Bajo El Mismo Cielo: Un Juego De Corazones

Capítulo treinta y dos: Solo si eres tú

Era sábado por la noche, y Alec le había dicho a Ivy que se arreglara "un poquito", pero sin decirle a dónde la llevaría. Solo le dijo: “Confía en mí”. Ella, aunque curiosa, aceptó con una sonrisa tímida y una mezcla de emoción y nervios en el estómago.

Cuando Alec pasó a buscarla, llevaba una chaqueta azul oscura y una flor blanca escondida tras la espalda. Ivy, con un vestido sencillo de tirantes y una chaquetita de lana, abrió la puerta y se detuvo al ver la sonrisa de Alec y cómo le entregaba la flor.

—Para ti —dijo él—. Aunque ninguna flor le hace justicia a cómo te ves esta noche.

Ella bajó la mirada, sonrojada, y aceptó la flor con una risa suave.

Después de unos minutos en auto, llegaron a un lugar escondido en el parque, donde Alec había preparado todo. Había luces colgantes entre los árboles, una manta sobre el césped, velitas pequeñas alrededor, y una radio antigua sonando suave de fondo. Una pequeña caja de picnic abierta revelaba postres que él mismo había hecho.

Ivy se llevó una mano a la boca, impactada.

—¿Tú hiciste todo esto?

—Quería que fuera especial. Para ti. Para nosotros —dijo él, acercándose lentamente.

Se sentaron en la manta, comieron entre risas, compartieron miradas cómplices, y luego, cuando la canción cambió a una más suave, Alec se levantó y le extendió la mano.

—¿Bailamos?

Ella la tomó con una sonrisa encantada, y se dejaron llevar por el ritmo tranquilo de la música, en medio de las luces y el cielo estrellado.

Entonces Alec se detuvo. Puso una mano en su mejilla, acariciándola con ternura, y la miró como si en ella encontrara todo lo que había buscado en el mundo.

—Ivy… desde que te conozco, todo ha tenido más sentido. Me haces querer ser mejor. Me haces feliz. Quiero que seas tú. Siempre tú.

Ella lo miró, los ojos brillantes.

—¿Qué estás diciendo?

Alec sacó de su bolsillo una pulsera con un dije en forma de corazón que decía “Always us”.

—¿Quieres ser mi novia? Oficialmente. ¿Mi compañera de vida, de locuras, de sueños?

Ivy lo miró, emocionada, y no pudo contener una lágrima feliz.

—Sí, Alec. Sí, quiero serlo. Quiero que seamos “nosotros” para siempre.

Él la abrazó con fuerza, y la besó, no con prisa, sino con amor profundo, de esos que sellan promesas sin palabras.

La noche continuó con risas, música, y un amor que por fin encontró su lugar.




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