cualquier persona, eso lo has demostrado día a día. Al ponerte a cargo del Proyecto Palermo has probado que tienes la capacidad para brillar como una estrella. Yo soy el honrado de estar a tu lado.
Cuando terminaron de cenar, Fabrizio se puso de pie, su rostro reflejando una profunda seriedad. Se acercó a Lucía, tomó sus manos y se arrodilló sobre una rodilla.
—Lucía. En la sala de tu apartamento te pedí que fueras mi novia, mi compañera de vida. Hoy, quiero formalizar nuestra intención ante el mundo.
Sacó la pequeña caja de terciopelo. En ella había una sortija sencilla pero exquisita de oro blanco trenzado.
—Esto simboliza nuestro juramento de matrimonio. El oro trenzado es un hilo que se entrelaza, como el de nuestras vidas, un círculo que no se rompe. Quiero que te cases conmigo, Lucía. Este es mi juramento incondicional. ¿Aceptas convertirte en mi prometida formal y enfrentar el mundo a mi lado, mia principessa?
Las lágrimas rodaron por las mejillas de Lucía. Era la primera vez que la vehemencia de Fabrizio no la asustaba.
—Sí, Fabrizio. Acepto el juramento y el compromiso.
Él deslizó el anillo en su dedo. Se levantó y la besó con una ternura abrumadora, un beso que fue más profundo que cualquier pasión. Fue la confirmación de la confianza mutua y la promesa de un futuro compartido.