Bajo El Mismo Cielo: Un Juego De Corazones

Capítulo veintinueve: Trazos del Corazón

El sol apenas se filtraba por las cortinas cuando Ivy se despertó. Había dormido poco, agitada entre sueños y pensamientos. Se levantó en silencio, bajó al estudio improvisado en la sala, tomó un lienzo en blanco… y comenzó a pintar.

No pensaba. Solo dejaba que el corazón guiara el pincel. Líneas suaves, otras más firmes… un rostro comenzó a emerger sin que ella lo notara. O quizá, sin querer admitirlo.

Era Alec. Su sonrisa tranquila, sus ojos cálidos. Ese gesto tierno que solo él tenía cuando hablaban de cosas tontas o cuando la miraba sin decir nada.

Se detuvo al notarlo, pincel en mano.

—¿Por qué tú? —susurró.

Lo siguiente fue inevitable: lo llamó. Y sin pensarlo mucho más, salió de casa para ir a verlo.

Cuando Alec abrió la puerta, no dijo nada. La miró con calma, como si supiera que ella tenía algo importante que decir.

—Ivy…

—Lo siento —dijo ella rápido—. Lo de anoche… no fue justo para ti. Lo hice sin pensar. Estoy confundida, Alec. Lo estoy. Pero no quería hacerte daño.

Él la observó en silencio por unos segundos. Luego sonrió suavemente.

—Entonces vamos a aclararlo. Pero no como amigos. No hoy. —Su voz fue firme, pero dulce—. Quiero una cita contigo, Ivy. Una cita de verdad. Solo tú y yo, sin “mejor amigo” de por medio. Quiero saber si puedes mirarme… con otros ojos.

Ella dudó por un momento. Pero luego, asintió. Y algo en su pecho se sintió en paz.

—Sí… vamos.

Alec no dijo más. La tomó de la mano y la guió hasta su auto. Ivy no sabía a dónde iban, pero no preguntó. Se dejó llevar, disfrutando de la brisa, de su compañía… de él.

Y cuando llegaron, se quedó sin palabras.

—El museo… —susurró, con una sonrisa tan grande como su corazón—. ¿Cómo supiste?

—Siempre hablas de él cuando pintas. Quería llevarte a un lugar donde fueras tú misma.

La cita fue mágica. Hablaron de arte, de ellos, del futuro… Y cuando salieron, bajo el cielo anaranjado del atardecer, Ivy ya no dudaba.

Se giró hacia él, tomó su mano y lo miró a los ojos.

—Estoy lista para mirarte con otros ojos, Alec. Solo… dame tiempo para que mi corazón se acomode. Pero estoy aquí. Contigo.

Él no necesitó más. La abrazó fuerte, como si la hubiera esperado desde siempre. Y ella, por fin, dejó de correr.




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