La tarde cayó lentamente, tiñendo el cielo de un naranja suave que se desvanecía en tonos malvas. Ivy caminó sin rumbo, los audífonos puestos, pero sin música, como si el silencio le hablara más fuerte que cualquier canción.
Se detuvo en un rincón del parque donde solía ir con su madre de pequeña, justo donde las hojas crujían bajo sus pies y el aire olía a lavanda por los arbustos cercanos. Se sentó en el pasto, abrazando sus rodillas, y por primera vez en días, dejó caer la máscara.
Respiró hondo. Una. Dos. Tres veces.
Pensó en Asher. En su sonrisa calmada, su forma de mirarla como si pudiera leerle el alma, en sus palabras dulces, pero siempre certeras. Con él se sentía segura, vista... pero también expuesta.
Pensó en Alec. En sus bromas, su ternura de años, la forma en que siempre estaba para ella, aunque a veces no dijera lo que realmente sentía. Lo conocía tan bien… pero quizás no tanto como creía.
Y entonces, se preguntó:
"¿Qué siento cuando Alec está con otra persona? ¿Es tristeza por un amigo que ya no me necesita… o miedo de perder algo que no sabía que tenía?"
Cerró los ojos y dejó que el viento le hablara. Las palabras de Asher resonaban como un eco en su mente.
“¿Quieres que te mire solo a ti?”
“No te mientas.”
Y luego la voz de Alec…
“No es fácil olvidar lo que uno siente de verdad.”
Una lágrima rodó por su mejilla. No sabía si era tristeza o alivio. Tal vez ambas cosas.
—No sé a quién quiero —susurró al viento—. Pero quiero saberlo. Quiero entender mi corazón.
Y por primera vez, no se sintió débil por estar confundida. Se sintió humana.
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Editado: 07.05.2025