Bajo El Mismo Cielo: Un Juego De Corazones

Capítulo veintitrés: Lo Que No Dices También Se Siente

Después de su conversación con Lilian, Ivy no podía dejar de pensar en lo que sentía. O más bien, en lo que no quería aceptar que sentía. Alec. Asher. Marlene. Todo era un nudo en su pecho.

Esa tarde, el clima estaba fresco y soleado. Ivy decidió ir a caminar con Sky por el parque, necesitaba despejarse. Caminó en silencio mientras el lobo jugueteaba con hojas secas. Cuando se detuvo a mirar unos girasoles, escuchó una voz familiar detrás de ella.

—Ivy.

Se giró. Alec.

—Hola —respondió, un poco sorprendida.

—Te vi desde allá —dijo, señalando una banca—. Pensé que tal vez querías compañía… o bueno, Sky claramente sí.

Ivy sonrió y asintió. Caminaron juntos un rato, sin hablar mucho. El silencio no era incómodo, pero sí cargado.

—¿Cómo te va con la nueva amiga? —preguntó de repente, sin mirarlo.

Alec la miró de reojo.

—¿Marlene? Bien, es simpática. Nos conocimos en una actividad fotográfica Inter facultades. Aunque, tú sabes… no tiene el mismo humor oscuro que tú —bromeó con una sonrisa.

Ivy no sonrió.

—¿Te gusta?

Alec se detuvo un segundo. Luego negó con la cabeza.

—No… no me gusta. Es una amiga. Pero no sé, el futuro es raro. Uno nunca sabe lo que puede pasar.

Ivy tragó saliva, apartando la mirada.

—Claro… sí, el futuro es raro.

—¿Por qué preguntas eso?

—No sé. Supongo que solo me sorprendió verte con alguien. —Intentó sonar casual—. Es decir… no se supone que tú... bueno, tú... ya sabes, que me...

Alec la miró con más atención. Su voz bajó un poco.

—¿Te molesta?

—¡No! —respondió ella enseguida—. Solo... me pareció extraño. Nada más. Es normal preocuparse por los amigos, ¿no?

—Claro —dijo Alec, pero su tono era suave, casi triste.

Sky se acercó a Ivy y empujó su pierna con el hocico. Ivy se agachó para acariciarlo, sin mirar a Alec.

—A veces siento que estamos cambiando —murmuró ella.

—Porque lo estamos —respondió él con sinceridad—. Pero eso no significa que sea malo.

Ivy lo miró entonces. Sus ojos se encontraron y por un segundo, fue como si todo lo demás desapareciera. Ella abrió la boca para decir algo, pero se arrepintió. No estaba lista. No aún.

—Vamos a casa —dijo al fin—. Sky debe tener hambre.

—Sí… claro —dijo Alec, sin moverse todavía.

Caminó detrás de ella, como si llevara algo pesado en la espalda. Y ella, aunque no lo decía, también sentía ese peso en el pecho.




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