Capítulo treinta y uno: En la Misma Sintonía

La tarde caía sobre la ciudad, tiñendo el cielo de tonos cálidos, como si el universo quisiera envolverlos en una promesa suave. Alec esperaba en la puerta de su casa, algo nervioso, revisando su celular sin mucha atención. Desde lo que pasó en el museo y el beso, no habían tenido un momento a solas para hablar con calma… hasta ahora.

Ivy llegó caminando, con una leve sonrisa, y el corazón latiéndole rápido pero firme. Ya no había dudas. Había claridad, y eso le daba el valor que necesitaba.

—Hola, Ale —dijo con dulzura.

—Hola, Ivy —contestó él, abriendo la puerta y dejándola pasar.

La casa estaba tranquila. Él la condujo a la sala, donde se sentaron juntos, muy cerca pero sin tocarse aún. El silencio no era incómodo, era más bien una pausa suave antes de lo importante.

—Quería verte —dijo ella—. Quería estar contigo hoy… sin excusas.

Alec la miró con esa expresión suya, mezcla de cariño y timidez, como si aún no pudiera creer que todo esto estaba pasando.

—¿Estás bien? —preguntó, buscando sus ojos.

Ivy asintió lentamente.

—Sí. Hablé con Asher… le dije la verdad. Y ahora lo sé. Lo sé con certeza, Alec.

Él tragó saliva, con el corazón acelerado.

—¿El qué?

Ella sonrió, y esta vez sí, tomó su mano con firmeza.

—Que te elijo a ti. No solo porque seas mi mejor amigo, sino porque contigo el mundo tiene otro color. Porque me haces sentir en casa, incluso cuando estoy perdida.

Alec la miró como si el aire se hubiera llenado de música.

—Yo siempre estuve aquí, Ivy… esperando que te dieras cuenta.

Ella se acercó y lo besó, despacio, sin prisas. No era como los besos de confusión o impulso, era uno lleno de certeza. De amor.

—Esto… —susurró él, apoyando su frente contra la de ella—. Esto es todo lo que soñé.

—Entonces soñemos juntos —le dijo Ivy con una sonrisa suave.

Y así, en esa sala sencilla, con sus corazones latiendo al unísono, comenzó algo nuevo entre ellos. Algo real, profundo y lleno de luz.